CONTENIDO LITERAL

("Torre abominable [la]", comentario de Héctor Ramos. Derechos de autor 1995, Gigamesh)

No hay duda de que Gordon R. Dickson se puso a la tarea de escribir con La torre abominable una novela de fantasía con una mentalidad propia de la verosimilitud de la ciencia ficción. Hasta cierto punto es imposible llevar ese planteamiento a cuestiones extremas, pero sí es perfectamente factible otorgar dignidad a un género cuyos presupuestos deben ser asumidos como fe verdadera antes que asimilados por vía racional.
En general se puede decir que el intento de Dickson acaba en la intención, ante la magnitud de las dificultades. Pero hasta donde llega, consigue convencer. No puede existir discusión posible sobre la existencia de dragones, pero sí que se pueden aplicar nociones de aerodinámico, biología y fisiología al funcionamiento de su cuerpo y de sus instintos. Por otro lado, y sin llegar a la crudeza de Connie Willis, existen atisbes de proceso a la Edad Media, época en que se sitúa la acción.
Ésta se desencadena cuando James Eckert, profesor adjunto de historia, sigue los pasos de su novia Angie a través de un curioso desplazamiento astral que lo obliga a vivir en el cuerpo de un dragón llamado Gorbash. Se entera de que Angie ha sido raptada por otro dragón, Bryagh. Un curioso mago llamado Carolinus le notifica la gravedad de su problema, puesto que forma parte de un enfrentamiento mayor que el que iba a tener con el dragón.
La aparición de personajes antagonistas y aliados comienza a salpimentar la búsqueda, que parece localizarse en una Britania medieval sin que la mente disquisidora de Eckert se plantee siquiera el hecho. Sí que nos permite pasar por el tamiz de la incredulidad una variada colección de tópicos fantásticos y épicos que en otras novelas no se ven molestados. La elección del narrador no omnisciente, llevada a su práctica más rigurosa -vivimos hasta las ausencias y los desvanecimientos del protagonista, y no poseemos ninguna información de lo que ocurre en esos momentos salvo los relatos posteriores corrobora la voluntad realista de Dickson. El descubrimiento del mundo por parte de Eckert resulta tan atrayente por el doble motivo de que está realizado con una visión semejante a la nuestra, y de que su perseverancia provoca una sensación que mezcla disfrute y angustia, difícil de crear.