CONTENIDO LITERAL

("Cueva de cristal [la]", comentario de Susana Vallejo. Derechos de autor 1995, Gigamesh)

Hay libros y libros.
Hay libros de los que es difícil hablar porque hay muy poco que extraer de ellos, y otros que crean tantas imágenes en la mente del lector y sugieren tantas cosas que no se sabe por dónde empezar.
La cueva de cristal de Mary Stewart pertenece tristemente al primer grupo.
Cualquiera diría que la autora, en este presunto clásico del tema artúrico, se ha empeñado en que distingamos claramente dos partes y un epílogo. En la primera parte se narra la infancia de Merlín. Que conste que en estas páginas la historia está bien llevada, es original y entretenida, aventurera y tierna cuando hace falta. Además la recreación de la época tiene encanto, y consigue cierta plasticidad con sus descripciones y el ambiente que evoca. El personaje de Merlín, niño, no deja de parecer un tanto listillo, y sin embargo sus andanzas, aventuras y su crecimiento son emocionantes y encantadoras.
El problema llega cuando el protagonista empieza a crecer. Da la sensación de que el personaje se escapa de manos de la autora y ésta empieza a divagar. Merlín crece y nada más adentrarse en la adolescencia -debe ser cosa de las hormonas- pierde credibilidad. Con los años su personalidad se desdibuja y se convierte en un cliché. Y al convertirse en algo de cartón piedra, como en los viejos cuentos, pierde el alma.
Asistimos entonces perplejos a las confusas andanzas de los personajes por Bretaña inmersos en miles de batallitas; de pronto uno está aquí y los ejércitos enemigos se pegan, al día siguiente allá y los ejércitos enemigos se pegan, al otro día en otro lugar donde los ejércitos se pegan... Al final ni sabes dónde estás, ni te interesa, y, eso sí, sabes que hay una batalla.
Y claro, allá donde haya una batalla hay sangre: la sangre y los muertos nos salpican sólo, se supone, para dar sabor realista; muere hasta el apuntador en cuanto uno se descuida (la madre, el padre, el primo...). Sin duda la mejor muerte de todas es la muerte del primo. Quizás marque la frontera entre esa primera parte correcta y esa segunda confusa: asistí patidifusa a una de las más divertidas referencias que nunca haya leído. Merlín está hablando tranquilamente con su primo y de repente aparece un paréntesis que nos dice: "(El primo este... se marchó pronto... Pero en una escaramuza de poca importancia recibiría unas heridas de las que murió poco después)". Tras este interesante paréntesis el primo sigue tranquilamente hablando con Merlín. Pobre de él que no sabe de su destino decidido en apenas dos líneas. Da la sensación de que la autora se cansa de escribir y lo pone ahí, plaff, para quitarse de en medio a ese personaje que de repente le cae mal.
El final del libro, a modo de epílogo, en apenas un puñado de páginas, nos narra la típica leyenda del nacimiento de Arturo (esa que conocemos todos), la intervención mágica de Merlín, que la autora explica con un realismo certero, y vuelve a recuperar esa soltura en la narración que atrapaba en su primera parte. Incluso Merlín vuelve a cubrirse de humanidad cuando muere su criado y parece que hasta le duele. (Ya digo que allá por la mitad del libro muere todo el mundo y le da igual que le da lo mismo.)
Total, que si eres un forofo de las historias artúricas puede que incluso te guste. Si no, te espera tan sólo un libro entretenido al principio e incluso emocionante, que acaba decepcionando.