CONTENIDO LITERAL

("Tebas, la de las cien puertas", comentario de Héctor Ramos. Derechos de autor 1995, Gigamesh)

Las obras de ficción obedecen siempre a un planteamiento previo de su autor. Bien pueden expandirse a través de lo que conocemos tradicionalmente por inspiración, ofreciendo como atractivo de goce la originalidad, bien optan por crecer como hijas de una labor de documentación, aportando a nuestra recepción la renovación y el conocimiento. Los hechos nos demuestran que las dos versiones no corresponden a dos tipos de escritor, sino a dos maneras de elaborar narraciones. Robert Silverberg es un autor que, constatando sus buenas y malas épocas, ha sabido desenvolverse entre ambos polos con sinceridad, pero que en ocasiones ha cedido a la tentación de limitar su talento a su trabajo, como sucede en Tebas, la de las cien puertas.
Edward Davis es un voluntario que es enviado al antiguo Egipto con la misión de localizar a dos anteriores exploradores cuyo rastro se ha perdido. Su búsqueda es recompensada con una rapidez y una suerte increíbles, pero la posición de sus dos compañeros en la sociedad egipcia pondrá su meta más difícil. Para esta exigua novela, Silverberg ha conjugado un argumento más consecuencia de la inercia que de la imaginación, un trasfondo cultural egipcio limitado a breves apariciones de utilidad, un elenco de personajes pobres extrañamente apaciguados por las circunstancias y una colección de sospechas de esas que los escritores emplean para asustarnos con alargar el final. Tal vez lo último haya sido la parte más de agradecer, el no estirar la espada de Damocles sobre nuestra inocente lectura más de las 126 páginas que dura esta insípida novela.