CONTENIDO LITERAL

("Tau Cero", comentario de Alejo Cuervo. Derechos de autor 1997, Gigamesh)

La aparición en castellano de un título como Tau cero, de Poul Anderson, brinda una rara oportunidad de reencontrarse con un autor al que muchos teníamos bastante olvidado, y que, en promedio, había dejado buen sabor de boca a lo largo de una dilatadísima carrera. Anderson puede describirse como uno de esos autores de segunda fila capaces de ganarse el aprecio y la confianza de sus lectores, un artesano al que se le perdonan novelas como Tiempo de fuego (Acervo), y se le recuerda con cariño por otras como El mundo de Satán (Edaf antigua), y de quien hay muestras dispersas en la práctica totalidad de colecciones especializadas que han existido a lo largo de varias décadas.
Anderson siempre ha practicado un estilo de ciencia ficción "dura" en el que la aventura espacial ha sido en gran medida su principal protagonista. (También ha cultivado la fantasía con resultados desiguales, pero ése es un terreno en el que no tiene mucho sentido entrar en estas líneas.) Como buena parte de los escritores de esta escuela, usa una prosa funcional y no suele ser especialmente hábil en el terreno de la caracterización, por lo que la eficacia de sus novelas suele descansar en la trama o lo afortunado de los escenarios que presenta.
Tau cero es, por otra parte, un libro de lectura particularmente apetecible para cualquier seguidor del género, puesto que además de estar considerado como uno de los más destacados de su autor, había merecido el honor de figurar en la lista de las cien de Pringle. Eso sin contar con que se ciñe al formato de dos o trescientas páginas, extensión clásica y cada vez más añorada de una novela en otros tiempos que, imperativos editoriales, Anderson parece haber abandonado con un monstruo como La nave de un millón de años (Nova CF), su novela más reciente publicada aquí.
Desde mi punto de vista, la fama de Tau cero es totalmente merecida. Su sencillez, eficacia y, sobre todo, la seriedad y sinceridad con las que está construida hacen que, treinta años después de su edición original, brille con luz propia en medio de innumerables productos de consumo mediocres y escapistas. La mayor parte de la ciencia ficción "dura", representada hoy en día por las ya mencionadas tres Bes [Nota de Términus Trántor: Se refiere a Benford, Bear y Brin, mencionados en otro lugar de la misma revista], suele saltar alegremente al espacio para describir epopeyas que, pretenden, están sólidamente basadas en nuestros conocimientos científicos. Paparruchas. Tau cero es una de las raras novelas que se ha molestado en recordárnoslo: vivimos en un universo en el que el viaje interestelar es prácticamente imposible.
No es que no existan autores que tengan en cuenta las limitaciones que impone la contracción relativista, y cabe citar a Haldeman con La guerra interminable (Edhasa) como ejemplo socorrido de una de las más afortunadas. No. Lo que ocurre es que nadie parece ser capaz de traducir ese conocimiento y sus implicaciones a una escala humana comprensible. Anderson, pese a lo limitado de su registro como escritor, lo consigue de una forma brillante.
Su planteamiento de salida no puede ser más tópico: en el siglo XXIII, se elige una tripulación de cincuenta especialistas para viajar a bordo de la primera nave interestelar con el objeto de fundar una colonia. Después de un tiempo de viaje, hay un accidente y los planes se tuercen. A partir de ahí, la descripción del viaje se convierte progresivamente en una toma de contacto implacable con la verdadera dimensión del universo y de las dificultades de la tripulación en darle un sentido a un viaje que escapa a su control. Decía antes que Anderson no era precisamente un buen caracterizador, pero logra darle cierta fuerza dramática a su historia gracias a la honestidad con la que explora la necesidad de sus personajes de tener una motivación para, sencillamente, poder seguir adelante.
Las explicaciones físicas de lo que ocurre en el transcurso del viaje son comedidas y, lo que es más de agradecer, extremadamente ajustadas a lo que se sabe con certeza del universo. Existe, por supuesto, una elección especulativa en todo ello, y hay una trampa final que no voy a desvelar. Pero nada que le reste mérito alguno a una novela que logra poner tantas cosas en su sitio con una sencillez tan abrumadora.
Por lo que respecta a la edición, cabe señalar que ha sido traducida por Pedro Jorge, cuya formación asegura que la terminología física sea ajustada (razón por la que supongo le han adjudicado también a Stephen Baxter). La única pega es la falta de experiencia que hace que a veces se le cuelen expresiones del estilo de "le igualó bebiendo" o literalidades casi cómicas como "la constelación regida por la Virgen". Pedro acabará solucionando ese tipo de problemas solo (a juzgar por Las naves del tiempo), pero sería de agradecer, dado el precio de los libros de la colección, que se notara la mano de un corrector de estilo en estos casos.