CONTENIDO LITERAL

("Sonrisa del gato [la]", comentario de Juan José Parera. Derechos de autor 1996, Juan José Parera)

En la estación espacial conocida como La Peonza nada es lo que parece y el dueño de un bar de mala muerte puede ocultar a un inquisitivo espía que se ve atrapado en un juego de poder en busca de cierta información que resultará vital. Este es el punto de partida de La sonrisa del gato, la primera novela cyberpunk de autor español y en la que el lector encontrará, junto a una intriga trepidante, personajes tan atractivos como dispares: fanáticos religiosos, adictos al quirófano, policías corruptos y una inteligencia artificial que parece haberse escapado de Alicia en el país de las maravillas. Siguiendo una estructura literaria que recuerda la novela clásica de intriga, Rodolfo Martínez (finalista del premio UPC 1993 y Café de Gijón de Novela 1994) nos invita, a través de los recuerdos de uno de los protagonistas, a un viaje tan emocionante como lleno de peligros.
La sonrisa del gato es una buena novela que merece la pena leerse. Algunas cosas tiene que no me han gustado, a las que podría habérseles dado un tratamiento diferente, esas que hacen que el conjunto sea absolutamente redondo, pero me las callo. Y no con el ánimo de ocultar información u otorgarla sesgada, sino más bien en el íntimo convencimiento de que las soluciones que cada lector pueda plantear serán radicalmente distintas ¡No en vano en cada uno de nosotros anida un experto en política, literatura, fútbol y economía!
Es, aparentemente, la primera novela de Rodolfo Martínez. Matizando: es la primera novela que Rodolfo publica en una editorial de las llamadas serias, con una colección consolidada. Rodolfo ha escrito bastantes más novelas que duermen, algunas de ellas muy injustamente, el sueño eterno en los cajones de los editores. Otras han visto la luz a través de la escasa repercusión que aún tienen las revistas de aficionados a la ciencia ficción y la fantasia. Lo que sí ha publicado y mucho son cuentos, artículos, comentarios, poesías, ensayos, críticas, todos ellos de distinta factura, con desparejo resultado y, en general desgraciadamente, poco difundidos. No debemos olvidar, en todo caso, que ya tiene en su haber el reconocimiento de los aficionados con el premio Ignotus 1995 al mejor cuento por "Castillos en el aire" (Revista BEM, número 38).
Esta prolífica producción, que arranca de forma práctica alrededor del año 1987, tiene en La sonrisa del gato una gran utilidad: el manejo de las palabras. La prosa de este libro es extraordinariamente fluida. Casi podría decirse que ha sido escrita de una sentada, con lo primero que al autor le ha venido a la mente para desarrollar la materia en la que se encontraba. No es cierto, por supuesto. El propio Rodolfo me confirmó que el texto fue sujeto a las correspondientes revisiones. Lo cual, si cabe, es aún mejor. Tras pasar la tijera, el borrador, la opción "busca y sustituye" del procesador y cuantas otras herramientas tienen los autores a su disposición, el resultado final es fenomenal. Un texto claro, preciso, esponjoso. Una lectura fácilmente digerible apta para todos los paladares.
Me gusta comparar -sólo mentalmente, es la primera vez que lo escribo- la técnica de Rodolfo Martínez con la de Isaac Asimov de los años sesenta o, en un ejemplo más cercano, con la frescura de Arturo Pérez Reverte con quien el autor tiene, además, alguna semejanza física: el pelo corto, la cara redonda, las gafas escasas...
Ahora bien, los más puristas, con algo de razón en ocasiones, quieren ver en la espontaneidad y la porosidad nada más que un síntoma de la ausencia de maestría. Rellenar los huecos lingüísticos es tarea realmente sencilla a cambio de otorgar al escrito quizá erudición y enjundia, pero también sopor, pesadez y abandono. No debe olvidarse que Poulet entier frais bout avec de bière et servé avec des pommes de terre et carrotte râpe au plat es el pollo cocido de mi madre de toda la vida, mal que le pese a alguno.
Tiene la novela otras cualidades que deben hacerse valer: pertenece a ese subgénero, tendencia o etiqueta que ha venido a denominarse "ciberpunk", por lo que los amantes del producto están de enhorabuena. Matiza el autor en la jugosa entrevista que puedes leer en la revista BEM número 47 que, en todo caso, habría que añadirle el adjetivo light para terminar de catalogarlo... Me temo, en todo caso, que quizá la matización sea más para evitar que una parte de los posibles lectores no se animen a adquirir la novela movidos por un rechazo a la etiqueta.
Nunca he creído en el "ciberpunk" como subgénero sino como una forma de expresión de la ciencia ficción -con mejores y peores resultados como todo lo demás- en la que determinados acontecimientos, situaciones o maneras están mediatizados por el empleo de alta tecnología, lenguaje sincopado y mezcla cultural. De hecho, ni aún cambiando la denominación a "neuromántico" con la consiguiente modificación en el criterio clasificatorio como propone Spinrad en el brillante artículo publicado en la revista Gigamesh número 3, se conseguiría obtener un resultado distinto. De aplicar esa clasificación estricta quizá Bester, Matheson o Ramón y Cajal deban tener el honor de ser considerados como los primeros "ciber".
