CONTENIDO LITERAL

("Máscaras del héroe", comentario de Manuel Díez Román. Derechos de autor 1997, Manuel Díez Román)

Se inicia la novela con una carta enviada por Pedro Luis de Gálvez, alma mater de la presente obra, al Inspector de Prisiones. El citado sujeto, imposible llamarle caballero, está preso en Ocaña por injurias al Rey y solicita el indulto. En dicha epístola vemos la peculiar juventud de este personaje, hijo de general carlista caído en desgracia, lo que hace de su infancia un periodo marcado por las privaciones que acabará llevándole al seminario y a sus hermanas a ejercer al oficio más antiguo del mundo. Su venalidad hará que abandone la carrera eclesiástica y, siendo un adolescente, se inicie en toda clase de pillerías. En el final de la misiva vemos la verdadera faz de Gálvez, un tipo de armas tomar, que no se detiene ante nada ni ante nadie.
A partir de ahí comienza la historia de Fernandito Navales, único vástago de una familia bien venida a menos. Apenas un adolescente se introduce en la tertulia que organiza Colombine, feminista radical que tiene alquilado el piso superior del viejo caserón familiar. Allí su destino comenzará a entrecruzarse con el de Gálvez, joven recién indultado, y conocerá a una impresionante galería de personajes: Pío Baroja, Valle-Inclán, Gómez de la Serna, etc., etc. A través de ellos contemplamos los restos del desastre del 98, que darán paso años más tarde a la calamitosa campaña de Marruecos. En ese país Gálvez iniciará su particular descenso a los infiernos. Enviado como corresponsal de guerra no sólo sus crónicas resultan inservibles sino que además se dedica a traficar con los moros, lo que marcará indefectiblemente su futuro maldito como periodista en la villa y corte.
Mientras, Fernando se hace hombre demasiado rápido. Huérfano de padre, toma como ejemplo a bohemios y crápulas, y se prepara para ser otro vividor más, aunque evitando por todos los medios caer en el pozo de la miseria que suele devorar a la mayoría.
A través de las memorias de Fernando Navales conocemos las correrías del singular Gálvez, mientras contemplamos el doloroso devenir de España, desde el desastre de Annual hasta la guerra civil, pasando por los felices 20, los magnicidios de Canalejas y Eduardo Dato o el advenimiento de la República. Pero no somos espectadores pasivos de los acontecimientos, sino que muchas veces participamos en los mismos de la mano de Fernando o de Gálvez, involucrados en la mayoría de los sucesos remarcables de la época. Y el espectro de personajes con los que tratan es impresionante: Unamuno, Jorge Luis Borges, Ortega y Gasset, Luis Buñuel, Salvador Dalí, Federico García Lorca, Jardiel Poncela, Rafael Alberti, Buenaventura Durruti y tantos otros. A este respecto es curioso comprobar la amistad de Fernando con José Antonio Primo de Rivera, ser testigo a través de sus ojos de los inicios de ese fascismo pretendidamente renovador, comprobar los titubeos y las contradicciones del fundador de la Falange, convertido en mártir del franquismo, cuya memoria marcaría a sangre y fuego los primeros años de la postguerra. Este libro es, en definitiva, una gran crónica de una ‚poca y de unas personas al límite, una epopeya de lo cotidiano.
Y durante todo el libro, a lo largo de los años, ambos hombres se encuentran, se enfrentan en un continuo toma y daca. Fernando es un alter ego de Gálvez, aunque con salvedades como su pretendido dandysmo y su carácter pusilánime. Son pícaros, pero no tienen nada que ver con la figura gloriosa del pícaro español del Siglo de Oro. Son mentirosos, vengativos, timadores, amorales, nihilistas, cínicos, cornudos, anticlericales, traidores, etc., etc. Capaces de lo peor y prácticamente nunca de lo mejor. Y si en Gálvez subyace cierto idealismo, romanticismo trasnochado, Fernando es egoísta hasta el límite.
¿Son entonces repulsivos ambos sujetos? Su vida es poco edificante, pero sus vicisitudes tienen la virtud de enganchar al lector, atraído por la España que nos describen, plagado de personas que hemos estudiado en los libros de Historia o de los que hemos oído hablar a nuestros mayores, a veces escandalizados, siempre sorprendidos al comprobar de lo que son capaces algunos con tal de sobrevivir o encontrar sentido a su vida.
Todo ello no sería posible sin el acertado tratamiento del lenguaje que realiza Prada, cuidado para asemejarse al utilizado por aquel entonces. Y, sobre todo, por la riqueza del vocabulario, negro y cruel cuando es necesario o más poético cuando se tercia, repleto de metáforas brillantes, que a veces nos obliga a releerlas para disfrutarlas de nuevo. Juan Manuel de Prada posee también un ágil estilo y un dominio de la técnica narrativa que nos mantiene pegados al libro. Es un ESCRITOR, con mayúsculas.
Resulta siempre un orgullo reseñar un espléndido libro como éste, que ya lleva varias reediciones (poco habitual en España, salvo para los autores "estrella"), un ejemplo de lo que es buena literatura y con el valor añadido de la juventud del autor, lo que nos hace presagiar que tras ésta su primera novela (sí, primera novela) llegarán más de calidad. Ante tanto bluff y escritorcillo aupado a la fama por el mero hecho de pertenecer a la llamada "Generación X" y cuya mayor virtud son las campañas de márketing que los arropan, Juan Manuel de Prada aporta frescura de ideas y tiene todas las armas necesarias para triunfar por sí mismo como escritor. Cuenta con el talento y las habilidades de quien está llamado a ser uno de los grandes nombres de las letras españolas del próximo siglo.