CONTENIDO LITERAL

("Tierra permanece [la]", comentario de Albert Solé. Derechos de autor 1995, Gigamesh)

El título oblicuo, o La tierra permanece. El título oblicuo se guarda algo para sí: nos explica con mucha claridad una parte de lo que propone, pero se reserva la parte de la imagen que dará todo su sentido al cuadro y que hará adquirir un nuevo sentido a lo que ha enunciado. George Stewart ganó el primer International Fantasy Award con esta bellísima novela, que le consiguió un hueco para siempre en el panteón del género y cuyo éxito artístico jamás consiguió duplicar posteriormente, y legó a la posteridad una de las más hermosas, aterradoras e impresionantes epopeyas catastróficas que esa modalidad de la imaginación que, por comodidad, encuadramos bajo la categoría de la ciencia ficción ha deparado hasta el momento.
La premisa es realmente simple: una plaga ha diezmado hasta extremos terribles a la población del planeta, y La Tierra permanece nos contará los tremendos esfuerzos que su héroe hace para reconstruir la civilización que se le ha escurrido de entre las manos y documentará su itinerario de tropezones, pequeños triunfos, dolores y sorpresas hasta llegar a la constatación final de que no es posible detener la caída en el vacío de la barbarie cuando se está solo y no hay nadie que pueda compartir nuestros recuerdos del esplendor pasado y nuestro conocimiento desgraciadamente fragmentado de lo que permitió obtener ese esplendor. Nuestro esforzado luchador acabará reconociendo el fracaso de sus sueños inspirados en las ficciones optimistas de los tiempos de apogeo burgués: Robinson Crusoe podía llegar a vivir como un perfecto gentleman inglés en una isla tropical después de haber naufragado y podía reconstruir, él solito y sin más ayuda que la de un providencial barco varado del que se podía sacar la utillería necesaria, prácticamente toda la Civilización Industrial y el Reino de la Máquina; pero esos tiempos han quedado atrás. Stewart es consciente de que estaba empezando a vivir una nueva era en la que esos optimismos rosados ya no podían estar bien vistos, o ser simplemente creíbles, salvo si figuraban dentro de un programa electoral; y su visión de los espasmos reconstructores no llega a ser tan negra como la de un Golding en El señor de las moscas, pero acaba teniendo que doblegarse ante la irremediable dureza de lo que no puede ser cambiado.
El final de la novela nos revela lo que su título ha estado haciendo flotar delante de nuestros ojos desde que abrimos el libro: la tierra permanece, con todo, y sus mecanismos biológicos seguirán obrando con la espantosa y admirable tozudez ciega que nos ha permitido llegar aquí hasta, seguramente, volver a empujar la rueda todo el trecho necesario para que regrese a la posición elegida por Stewart para dar comienzo a su crónica. El fragmento de la imagen que faltaba para que comprendiéramos su significado es, evidentemente, el de que nosotros no permanecemos ni perduramos y que el globo sigue moviéndose, creando y destruyendo sin prestar ninguna atención a la trampa mental que nos permite pasar cada día de nuestras existencias creyendo que somos la estrella de una película construida a nuestro alrededor.