En una estación orbital, varios cientos de años en el futuro, lo menos que se puede pedir es que impere una alta tecnología. Como mínimo muy superior a la actual aunque pueda ser cotidiana en el entorno en el que está descrita. Y que esa tecnología esté constituida con redes, inteligencias artificiales, tarjetas de acceso o programas decodificadores no hace más que transportar algunas características actuales que, aunque aún escasas, a nadie se le escapa su existencia: ¡ya me gustaría que vieran mi puesto de trabajo! No me parece que por este lado pueda haber nada "ciber". Sobre esta estación -oficialmente Estación de convergencia número uno, popularmente La peonza- reza el acuerdo de las superpotencias (el Mandato y la Confederación) para no inmiscuirse en sus propios asuntos y, por tal motivo, es un territorio abonado para el florecimiento de genios, parias, corruptos, salvadores de los valores tradicionales o meros agentes de ventas y visitantes de paso. Unos y otros con sus tics, modales y costumbres otorgan al paisaje la sensación de islas impolutas entre océanos de basura. Pero eso tampoco es "ciber". O, dicho de otra manera, mi barrio podría acceder a esa categoría en cuanto la pusieran en marcha. Varios de los personajes que aparecen en la novela no tienen su cuerpo original sino que han sido modificados quirúrgicamente por variados motivos que oscilan entre la necesidad médica exclusiva hasta la depravación del colgado a la corriente. ¿Quieren aquí ver el "ciberpunk"? Ustedes mismos. iAh! Y aplicando una reducción fenomenológica ya me dirán que hacemos con todas esas personas -diabéticos, claudicantes, insuficientes coronarios, mutilados, fracturados, convulsivos, ciegos o simplemente disconformes con su presencia física- en los que el dacrón, la silicona, el teflón , el oro, el cobre, el titanio o el cadmio forman parte de cables, pilas, parches, hilos, tornillos, clavos, placas o microprocesadores de señal.
Si con estos argumentos aún no está usted convencido, ¡adelante! Va a leer una novela "ciberpunk". Para el resto quizá deba añadir que es una novela de ciencia ficción, bien ambientada, con extrapolaciones plausibles al ambiente en que se mueve. Desde el principio de la misma nos desenvolvemos en una aventura de misterio entre el espionaje, el suspense y el policiaco, terminando por imponerse esta última opción sobre las anteriores -el autor es un amante de este tipo de literatura y así lo demuestra con algunos guiños repartidos por el texto-, si bien la narración no es conducida al estilo más clásico desvelando poco a poco las claves, sino otorgando al lector casi desde el comienzo todo lo sucedido para que éste vea las implicaciones de cada una de las acciones. Lo que queda en el fondo para la entrega pausada son los cómos y los porqués, con una resolución francamente brillante. De todas maneras todo esto no es más que otra capa del envoltorio.
Acercándonos más, intentando aprehender la esencia misma de la historia, por debajo de las capas que el autor ha dispuesto a fin de no dejarnos ver el diamante en bruto, encontramos algunos de los elementos universales de la Literatura y de la substancia del ser humano: El Amor y el Poder. Casi todo, desde luego, se reduce a eso. Ahora bien, lo importante de estos dos conceptos está en observar la forma que adoptan.
Uno de los protagonistas, Memo (llamado así por su gran capacidad de memoria como consecuencia de un tratamiento quirúrgico) actúa movido por amor infantil disfrazado de afecto (el amor es ciego, el afecto es más reactivo) a la persona que le sacó del arroyo. Sin familia, sin amigos, vejado y utilizado por los poderes económicos de La peonza, ha sido incapaz de madurar más allá de la cotidiana supervivencia. No es extraño que se entregue sin cuestionárselo a la primera persona que aparece en su vida que no se limita a pedir sino, al contrario, que le ofrece refugio físico y psicológico, un hombro en el que apoyarse, un lugar donde volver cuando aprieta la angustia o donde recibir los consejos necesarios. Esta entrega de afecto no está condicionada a los propios fines que intente obtener la persona con la que se ha ligado. Lo único importante es la sensación de amparo. Un afecto casi castrense aunque no alcanza la obediencia ciega. Otro personaje, Arthur Conan Chandler ("Con") actúa también por amor, aunque aquí el disfraz es la Lealtad. Lealtad hacia quien le nombró, lealtad hacia el sistema, lealtad hacia sus amigos y servidores: Todo ello una nueva máscara. Él mismo no lo ve hasta que es demasiado tarde. En realidad se es leal a sí mismo. A sus convicciones más íntimas.
Cheshire, una de las inteligencias artificiales, se mueve por Poder disfrazado de Conocimiento. También, como el humano equivocado, cree que su ansia no es más que un subproducto de sus funciones, aquellas que le obligan a saber más, conocerlo todo, llenar los huecos del pasado con los conocimientos del presente. Poco a poco ella -y nosotros- podremos ver la transformación. Conocer significa Poder: para manipular, para interpretar, para conseguir objetivos, para ser más que dios...
Dios mismo -personaje secundario en la narración que es interpretado por una de sus criaturas- mueve los hilos movido por el Poder y, por cierto, no se anda con remilgos. El Poder que busca es el Total, el premio gordo, caiga quien caiga al conseguirlo.
Otros personajes, igualmente, se manejan con estos conceptos. No voy a insistir en ellos. La caracterización que de cada uno de ellos hace Rodolfo Martínez está perfectamente conseguida. Todos ellos tienen su historia, sus deseos, sus convicciones para moverse como lo hacen sin ser títeres del autor.
Esta es una buena novela con la que pasar un rato agradable, intenso y lleno de expectación y, si bien Miraguano nos está ofreciendo una selección de autores españoles de indudable calidad, la publicación de La sonrisa del gato ha subido la media de la colección un montón de puntos enteros o básicos o como diablos se llamen.