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("Sonrisa del gato [la]", comentario de Armando Boix. Derechos de autor 1995, Armando Boix)

En el panorama de la ciencia ficción nacional hacen falta narradores que conciban su trabajo, no sólo como entretenimiento pasajero, sino como un oficio en el que es necesario sudar día a día. De las últimas hornadas, es sin duda Rodolfo Martínez quien mayor capacidad de trabajo posee. Su entrega a la escritura, que casi parece compulsiva y exenta de selección crítica, por desgracia actúa muchas veces en disminución de la calidad, con llamativos altibajos.
Pese a ello, su obra contiene una cualidad no siempre valorada: la extroversión. La literatura no siempre ha de ser elucubraciones egocéntricas, disquisiciones políticas o arrebatos esteticistas; también cabe la acción y la aventura en estado puro, sin tapaderas con las que justificarse. Y a este objetivo se ha dedicado Rodolfo Martínez con pasión.
La sonrisa del gato es un excelente ejemplo, ofrecido ahora por Miraguano en su encomiable labor de difundir la ciencia ficción española. En esta novela predomina la trama sobre el contenido, el movimiento sobre la reflexión; la gente corre constantemente, se persigue, se golpea, se dispara... Aunque en algún momento no acabamos de entender por qué lo hacen. La construcción de la novela como historia de misterio, en la que los objetivos de los protagonistas no se nos descubren hasta el final, oscurece el argumento tal vez innecesariamente, quedando algunos comportamientos difusos o explicados de un modo insuficiente -y en el caso de la inteligencia artificial llamada Cheshire es flagrante-.
Lo previsible de los personajes se revela el mayor defecto de la novela. Cualquier lector medianamente experimentado reconocerá enseguida, de un montón de historias anteriores, a esa computadora inteligente y con bastante mala leche, al delincuente juvenil a causa de la dureza de su vida, al fanático religioso manipulado o al policía torturador. La literatura de género es el reino del estereotipo y parte de su encanto reside ahí, aunque tal vez convendría disimularlo un poco...
La sonrisa del gato adopta con complacencia los gadgets distintivos del cyberpunk, tomados unos de Gibson y otros de Effinger, como la conexión neuronal hombre-máquina, los interfaces virtuales o los chips de personalidad. Por el contrario, Rodolfo Martínez rompe la habitual ubicación del cyberpunk en un marco cercano en el espacio y en el tiempo, para situar su novela en un futuro mucho más distante y apartado de nuestro mundo, en una base espacial denominada la Peonza, tierra de nadie entre la Confederación de Drímar y el Mandato Sáver, universo ya visitado anteriormente por el autor. La afición de Rodolfo Martínez a agrupar sus historias en series no tiene nada objetable; no obstante, las condiciones editoriales reinantes en España, que obligan al escritor a dispersar su producción en fanzines de escasa difusión, juega en contra, haciendo muy difícil al aficionado el poder seguirlas en toda su extensión.
¿Para cuando los editores perderán su tradicional reticencia hacia todo lo que no sea novela y podremos encontrar reunidos de forma coherente los relatos de autores de la talla de Rodolfo Martínez o León Arsenal?