CONTENIDO LITERAL

("Martillo de Dios [el]", comentario de Susana Vallejo. Derechos de autor 1996, Gigamesh)

Parece ser que después de explorar los más lejanos planetas de las galaxias y universos, los escritores vuelven su mirada a nuestro sencillo y real sistema solar. Bear lo hace en su Marte se mueve, y con ello nos demuestra que el sentido de la maravilla no es directamente proporcional a la lejanía de nuestro planeta al universo literario inventado. Arthur C. Clarke también vuelve su vista hacia Marte y la Luna, como lugares próximos a los que podemos llegar y colonizar en un futuro no demasiado lejano (si la NASA obtiene los fondos necesarios, claro).
Lo único en lo que coincide con Bear en este Marte colonizado imaginario, y no deja de ser curioso, es en la personalidad de esa generación marciana descendiente de terrestres: orgullosos, cabezones, obstinados y retrógados respecto a esos terrestres locatis y seguidores de unas modas más o menos insanas (supongo que ambos se han basado en antecedentes históricos de colonias versus países colonizadores).
Pero Arthur C Clarke sigue en su estilo clásico de siempre: parece que estemos leyendo una novela de hace más de veinte años. No ha evolucionado literariamente. No crea todo un universo futuro coherente y creible, tan sólo se dedica, como en la añeja ciencia ficción de los cincuenta ¿o cuarenta incluso?, a dar pinceladas de tecnología, así como quién no quiere la cosa, para obtener un cuadro del futuro lleno de inventos se supone que sorprendentes para el lector.
Observad el pasmo de la originalidad en el argumento: un asteroide se dirige a la Tierra y va a colisionar con ella. La muerte de millones de personas es inminente, incluso el fin de la tierra tal y como la conocemos. Los únicos que pueden salvarse son los colonos selenitas o marcianos...
Lo peor, a nivel literario, es la simplonería con la que describe un suceso que causaría tremendas consecuencias en la Tierra (imaginad por un momento que nos dicen que a todos sólo nos quedan unos meses de vida). La situación que se produce en la Tierra se limita a frases del siguiente estilo: "Los planes a largo plazo habían quedado congelados...", "los disturbios y el pánico que pueden producirse en los próximos meses", "pánicos masivos, miles de suicidios e importantes disturbios"... En la nave Goliat también esperan la muerte con resignación, y lo que también podía desembocar en profundas crisis existenciales o retratos psicológicos, se resume en se lo tomaron todos muy bien y con valentía, y lo único que salía de los normal era "la actividad sexual incrementada por la inminendcia de la muerte".
Pero, claro, suponemos que Clarke no ahonda en estos temas de profundidad psicológica, porque lo que de verdad le interesa es la aventura de ese protagonista que salva al mundo. Pasmoso. El capitán de la Goliat es un héroe como los de antes (como toda la novela, que es también como las de antes), que tiene un destino grandioso y poco corazón. (Eso sí, no faltan otras pinceladas de amores y momentos felices perdidos con su primera mujer e hijo, con cuyos recuerdos en sus últimos momentos se machaca las neuronas en un cerebrain guais , o cómo se llame.)
Al final de la novela y a modo de epílogo, Clarke nos explica el origen de cada uno de sus inventitos. Clarke no es un escritor, sino un investigador que disfruta extrapolando e intentando dar con el futuro real, al que da forma novelada para no resultar tan aburrido. No discuto que esto fuese muy original en su tiempo, y que siga gustando a muchos. Pero a mí me parece un viejo truco de profesor de colegio.