CONTENIDO LITERAL

("Watchmen" artículo de Alfredo Benítez Gutiérrez. Derechos de autor 1994, Alfredo Benítez Gutiérrez)

Una respuesta no tiene que ser necesariamente la única.
Charles Fort

Tengo la impresión de que hay temas que resultan inevitables en cualquier reunión de aficionados. Así ocurrió en Gadir '92, donde encontrar a Javier Redal y hablar de la obra de Moore y Gibbons fue todo uno. Y volvió a ser en Cádiz, esta vez en una de las habituales tertulias celebradas en la pastelería de Angel Torres, que resultó especialmente multitudinaria en esta ocasión, cuando inevitablemente Rafa Marín sacó a relucir el tema de Watchmen y con él los cuchillos.
Tan de cajón es decir que Watchmen levanta pasiones como constatar que el auténtico análisis de esta obra maestra es tan escaso como a veces confuso. No dudo al afirmar que los únicos trabajos coherentes que he leído sobre ella tienen por autor a los maestros Marín y Redal, y que aun éstos solo arañan la superficie de un océano quizás insondable. En mi correspondencia con Javier Redal le decía que Watchmen tiene la dimensión de un texto sagrado, si se me perdona la irreverencia. De sus complejidades, en efecto, cada lector puede extraer lo que más se aproxime a sus propias inquietudes y convicciones, pues siempre podrá hacerse una interpretación acorde con ellas. Aún más, su tantas veces celebrada perfección formal, geométrica, impone una lectura cabalística: de la misma forma que para los estudiosos hebreos la Biblia, como creación divina, no contiene nada casual ni irrelevante, ni la misma ordenación de las letras de cada palabra, así en Watchmen todo tiene un objeto.
Pero cuál es el objeto de la intención de Moore no es cuestión que goce de un acuerdo unánime. Y su interpretación crea escuelas, o depende de un enfoque que, hay que admitirlo, impone el crítico. Este, quiera que no, se ve lastrado por las ideas dominantes en su cultura, por muy conscientemente independiente que de ellas se crea. Y estas ideas crean un filtro por el que ciertos elementos de la historia de Watchmen, sutilmente expresados por Moore, no pasan, inconscientemente rechazados, conceptualmente incómodos.
Así, se habla del ridículo que representan los antiguos Minutemen, enfundados en sus trajes ajustados, reuniéndose para comentar sus hazañas contra delincuentes de poca monta, jugando a ser seres extraordinarios cuando en realidad se trata de neuróticos normales afectados de traumas sexuales, fetichistas de los disfraces, sospechosos de homosexualidad o gays reconocidos.
Este último aspecto es interesante por lo superficialmente que ha sido tratado. En efecto, se acusa a este o aquel otro de ser un homosexual reprimido o inconfeso y se pasa a otra cosa, como si todo estuviera dicho ya: como si no hubiera nada más que decir. Dejando aparte que lo homosexual es el acto, y no la persona, ¿por qué se justifica esta pretendida condición de los personajes de Watchmen con vagas referencias al travestismo y el fetichismo?
Evidentemente, por las mismas razones que la huelga anti-vigilantes de 77 se acepta como un hecho sin cuestionar sus motivos: ¿que lleva a la totalidad de las fuerzas policiales de una nación a exigir la eliminación de menos de media docena de enmascarados que, como mucho, capturan a algún delincuente de poca monta e impiden un par de atracos?
Bien pensado, ¿que hace que personas que de por sí son marginados se conviertan en los defensores de una sociedad que íntimamente les rechaza? ¿Y por qué lo hacen adoptando máscaras?
La misma palabra máscara es un principio de respuesta: en su origen en el griego clásico significa rostro. Una máscara, antes de ocultar, revela algo más profundo. El que la porta puede con ella desempeñar un papel que de otra forma le niega la sociedad: puede ser, de alguna forma, él mismo. Ahora bien, ¿quienes son estas personas que borran con una máscara el falso rostro que una civilización castrante les impone?
Cuando se crece con abrumadora certeza de ser despreciado, cuando se puede ser objeto de burla con sólo salir a la calle, la respuesta puede ser la automarginación, aceptar el mínimo espacio vital que se tolera al descastado, o la lucha desesperada por demostrar que se es, aparte la diferencia, tan bueno como cualquiera y, en algunos aspectos, mejor que muchos. Así, cuando en la película Victor o Victoria? el personaje interpretado por James Gardner descubre que su guardaespaldas, antigua estrella del fútbol americano, es homosexual, y sorprendido dice: "No lo entiendo. Fuiste el más duro, pendenciero y canalla jugador de la liga", se comprende la respuesta.
