CONTENIDO LITERAL

("Pasillo de la muerte [el]", comentario de Armando Boix. Derechos de autor 1996, Armando Boix)

Tal vez se utilicen estas palabras en mi contra, pero debo confesar que algo del niño en mi interior consigue hacerme abrigar un detestable gusto literario. Me divierten las dime-novels, los pulps americanos, Rocambole, Fantomas, el Coyote... Todas aquellas historias de evasión que sobreviven al paso de los años aunque nadie quiera reconocer su lectura.
Por eso, al saber del proyecto de Stephen King de resucitar las novelas por entregas, no pude contener mi curiosidad. ¿Funcionarían hoy? Desde luego, para salir con bien del empeño, le situaba en envidiable posición su facilidad para escribir miles de páginas -que algunos utilizan como argumento para defenestrarlo, mientras olvidan que eso para nada condiciona la calidad literaria, como Balzac, Galdós o Baroja, ilustres polígrafos, demostraron-.
De cualquier forma, en los últimos años su instinto natural para conectar con los lectores anda bastante alicaído; quizás buscaba recobrar la frescura que sus novelas habían perdido mirando hacia atrás. Stephen King ya tocó el tema carcelario con anterioridad en Rita Hayworth y la redención de Shawshank, buena novela corta que pasó sin pena ni gloria entre sus lectores -tal vez porque su argumento realista no respondía a lo esperado de él- y que recientemente ha sido recuperada por el éxito de su adaptación cinematográfica con el título español de Cadena perpetua.
El estilo de El pasillo de la muerte, en boca de un antiguo guardián de prisiones encargado de la custodia y ejecución de los condenados a la pena capital, es lacónico y duro, recordándonos la novela criminal estilo James M. Cain o aquellas películas de presidiarios que en los años treinta realizó la Wagner con Paul Muni y James Cagney. Sin dejar de ser una historia fantástica, la novela se convierte en un eficaz alegado contra la pena de muerte. Pero no tema el lector encontrarse con un panfleto didáctico; Stephen King es lo suficientemente hábil como para no caer en ese error. El viejo carcelero no nos lanzará de entrada ningún sermón e incluso afirmará sin reparos que la mayoría de los hombres que pasaron por sus manos merecieron su destino. Si al leer la novela nos convencemos de la inhumanidad del sistema será más bien por la crueldad intrínseca de los hechos narrados, entre los que cabría destacar, por estremecedora, la descripción de la ejecución en la silla eléctrica de Delacroix, un violador y asesino al que en ningún momento el autor intenta justificar, pero cuyo fin terrible lo convierte en una figura más digna de compasión que de desprecio.
Otra baza a favor de esta obra es lo ágil que resulta su lectura, en comparación con otras novelas recientes del autor, como la soporífera Insomnia -y no es un chiste fácil-. Stephen King acostumbra a introducir a sus personajes contándonos a lo largo de innumerables páginas sus vidas y milagros, antes de desencadenar la acción. Suele así suceder en sus novelas de terror cercanas a las mil páginas que el sufrido lector ande ya por la cuatrocientos o quinientos y aún no se haya producido ningún hecho sobrenatural que la acredite como perteneciente al género. Por avenirse mal con la estructura de una novela por entregas -donde en menos de cien páginas han de ocurrir las suficientes cosas para enganchar al lector y hacerle comprar el siguiente episodio-, Stephen King ha tenido aquí que renunciar bastante a su abusiva utilización de las digresiones, consiguiendo en contrapartida una novela con mejor ritmo.
Pero aún queda la pregunta de oro: ¿Hay algún motivo que justifique hoy una novela por entregas? ¿Es puro marketing o un sano gusto por el juego y la experimentación? Que cada cual escoja su respuesta. En literatura a mí no me importan demasiado las motivaciones si los resultados son buenos, y en el caso de El pasillo de la muerte sí lo son.