CONTENIDO LITERAL

("Fantasmas de América y maravillas del Viejo Mundo", comentario de Albert Solé. Derechos de autor 1996, Gigamesh)

La primera página de la introducción a Fantasmas de América y maravillas del Viejo Mundo, la recopilación de cuentos, impresiones, pensamientos y demás retales literarios que es, por el momento, el último libro de la Carter aparecido entre nosotros, ya deja bien claro el doble signo inscrito en el frontispicio de este pequeño edificio impreso: estamos ante un friso al que dominan la muerte por una parte -pues Angela Carter murió de cáncer de pulmón el año 1992, y con ello goza ya del privilegio de que tanto su obra como su vida hayan adquirido el sentido definitivo, irrevocable y fosilizado del insecto atrapado en un bloque de ámbar-, y la voluntad crematística por otra, ya que cuanto dejó escrito y sin ser publicado antes de su muerte era pura materia prima editable, con la que se podía hacer "cualquier cosa con tal de obtener dinero para sus muchachos" (id est, su esposo Mark y su hijo Alexander).
Esa segunda característica, evidentemente loable tanto en su bondad intrínseca como en el sarcasmo añadido resultante de que una escritora como la Carter, que se pasó toda su vida dando vueltas a los roles establecidos e invirtiéndolos con mayor o menor fortuna, acabe después de muerta convirtiéndose en ganapán de aquellos que, según los criterios sociales contra los que disparaba su obra, deberían ganarse la vida más o menos por su cuenta, por desgracia marca al librito con el sello de la decepción que es muy probable vaya a embargar a quien ya conociese el opus carteriano y hubiera disfrutado enormemente con él en ocasiones anteriores.
Porque, y es un poco triste constatarlo, la lectura de Fantasmas... termina dejando la irreprimible impresión de que, salvo alguna pieza mínimamente trabajada -y, con todo, lejana de las mejores cimas que había alcanzado la Carter de otros momentos-, como pueden ser "El tigre de Lizzie" o "Cenicienta, o el espíritu de una madre" (que, significativamente, es el único texto del libro que había gozado de publicación previa en una antología de qualité) y donde Carter se dedica a repasar, de nuevo y con una cierta desgana, el fabulario contemporáneo para injertarle nuevas metonimias, caretas y posibilidades; el resto es o superfluo (el curioso y altamente fallido trabajo guionizador de la tragedia de John Ford), o repetitivo ("Un rifle para el diablo" o el especialmente decepcionante "Mercader de sombras", cuya cansina manipulación del horror hollywoodiano suena a receta recalentada y que, por no llegar, ni siquiera llega a exprimirle los suculentos jugos que obtenía un Robert Bloch -que ya es decir- en los muchos cuentos que dedicó a la Meca del Cine), o pura y simplemente reservado a los coleccionistas de rarezas carterianas, como ese "Impresiones: la Magdalena de Wrightsman", que se diría arrancado sin demasiada fortuna a los mucho más enérgicos y entusiásticos arabescos mentales de La mujer sadiana.
Como observación final que hace todavía más dolorosa esta pequeña debacle, además -y el asunto resulta todavía más curioso teniendo en cuenta los elevados estándares que distinguen a los libros de Minotauro- Fantasmas... ofrece una traducción de los originales que, sin ser mala, tampoco es especialmente distinguida: expresiones y construcciones tan chirriantes como "se habría visto en figurillas para explicar" o "los nada zafios por cierto borgoñones" coexisten con despistes, generalmente cinematográficos, tan poco perdonables a estas alturas como hablar de "punto de mira" (por "punto de vista") en el guión sobre John Ford, imponer al lector la molesta tarea de averiguar qué películas son Sunset boulevard o Doble indemnización -que, obvia y respectivamente, son El crepúsculo de los dioses y Perdición-, o armar gazapos tan inescrutables como "Esta persona, Ma o Pa, Cafetera o lo que fuese" por ignorar la existencia de la celebérrima pareja de paletos fílmicos Ma/má y Pa/pá Kettle/Cafetera.