CONTENIDO LITERAL

("A cabeza descalza", comentario de Jaime Rosal del Castillo. Derechos de autor 1980, Jaime Rosal del Castillo)

Uno, con eso de ser -o pretender ser- escritor, siempre ha desconfiado de la objetividad de la crítica, especializada o no. El mundo de los críticos es, por así decirlo, como el sótano del edificio donde se asienta la Literatura -sí, con mayúscula-, y en él pueden encontrarse desde las opiniones más acertadas hasta las más gratuitas, sin olvidar las opiniones "de pago" al servicio de los intereses comerciales de las multinacionales de la cultura.
Por ello, y pecando como siempre he pecado de un subjetivismo exacerbado al que me siento incapaz de sustraerme, hace ya mucho tiempo abandoné mi oficio de crítico de SF. Otra razón de peso venía a sumarse a lo ya expuesto: no era justo que yo me dedicara a criticar a mis colegas de pluma sabiendo, por propia experiencia, lo difícil que resulta escribir. Así que opté por "colgar los guantes", decidido que jamás volvería a presentar batalla en un terreno en el que, francamente, no me movía a mi gusto. Sin embargo otro de mis pecados capitales ha sido siempre el de mantenerme al servicio de mis amigos, por ello cuando el otro día sonó el teléfono de la leonera a la que he tenido el detalle de bautizar con el nombre de despacho, poco me imaginaba que quien me telefoneaba lo hacía a título recordatorio. ¡La que se me venía encima! Se trataba de mi viejo amigo Domingo Santos que venía a recordarme mis deberes como colaborador de Nueva Dimensión.
-Mira Jaime, no me negarás que desde hace mucho tiempo figuras en el staff de la revista...
No iba a negárselo.
-...y tampoco vas a negarme -prosiguió sin dejar que le contestara- que hace ya demasiado tiempo que no escribes nada para ND.
Eso tampoco podía negárselo, así que decidí agarrar al toro por los cuernos y preguntarle:
-¿De qué se trata?
-Me hace falta alguien que quiera "meterle mano" a un Aldiss recién salido del horno.
Me quedé de piedra. ¿Cómo iba a ponerle el cascabel al gato habida cuenta de mis escrúpulos? Estuve a punto de negarme, argumentando con más o menos orden lo expuesto al principio de estas líneas, pero mi Pepito Grillo particular me recordó que si uno quiere aparecer en la lista de colaboradores de ND ha de ganárselo a pulso. Los de ND, por si no lo sabéis, no conceden prebendas gratuitamente; así que no me quedó más remedio que aceptar el encargo, teniendo en cuenta además que uno también siente cierta debilidad por los halagos.
-¿Para cuándo lo quieres?
-Para anteayer.
El plazo de entrega era excesivamente corto, pero los aficionados a la SF estamos de vuelta de esas paradojas temporales, así que respondí:
-Entonces mira en tu buzón, seguramente encontrarás la crítica ahí, y que los arcanos me protejan.
Sí, que los arcanos me protejan, porque emitir un juicio sobre A cabeza descalza de Brian W. Aldiss, sabiendo además que Domingo Santos es el director de la colección donde ha sido editada -Acervo para más señas-, resulta una empresa lo suficientemente ardua como para tirar la toalla antes de comenzar la lectura de la obra. Y es que hace años, en un viaje a Londres, tuve la osadía -teniendo en cuenta mis escasos conocimientos de inglés- de comprarme esta novela, que tuve que abandonar. En efecto, mis conocimientos de inglés no eran escasos sino prácticamente nulos al toparme con el primer inconveniente que plantea dicha novela: el lenguaje.
Porque A cabeza descalza entraña una terrible dificultad. Me imagino que Aldiss, buen lector de William S. Burroughs -por favor, no confundir con E. R. Burroughs-, se propuso en esta obra emular al monstruo de Texas y emprenderla con una serie de malabarismos lingüísticos prácticamente intraducibles, lo cual, a la hora de verter al castellano, representa un escollo prácticamente insalvable tanto para el lector como para el traductor. Quiero pues, antes de proseguir, rendir mi póstumo homenaje a Jesús Gómez García, quien efectuó una impecable traducción de la obra. La traducción y adaptación de esos malabarismos idiomáticos es un prodigio de exactitud y acomodación que facilita en gran medida la lectura de un texto de por sí ininteligible. Salvado este primer escollo, nos vamos a dar de narices con un tema arduo y espinoso -je, je-: el de la utilización del ácido lisérgico -vulgo LSD- como arma psicológica de disociación de la realidad. El tema no es nuevo, o tal vez no lo fuera en el momento en que Aldiss lo abordara hace ya una década. Ahora, para el lector hispano, que dispone de un montón de traducciones sobre temas afine debidos a la pluma de Phil K. Dick o de Michael Moorcock, quizá haya quedado un tanto obsoleto. Sin embargo, Aldiss sabe abordarlo desde una faceta muy particular, así que a la hora de emitir un juicio de valor, solo puedo decir que A cabeza descalza es una gran novela, no una obra maestra ni una obra que vaya a marcar un hito en la historia de la SF; sino simplemente, repito, una gran novela. Una novela en la que cabe destacar un doble esfuerzo: De una parte, el intento de extrapolar las polémicas surgidas en torno a la irrupción de lo que dio en llamarse desgraciadamente cultura psicodélica, de la que Timothy Leary -tal vez el Colin Charteris en la novela- fuera indiscutible patriarca. Y de otra la utilización del lenguaje como instrumento para mostrarnos una lógica visión de lo que sería la existencia de una humanidad, si su escala de valores de percepción se viera trastocada por la irrupción del ácido en el entorno cotidiano. También habría que resaltar la maestría con la que Aldiss maneja los escenarios que dan prueba fehaciente de su buen quehacer como escritor. Y tener muy presente la conclusión de la novela, que resulta perfectamente contrastable con las premisas que nos facilita el autor, lo cual resulta muy meritorio en cualquier obra de SF que se precie de serlo.
Tan solo cabría añadir que Aldiss se nos revela en A cabeza descalza como un poeta cargado de buenas intenciones pero terriblemente mediocre aunque tengamos que agradecerle que, seguramente, consciente de sus limitaciones en el dominio de la poesía, no haya cargado demasiado las tintas en esta faceta.
Por último, recomendar a los lectores de esta novela que se lo tomen con calma: leer entre líneas resulta a veces un ejercicio muy estimulante.