CONTENIDO LITERAL

("Mundo de dioses", comentario de Pablo Ginés. Derechos de autor 1998, Pablo Ginés)

Mundo de dioses es una novela que bebe del cómic de superhéroes Pero ¿de qué clase de cómic de superhéroes en concreto? Al leer Mundo de Dioses yo advertí tres tipos de influencias distintas.
Por un lado, el cómic de superhéroes "clásico", el del superhéroe que, como Supermán, vive aceptado por el mundo. En el universo Marvel son grupos de superhéroes clásicos Los Cuatro Fantásticos, admirados por todos, o Los Vengadores, subvencionados por el Gobierno de los EE UU. Son los héroes que luchan contra los villanos y que saben que alguien pagará los desperfectos causados tras los supercombates. Rafa Marín hace algún guiño simpático al lector respecto a estos héroes luminosos: un periodista en la novela recuerda a Supermán, al que describe como "un personaje de cuando los cómic se imprimían en papel y no se movían siquiera, una antigualla de hace más de 500 años anterior sin duda al Apagón histórico. Lo descubrí cuando preparaba mi tesis de licenciatura. Lo más parecido a uno de nuestros actuales dioses, supongo".
Lo segunda influencia es mucho más poderosa. El superhéroe "clásico" es demasiado prístino; lo fue desde que se comparó con los "mutantes" que Chris Claremont canonizó en La Patrulla X con gran éxito. Lo novela de Rafael Marín arranca simultáneamente desde dos escenarios. Uno es la redacción (solitaria) de un Periódico (típico del género: Daredevil y Spiderman son asiduos del Daily Bugle, por ejemplo; también Superman, que es periodista). El otro escenario es una persecución. Igual que tantísimas historias de La Patrulla X o Los Nuevos Mutantes (incluyendo la biblia mutante de Claremont, "Dios ama, el hombre mata"), Rafael Marín recrea unos centinelas en armaduras ultratecnológicas a la caza del mutante (en la novela se llaman derivantes). Como en los cómics, los cazadores son el orden establecido, y los cazados perseguidos tan solo por ser distintos, dotados con poderes sobrehumanos. Como en los cómics, la mejor cazadora pertenece a la raza de los cazados (¿un tributo a Rachel Summers, mutante rastreadora de mutantes?). Como en los cómics, hay derivantes deformados ocultos en las alcantarillas (un doble homenaje a Claremont y H. G. Wells, con los morlocks de ambos). Como en los cómics, los medios de comunicación y la opinión pública satanizan a los derivantes.
Pero hay un tercer elemento, una tercera influencia: los dioses. Estos dioses no son otra cosa que superhombres en un mundo sin supervillanos, en un mundo unificado, un mundo cuyo nivel tecnológico mantienen adormecido y cuya población se vio drásticamente reducida tras el Apagón y gran parte de su historia y cultura perdida. Los mortales ven a estos superhumanos (linajes descendientes de humanos modificados genéticamente) como un panteón pagano, en un Olimpo con forma de anillo circundando el planeta. Son divinidades griegas, igual de pasionales... y amorales. Y aquí Rafael Marín se nutre de una tercera tradición de cómic: la que empezó con Watchmen ("¿quién vigila a los vigilantes?", decía el clásico que inspiró al cómic). Es la visión negativa destructiva de los superhéroes: no son sino unos ególatras sin ética ni escrúpulos, ensoberbecidos, autodeificados, en ambientes enloquecidos como el de Give me liberty o, más concretamente, The new statesmen que significativamente se titulaba Los nuevos dioses.
El propio autor dice que la novela se plantea lo que pasaría si hubiese argumentos reales para el racismo. En Mundo de dioses, hay tres razas: dioses, derivantes, humanos. Y tres tradiciones del cómic que Rafael Marín intenta conciliar, a la vez que trata de pasar al formato novela escenas que hemos leído en viñetas. Esta segunda ambición tiene éxito: hay acción a raudales, gráfica, visual, violenta... Hay gente que vuela, que se aporrea, que tira rayos, que regenera sus heridas y todo ello bien justificado merced a la técnica y la genética. Pero en mi opinión el intento de combinar tres visiones tan distintas sobre los superhéroes limita la novela: nunca chirría, nunca se ve forzada, pero tampoco llegan a apasionar sus personajes, no como nos apasionaban los personajes de La Patrulla X clásica.
Y eso es malo para el lector que recuerda los cómics. Porque el libro está plagado, absolutamente lleno, de alusiones y guiños, tantos que a veces parecen tics para quien sabe verlos. Rafa Marín alude a Rondador Nocturno y sus nubes de azufre, se nos muestra una diosa negra de pelo blanco, un derivante peludo y azul, un líder de derivantes llamado Javier (como el Profesor X) y que se apellida como el dibujante Jack Kirby en su juventud. Los dioses son los hijos de Smalville, pues así se llamó el proyecto atómico que los creó (y el pueblecito donde Supermán pasó la infancia). ¿Y qué decir de la retahíla de nombres y apellidos que disemina y recombina pero están cargados de connotaciones para el lector de cómics: Shai'r Amaterasu, Takahashi, Kent, Fisk, Luther, Wayne...? E hilando más fino, ¿cómo no imaginar al falso sacerdote Jason Prince con las viñetas en las que Jason Wyngarde se aparecía a Fénix en la mítica saga dibujada por Byrne? Las insinuaciones y homenajes son continuos. Las comparaciones inevitables. Ello suscita en el lector aspiraciones de retorno a un tipo de lectura que el autor frustra e impide cuando él intenta conciliar la visión cínica del cómic desmtificador con la de las historias de mutantes.
Claro que todo esto afecta sobre todo a quien se vio demasiado expuesto a las lecturas homenajeadas. Quien no sufra este lastre (esta riqueza, esta memoria) encontrará en Mundo de dioses acción, sentido de la maravilla, dosis de grandiosidad, violencia y sexo y una trama coherente en un mundo que se sostiene bien.