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"Memorias de un hombre lobo", comentario de David G. Panadero. Derechos de autor 1998, David G. Panadero

En noviembre del pasado año salió al mercado el último lanzamiento del editor Alberto Santos (aquel que sacara el Goremanía de Jesús Palacios, sin ir más lejos): Se trata de Memorias de un hombre lobo, la autobiografía de nuestro licántropo nacional, Paul Naschy. Ya sabemos todos que Naschy no es húngaro como Bela Lugosi, en realidad Naschy es el nombre artístico de Jacinto Molina.
Tío Paul actuó en más de cien películas -El gran amor del Conde Drácula (1972), Buenas noches, señor monstruo (1982), etc...-, escribió guiones de cine a patadas, y dirigió 14 films -El caminante (1979), El aullido del diablo (1988), etc...-, aparte de algunos documentales, como el que realizó sobre el Museo del Prado por encargo de un productor japonés.
Si se puede reconocer algún mérito a Naschy es el de la acumulación (en 1972 llegó a trabajar en 8 películas distintas), porque su valor artístico ha sido muy discutido, cuando no ignorado. Refiriéndose al cine fantástico-terrorífico español de los 70, César Santos Fontenla dijo que se realizaba "con presupuestos grotescos y actores que no lo son menos".
Pero parece que corren buenos tiempos para Paul Naschy. Ahora que se acerca el fin de siglo hay un clima efervescente; es el caldo de cultivo ideal para que surjan nuevos aficionados al género de terror (neófitos que sólo saben de Naschy lo que les han contado). Y en este momento de ebullición se publican las Memorias de un hombre lobo. Lo más llamativo es que casualmente (quién sabe) y de forma simultánea, Manga Films edita una selección de títulos de Naschy, a 1.495 pts la unidad, que se abrió con El jorobado de la morgue (1972).
El libro Memorias... está presentado con el habitual buen gusto de su editor Alberto Santos, lo que incluye un papel de alta calidad, abundancia de fotos, incluso carteleras en color.
La obra se abre con un prólogo de Luis Alberto de Cuenca, el actual Director General de la Biblioteca Nacional, lo que se supone que da ribetes de alta cultura al cine de Naschy. A lo largo de más de 200 páginas podremos conocer a fondo a Paul Naschy, quien llega a compararse con Lon Chaney. Lo más llamativo es su fascinación por lo paramilitar y por la iconografía nazi.
También merecen especial atención las dificultades de Naschy para encajar críticas ajenas, quien llega a escribir "La noche de Walpurgis marcó a dos generaciones de espectadores, lo quieran o no los descerebrados de siempre", o referirse a los críticos como "los que engordan su culo sobre la silla, destilando veneno con sus plumas".
Cuando Naschy habla de su cine, habla en términos absolutos, sin ese toque de humildad que podría salvarle de la caricatura. Al desvelar sus influencias cita con tanta facilidad a El Coyote como a Peter Brueghel El Viejo, Hyeronimus Bosch El Bosco, o Vermeer de Delft.
Para concluir el libro cuenta con una filmografía que incluye fichas técnicas y comentarios críticos (en este caso acríticos) de Luis Vigil y Adolfo Camilo. Entresaquemos tres citas: A propósito de El jorobado de la morgue (1972), éstos mencionan a Naschy como el nuevo hombre de las mil caras; hablando de El espanto surge de la tumba (1972), dicen que su director, Carlos Aured, "comprendió la carga profunda del guión de Naschy"; sobre Una libélula para cada muerto (1973) afirman que es "superior a la mayor parte de la obra del pope Argento". A buen entendedor...
A todo esto, hay una palabra que se repite machaconamente a lo largo del libro: Fantaterror. ¿Se tratará de un nuevo refresco de sabor explosivo? No, es el término con el que Paul Naschy se refiere al cine de terror fantástico.