CONTENIDO LITERAL

("Simulacros [los]", comentario de Rodolfo Martínez. Derechos de autor Rodolfo Martínez 1988, Rodolfo Martínez)

Temo que este comentario vaya a resultar demasiado personal. Y es que no lo puedo evitar: Dick me encanta, lo considero como uno de los escritos más originales y alucinantes de este siglo. Nadie como él ha sabido destruir la realidad que nos rodea, nadie como él se ha metido en el interior de nuestras pequeñas neurosis de cada día y las ha convertido en mundos fantasmales de los que a veces es imposible escapar, nadie como él ha creado personajes tan mediocres, frustrados, fracasados y sobre todo, tan terriblemente humanos.
Dicho esto, he de aclarar que la novela que nos ocupa no es una de mis favoritas, contiene casi todos los elementos característicos de su primera época: sociedad represiva, políticos corruptos, hombre grises y anodinos, poderes paranormales... pero falta, a mi entender, para que se convierta en una de sus novelas mayores, ese sentido de la irrealidad, de no saber al terminar el libro si estamos en el mundo real o dentro de una pesadilla de algún otro ser, que encontramos en Los tres estigmas de Palmer Eldritch o en Ubik, en mi opinión sus obras maestras de los años sesenta. A lo largo de la novela hay momentos donde la realidad se tambalea, incluso se desdibuja, pero no llega a deshacerse completamente como en los dos libros a los que acabo de referirme.
Por otro lado, y afortunadamente, las obras de Dick son algo más, mucho más, que un simple juego de a-ver-si-sabes-cuál-es-el-mundo-real-y-cuál-el-ficticio. Una de las cosas más características de este escritor son, siempre, sus personajes. Personajes al mismo tiempo extraños y familiares, mediocres pero llenos de sueños y obsesiones ocultas, personajes que yo jamás he visto en ningún otro autor, ya sea dentro del campo de la ciencia ficción o fuera del género. Y esos personajes están aquí presentes en un grado mayor que en otras obras de Dick, pues esta es una novela que casi podríamos calificar de coral. No tiene ese protagonista principal que estamos acostumbrados a ver rodeado de una serie de figuras con mayor o menor relieve, pero siempre secundarias con respecto a él. La novela se estructura en torno a media docena, más o menos, de personajes entre los que no encontramos uno que destaque claramente sobre los otros. Y todos son, plenamente, en un cien por cien, dickianos. Un músico con capacidades telecinéticas; una mujer que quizá sea la primera dama del país, quizá una actriz suplantándola, o quizá un simulacro mecánico; una fabricante de androides; su hermano; un vendedor ilegal de naves espaciales; Herman Goering; un líder neonazi que no es lo que parece... Y a su lado, esos aspectos marginales que hacen de los mundos de Dick algo inigualable: un confesionario computerizado; un simulacro de animal marciano con propiedades telepáticas; la gente viviendo en inmensos bloques de apartamentos autogobernados; hombres de Neanderthal producto de la radiación; animales alienígenas que se convierten en anuncios o grabadoras vivientes.
Una novela, en fin, densa, quizá no la cumbre de Dick, pero sí un buen libro, un grano de arena más en esa peculiar concepción de lo que es la literatura, la vida o el mismo universo de este escritor que nos ha sido arrebatado demasiado pronto.
Sobre la traducción de Rafael Marín, decir sólo que es excelente. Y puesto que Martínez Roca parece dispuesta a seguir publicando obras de este autor (visto que en pocos meses ha editado esta y Nuestros amigos de Frolik-8), una par de sugerencias: ¿qué tal una reedición de Muñecos cósmicos, hoy inencontrable? ¿Y qué me dicen de publicar en español por fin The divine invasion?