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("Señor de los anillos [el]", artículo de Domingo Santos. Derechos de autor 1980, Domingo Santos)

Por fin, tras más de dos años desde la aparición del primer volumen, tenemos entre nosotros la tercera y última parte que completa la gran obra tolkieniana. Ignoro si esta rapidez en publicar los dos últimos volúmenes de la trilogía (con unos pocos meses de distancia) se ha debido al estreno en nuestro país de la película de Bakshi, o al repentino éxito que ha obtenido la obra en todo el mundo, en un revival no por merecido menos sorprendente, ya que la obra es anterior a los años cincuenta. Pero creo que este es el momento idóneo de referirnos a ella, cuando ya cualquier lector interesado puede encontrarla (casi) completa en cualquier librería, a menos que alguno de los tomos se haya agotado, lo cual sería muy probable.
Y digo (casi) completa porque aún falta por aparecer el podríamos llamarle "prólogo" de la obra, Bilbo the Hobbit, anunciado ya por Minotauro, pero cuya fecha de publicación no me atrevo a aventurar visto el crónico retraso de publicaciones de esa editorial. Bilbo el Hobbit, si bien fue escrita por Tolkien con posterioridad a su magna trilogía, es temáticamente anterior a esta, y creo que hubiera sido muy juicioso por parte del editor español, puesto que estaba en su mano, haberla publicado antes o al menos simultáneamente. Claro que, en su opinión, debe considerar que, puesto que la venta está asegurada, ¿por qué preocuparse por esos detalles nimios?
Y vamos ya con la obra en sí. De la que poco puedo decir ya, después de que en el número 97 de ND nuestro llorado amigo y colaborador Jesús Gómez García nos ofreciera un extenso, detallado y documentado estudio de la gran obra tolkieniana que les recomiendo lean inmediatamente en lugar de estas pocas y pobres líneas. El Señor de los anillos es un clásico de la literatura fantástica, escrito por un maestro del lenguaje y de la imaginación, que perdurará como una obra maestra en la historia de la literatura universal. Como muchas otras obras maestras, como la obra de Lovecraft por ejemplo, su reconocimiento pleno llega tarde, tras la muerte de su autor. Pero ahí está al fin, ocupando el puesto que merece, gozando de una popularidad que en estos momentos quizá esté alcanzando unas cotas de supervaloración (algo que ocurre con todas las grandes obras, debido al esnobismo latente de una sociedad que encumbra tan fácilmente como destruye, siguiendo los dictados de una moda absurda creada por ella), pero que dentro de unos años adquirirá su justo nivel y valor. La edición de Minotauro es cuidada, y aunque, como decía muy bien Jesús Gómez, ningún traductor podrá pasarse trece años puliendo el lenguaje como hizo su autor para crear una obra maestra, la versión tiene una gran dignidad, cosa muy poco común en el género.
En cuanto a la obra en sí, ¿qué decir que no dijera ya Jesús Gómez en su magnífico artículo? Tolkien construyó un universo personalísimo, alejado por completo de nuestra realidad, pero al mismo tiempo profundamente basado en todas las leyendas que la han configurado. Las referencias a las antiguas mitologías terrestres, aunque distorsionadas y adaptadas a su finalidad particular, son numerosas. Los nombres de las distintas razas que intervienen en la acción, el propio lugar de la misma, traen sugestivas evocaciones. Pese al aura de fantasía e irrealidad que rodea toda la narración, en ningún momento nuestros pies se alejan del suelo que pisamos; estamos todavía en la Tierra, una tierra mágica y sorprendente, pero que, pese a todo, nuestro subconsciente aún puede identificar. Es la Tierra onírica en la que inconscientemente nos gustaría vivir, es la tierra de nuestros sueños.
Y el empleo del lenguaje. Tolkien, como el gran maestro que fue, mezcla sabiamente en la obra la narración directa, la tradición oral, los poemas, las canciones, creando con todo ello un clima y un ambiente que realzan un argumento que, despojado de todas estas sutilezas, no presenta apenas ninguna innovación. El gran atractivo de El Señor de los anillos no es lo que cuenta, sino el cómo lo cuenta. Por eso quizá, por haber perdido esta cualidad mágica de la narración, la película basada en la obra se queda a mucha distancia del original literario.
Solo puedo recomendarles una cosa: si está dentro de sus posibilidades (son 1.800 pesetas los tres tomos, lo cual obliga a pensárselo) compre el libro. Aunque durante unos meses tenga que olvidar todo el resto de SF que se publica en el país (menos ND, por supuesto), haga ese esfuerzo y compre el libro. Una vez lo haya leído reconocerá que valía la pena hacer el sacrificio. Y me lo agradecerá.