CONTENIDO LITERAL

("Cetaganda", comentario de Héctor Ramos. Derechos de autor 1997, Gigamesh)

Y vamos de entregas. Definitivamente, parece que la ficción corta ha asumido su rol de género del pasado en la ciencia ficción. Sólo subsiste en los fanzines, en las revistas y en los premios, los tres ámbitos menos frecuentados por el público lector de cualquier clase (en eso la ciencia ficción se va acercando a la literatura general). Va quedando claro que el libro ha sido conquistado por la novela y, más comúnmente, por las series.
Se trata esta vez de una de las más famosas de los últimos tiempos, probablemente la más premiada también. Cetaganda es el noveno volumen de las aventuras de Miles Vorkosigan, un indefinible personaje de aptitudes intelectuales sorprendentes, pero físicamente deforme. Por encargo del emperador de Barrayar, Miles y su primo Iván visitan el imperio rival de Cetaganda, con motivo del entierro de la emperatriz. En su entrada al planeta, algo inesperado les ocurre, y a partir de ahí, se perfila una trama policíaca sobre las confrontaciones internas de Cetaganda que atrapará a los dos primos.
Es interesante observar el desarrollo de la capacidad de razonamiento deductivo de Miles. Su autocontrol y su sangre fría ante acontecimientos no sucedidos, que sólo su cerebro ve como inminentes, le permiten ser la figura dominante de la novela de principio a fin. Es negativamente interesante ver cómo el resto de los puntos de atracción de la historia simplemente no existen. Cuando se termina Miles, no hay nadie que atrape el hilo argumental, ni una trama que nos seduzca como lo hace su lucha de movimientos con los enemigos del entorno imperial. Frente a la riqueza de personajes a la que hacía alusión en el libro de Card, Bujold concentra toda su riqueza en la exclusividad de su héroe central. Le sale un protagonista más preciso, más completo y más absorbente... tanto que anula la novela.
Incluso las ramificaciones argumentales acaban en Miles: su pasión por la haut Rian Degtiar, su desconfianza ante las fiestas de Lord Yenaro, la riada de información sobre la sociedad cetagandana que el propio Miles provoca... Todo contribuye a una omnipresencia del protagonista que redunda en la disminución del antagonista; tanto es así, que al final de la novela queda una sensación como de no haber existido ningún problema que, en algún momento, fuera a ser un poquito superior a Miles Vorkosigan.
La idea de una sociedad jerarquizada, cuyo punto de origen es la manipulación genética, es algo especialmente gratificante a lo que únicamente se le presta una atención estratégica en la novela. Existen un sello y una llave imperiales, que son la clave para producir nuevos individuos. No queda nada clara la seguridad de los códigos, aunque todas las satrapías guarden una parte del código total, y la posesión de esa información genética es sinónimo de poder, dado el especial respeto de los cetagandanos hacia las relaciones nobiliarias. Lo que no parece muy completo es el cuadro social cetagandano, sostenido por los haut y los ghem, la nobleza superior e inferior respectivamente, y los ba, equivalentes a los parias; se echa de menos alguna explicación sobre la gente corriente.
Por otra parte, me maravilla la capacidad de Lois McMaster Bujold para aliarse rápidamente del lado de la ciencia ficción. Ultimamente el único requisito para ello parece ser publicar en colecciones de cf y declararse abiertamente partidario del género; con ello, Bujold ha conseguido un éxito que me extrañaría ver en otros campos de la literatura. ¿Tal vez en la de detectives? Creo que podría intentar responder a esta pregunta con Cetaganda, que tiene más de Holmes que de Mulo.
Es una novela corriente, manejada con el oficio que viene demostrando su autora a lo largo de su obra, pero puesta en evidencia por la falta de liberalidad de Bujold con sus propios personajes. Tan cerrada que resulta anquilosada, tan pensada que apura incluso el final, no es la clase de hito en la obra de un autor que podamos admirar. A no ser, claro, que avancemos en el concepto de aficionado y lleguemos al de incondicional. Incondicional sólo me puedo declarar de esos maravillosos apéndices con que nos suele regalar Ediciones B.