CONTENIDO LITERAL

("Enemigos del sistema", comentario de Ángel Mario Imwinkelried. Derechos de autor 1983, Ángel Mario Imwinkelried)

No parece particularmente movilizadora la tarea de encarar la crítica de un libro menor de un gran escritor. Para colmo de males un libro reciente (de 1978) ubicado cronológicamente después de casi todo, inclusive Last orders y The malacia tapestry. Y hasta predispone mal el hecho de que esté "inflado", compuesto con tipografía gigante, como tratando de "llenar" artificialmente los espacios.
Hay un grupo de turistas procedentes de Utopía (la Tierra dentro de un millón de años) en un planeta salvaje: Lysenka II. El planeta salvaje no ha superado el equivalente del período carbonífero, pero está habitado por los sobrevivientes de una tripulación terráquea preutópica que naufragara en el lugar hace más de un millón de años. En ese considerable lapso de tiempo los homo sapiens han tenido oportunidad de mutar e involucionar (lo que nunca se explica es cómo hicieron para sobrevivir en un planeta inacabado, que carece de los elementos básicos del ciclo biológico) hasta dividirse en especies diferentes, con diferentes grados de inteligencia, que van de lo animal a lo cultural. Aldiss aprovecha la confrontación -luego de marcar con trazo grueso la personalidad y la conducta de los utopistas- para poner de relieve una serie de ideas que podrían asimilarse a la sociología y antropología especulativa, pero sin llegar en ningún momento a convencer al lector de que los sapiens y uniformis descritos podrán materializarse en la realidad.
Se lee de un tirón (una frase hecha muy socorrida por los críticos literarios de suplemento dominical) pero solamente porque uno sabe que termina enseguida.
Y por supuesto deja una sensación de fracaso. La colisión de ideas -o la formulación de una teoría de conductas novelada- requiere la construcción de un marco rico en elementos. Aldiss lo hizo en Invernáculo, A cabeza descalza y muchos de los relatos desgranados a través de tres décadas, pero aquí trató de aparecer directo y descarnado y sólo alcanzó una raquítica polarización de retórica banal e incolora.