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("Puerta al verano", comentario de Joan Manel Ortiz. Derechos de autor 1987, Joan Manel Ortiz)

No podía Martínez Roca escoger un título mejor, al menos en mi modesta opinión, para despedir esta primera etapa de su colección Super Ficción. Puerta al verano es una de esas obras que yo recomendaría para leer tumbado en un cómodo sofá, una tarde de verano al ponerse el sol y con la bebida preferida a mano. Pero vamos a desmenuzar un poco, antes de aseverar demasiado, el argumento.
Daniel Boone Davis es un ingeniero en robótica que cumple más o menos bien el prototipo norteamericano de hombre hecho a sí mismo. Con inventiva, ingenio y visión de mercado monta una empresa junto con su amigo Miles especializada en la fabricación de robots domésticos específicamente diseñados para ejecutar una función determinada. Así crea Muchacha de Servicio (resulta manifiesta la poca imaginación que le pone Heinlein, y su traductor, a un producto teóricamente pensado para ser vendido), que se convierte en un éxito de ventas. Pero, engañado por su amigo y por su novia (¡qué malas son las mujeres, caramba! Menos mal que a última hora sale una buena que las redime un poco), es despojado de todo y, en un momento de debilidad alcohólica, acepta hibernar durante treinta años -el tiempo que no le permiten ejercer su oficio de ingeniero robótico-. Al despertar se encontrará con muchas sorpresas y enigmas que, poco a poco, irá desentrañando para acabar ideando la forma de vengarse... retrocediendo en el tiempo.
Bueno, como habéis podido comprobar por la sinopsis esta es una novelita sobre los viajes temporales y las paradojas que se pueden producir al estar una misma persona ocupando dos espacios en un mismo tiempo, es decir, el que uno vive y al que uno regresa retrocediendo en el tiempo. Por cierto que este tema es algo que Heinlein esquiva con toda frescura y nos suelta un "esto es así y ya está", y si te gusta bien y si no, también.
Además, y puestos a buscar defectos, también se le podría echar en cara lo poco trabajados que están los personajes, todos estereotipos descritos banalmente en unas pocas líneas y puestos inmediatamente en juego, sin que ni uno de ellos llegue a convencer medianamente. Pero... sí, hay un pero, en esta ocasión la reunión de muchos elementos que podríamos llamar mediocres componen una escena excepcional. Veamos si me explico: todos estamos hartos de tragamos los rollazos que nos viene endilgando Heinlein con sus novelas "serias" Desde la plomífera Forastero en tierra extraña a la última que he leído, Viernes, Heinlein siempre me ha demostrado que es un escritor mediocre y pedante y, lo que es peor, que él no lo sabe y se cree todo lo contrario. Se empecina en catequizarnos con ideología barata -y encima muchas veces fascistoide- y sólo consigue despistarte de la trama argumental y confundirte sobre lo que está intentando contarte. Pero... (efectivamente, hay más peros), hay una faceta de don Robert que se contradice con todo lo que he expuesto: sus novelas juveniles (o las llamadas así, que yo discreparía un poco). Son las novelas simples pero bien hechas, con personajes igualmente flojos, pero más coherentes con su entorno, con las situaciones y las ideas, y con argumentos muy interesantes aunque más tópicos pero, muchas veces, más apasionantes que en las otras. No puedo alejar de mi cabeza el recuerdo de mi querido Lummox (La bestia estelar), y tampoco puedo olvidar la maravillosa tarde que Puerta al verano me hizo pasar. Así que no tengo reparos en recomendarla a todos aquellos amantes de la novela de aventuras clásica, con héroe, acción a ritmo trepidante y final feliz. Muchas gracias, señores de Martínez Roca por haber rescatado esta joyita del olvido de los años (sí, ya sé que se había publicado antes en Nebulae 1ª época, pero hoy en día es pieza de coleccionista y hay muchos aficionados que seguro que no la habían podido conseguir).