CONTENIDO LITERAL

("Círculo de Jericó [el]", comentario de Armando Boix. Derechos de autor 1995, Armando Boix)

Mayor al placer de leer, está el de volver a leer. Esta afirmación es cierta, principalmente, cuando la relectura se produce por elección propia, regresando a los libros como el que se reune con un viejo amigo. Lejos de las incertidumbres del argumento, del impulso por conocer el desenlace, queda sólo el gusto a la palabra, a la construcción precisa, al guiño cómplice que tal vez nos pasó desapercibido en nuestra primera travesía por sus páginas. En algunas ocasiones, no obstante, la obligación de escribir un estudio o una crítica nos hacen tomar de nuevo entre las manos obras prescindibles y que mejor estarían criando polvo; entonces, más que una diversión, puede convertirse en un suplicio comparable a una estancia en galeras.
Nada más lejano de esta angustiosa tarea ha sido la lectura de El círculo de Jericó, cuyo contenido conocía en buena parte a través de su publicación como relatos independientes en diversos fanzines. Encontrarse otra vez con alguna de las mejores narraciones fantásticas aparecidas en los últimos años en este país es toda una gozada, a pesar de abrigar ciertas dudas -¡ay!- sobre la oportunidad de su reedición en forma de libro. ¿No supondrá un fracaso económico que cerrará en adelante las puertas de las grandes colecciones a los autores españoles? Reconozcámoslo, al lector ocasional de ciencia ficción le importa un bledo nuestros escritores y su opinión es que siempre será preferible un mal "Smith" antes que un excelente "García", mientras los varios centenares de aficionados que sí les interesa conocer cuanto se escribe en nuestra lengua difícilmente bastan para cubrir los mínimos de una edición comercial... Y eso suponiendo que todos compraran el libro -lo cual es mucho suponer-, pues, según deduzco de mis conversaciones con otros aficionados, veo poco probable que accedan a aflojarse el bolsillo por un libro formado en un 56% por cuentos ya presentes en sus estantes.
De todos modos, dejando de lado las consideraciones materialistas y regresando al terreno del ideal artístico, debemos considerar la recopilación de los cuentos de César Mallorquí como imprescindible. Era injusto que una obra de tal calidad permaneciera sepultada en publicaciones de minúscula tirada y aún peor distribución. Entre los textos incluidos cada cual hará su particular elección -si se me permite el voto yo me quedo con La pared de hielo, Premio Alberto Magno-; pero quien se acerque a ellos por primera vez puede fiarse del altísimo nivel de cada relato y, aunque su autor escape a menudo de las barreras genéricas de la ciencia ficción en una concepción mucho más generosa de la literatura fantástica, incluso el más recalcitrante aficionado al hard gozará seguro con su lectura.
Desde su primer relato, El rebaño, Mallorquí demostró un oficio impecable no fruto de la casualidad, sino que se mantuvo y aún se acrecentó en cada unas de sus narraciones posteriores. Entre sus mejores bazas se encuentra su sensibilidad para la creación de personajes, convincentes y a menudo entrañables; aunque de poco valdría sin el concurso de su prosa elegante y fluida, que conduce al lector página tras página sin aparente esfuerzo, sumergiéndolo en tramas perfectamente construidas y detalladas, con abundantes referencias culturales que sobrepasan los límites del género, inusuales entre la mayoría de autores "aficionados".
Además, si los méritos del autor no bastaran, el libro aún cuenta con un 44% inédito: La casa del doctor Pétalo, novela corta finalista del Premio UPC en 1993, y la historia que sirve de unión a todos los cuentos para convertirlos en lo que los anglosajones llaman un fix-up.
No sé si la idea de conectar entre sí los relatos partió del propio Mallorquí o si fue una imposición editorial; todo autor con aspiraciones a publicar profesionalmente sabe, sin embargo, que las editoriales consideran invendibles las colecciones de cuentos y presionan a los escritores para que concentren su labor en las novelas o, en última instancia, den una apariencia de unidad a sus obras breves. Y es precisamente en el intento de conectar lógicamente historias tan dispares donde surge el mayor traspiés del libro, pues obliga a Mallorquí a justificar con sofismas completamente inverosímiles las incongruencias derivadas de unir relatos sin ningún punto en común en el momento de su creación. Así debe explicar que por dos veces se describa el fin del mundo de forma diferente, o en una historia aparezcan procesadores de texto, cuando ésta transcurre noventa años atrás, según la perspectiva del narrador situado en nuestros días.
Si no convence como obra unitaria, debemos quitarnos el sombrero, repito, ante el valor individual de cada una de las historias. La casa del doctor Pétalo, la narración más extensa del volumen, se trata de una revisitación del mito de la bella y la bestia, enmarcado en los escenarios de la Barcelona contemporánea y de Mansión, construcción con puertas que la conectan a lugares y momentos merecedores de ser conservados por su belleza, situándolos fuera del tiempo y transformando este edificio infinito en un microcosmos, a la manera del Gormenghast, de Mervyn Peake, o, aún más, de "La biblioteca de Babel", de Borges, al que homenajea Mallorquí convirtiéndolo en uno de los personajes secundarios. Pero todo edificio contiene sus rincones oscuros y cada paraíso su serpiente... Excelente narración, en suma, que como tantos cuentos de hadas viene envuelta en cierto aire melancólico, acrecentado cuando volvemos la última página y cerramos el libro, con un suspiro... ¡A mí también me gustaría vivir en Mansión!
La casa del doctor Pétalo es una grata sorpresa y suficiente justificación para adquirir el libro, si alguien necesita un argumento. Debió correr mejor suerte en el Premio UPC; sinceramente la creo superior a la novelita de Alan Dean Foster y en algunos aspectos -en especial su desenlace- mucho más redonda que El mundo de Yarek, de Elia Barceló.