"- Cuando se es gay hay que ser duro, pendenciero y canalla para que te respeten".
Por esta razón, la proporción de homosexuales hombres y mujeres entre los deportistas de élite, según comprobó un estudio en los Estados Unidos, es significativamente mayor que entre la población general. Sencillamente, tienen el estímulo, tienen algo que demostrar. El deportista de éxito, quiera o no, se convierte en símbolo de la sociedad que le respalda, y así, sujetos que en otra circunstancias serían objeto del más cruel ostracismo se erigen en héroes populares.
Y ésta es la clave: ser héroe. No hace mucho, una investigación de los hábitos de los oficinistas de Nueva York demostró que dedicaban no menos del 14% de la jornada laboral a simplemente fantasear ante sus terminales de ordenador y tras sus mesas de escritorio, y que la fantasías más comunes después de las sexuales eran las heroicas: los aparentemente más egoístas e indiferentes burócratas sueñan con ayudar a los demás, con salvar vidas, con servir y proteger a los menos afortunados.
Que es lo que hacen los watchmen, o lo que intentan hacer. La imagen que de ellos ofrece Moore no es ciertamente triunfante, admitiré un componente de ridículo en el abismo entre su pretensión de ser héroes y la triste realidad de la escasez de auténticas oportunidades para lograrlo. Pero por encima de ello hay una determinación de superar las propias limitaciones, no tan sólo físicas, Marín tiene razón al recordarnos que no son super-héroes, sino psíquicas.
Las personalidades de los personajes de Moore son, en los casos en los que el autor revela datos de su formación, fruto de condiciones harto penosas, caso de Rorschach, o en todo caso nunca felices: todos son huérfanos. Psicóticos, neuróticos, o simplemente sádicos, como el Comediante, escogen canalizar la violencia de la sociedad que les margina contra los criminales que socavan la estructura de esa misma sociedad, que explotan sus debilidades y contradicciones. Y lo hacen sin pedir ni esperar nada a cambio, anónimos tras sus máscaras, confortados por la convicción de estar haciendo lo correcto. En cierta manera, devolviendo bien por mal.
Esto vale para todos los aventureros enmascarados de Moore, y especialmente para los que son homosexuales sin necesidad de hacer una interpretación amplia de Watchmen: Silueta, que salta a la fama desarticulando una red de pornografía infantil, Justicia Encapuchada, el defensor de las mujeres, y el Capitán Metrópolis, tan ingenuamente preocupado por la promiscuidad reinante en los años sesenta; todos tienen la ansiosa necesidad de ser aceptados, de ser un miembro más de la sociedad.
Esto es lo que brutalmente combate el llamado espíritu del 77. Aun inconscientemente, la sociedad no puede tolerar saberse defendida por aquellos a los que rechaza. Cuán desproporcionada aparece la huelga nacional de la policía cuando se piensa que va en contra de un pobre grupo de individualistas que hacen la guerra contra el crimen por su cuenta. Y cuán apropiada cuando se reconoce la profunda motivación psicológica que la sostiene. No se trata de una objeción política, pues aunque frecuentemente se tacha de fascista la actitud de más de un personaje de Watchmen, y he de reconocer que en más de un aspecto no son sujetos recomendables, tal acusación no es más que una de tantas simplificaciones interesadas. El fascismo que se pretende trasformador de la sociedad a través de la acción disciplinada de grupos bajo un liderazgo fuerte, por hacer otra simplificación más, queda muy lejos de unos watchmen cuyo mayor deseo es integrarse en ella, que actúan solos, obedecen a sus conciencias y no lanzan discursos a nadie.
No, la razón del rechazo popular a los watchmen no es otra sino el prejuicio, uno tan extendido y poderoso que ni siquiera se le reconoce mientras se aplica. Y frente a esa oscura masa se alzan los héroes, proclamando su determinación a no ser ignorados, como todos nosotros podemos hacer: unas veces triunfando, otras fracasando, pero intentándolo siempre.

Sí, estábamos locos, éramos pervertidos, racistas, nazis, todas esas cosas que la gente decía. Pero también estábamos porque creíamos en ello. Tratábamos, como buenamente podíamos, de convertir nuestro país en un lugar mejor y más seguro para vivir. Individualmente, cada uno por su parte, hicimos demasiadas cosas buenas en nuestras respectivas comunidades para ser ahora recordados por nuestras aberraciones, tanto sociales como sexuales o psicológicas.
Bajo la máscara
Hollis Mason