CONTENIDO LITERAL

("Empezar en esto de la ciencia ficción", artículo de Ángel Torres Quesada. Derechos de autor 1995, Ángel Torres Quesada)

Alguien que hoy es mi amigo, no hace mucho, me dejó un relato suyo, pidiéndome que lo leyera y le diera mi opinión.
Lo paso muy mal cuando una persona que empieza en esto de escribir ciencia ficción pone en mis manos el resultado de su esfuerzo y espera mi crítica. Afortunadamente a lo largo de los varios lustros que llevo escribiendo me he encontrado pocas veces en el difícil trance de convertirme en crítico.
Una vez que leí su original y se lo devolví, este amigo me preguntó qué me había parecido. Le contesté que en su relato había encontrado varias cosas buenas, por ejemplo, y ya era mucho, que sabía escribir y manejaba a los personajes con soltura. En definitiva, su historia era correcta, y me había convencido de que él tenía ganas de trabajar y parecía no importarle acometer empresas mayores, como son las novelas, pero... Ah, el maldito y dichoso "pero" ese con que a veces dejamos la frase en suspenso. Yo lo pronuncié.
Me miró expectante, esperando oír el resto de mi crítica. No sé exactamente lo que le dije, pero más o menos intenté comunicarle que nadie puede escribir una obra redonda a la primera, y que su trabajo sólo adolecía de que no era muy original en la trama. En seguida empecé a explicarle que casi todos hemos iniciado nuestra andadura con versiones de las novelas y cuentos que más nos han causado impacto, y él tenía que pasar por este estadio del aprendizaje, como por otros muchos. Mi opinión era de que fuera o no escritor sólo dependería de él, que no se cansara de escribir y practicar. No le quedaba más remedio que rellenar muchos folios o megabytes, e insistir. Volvió a mirarme, y casi en un susurro me dijo que si yo creía que él no tenía nada que hacer como escritor de ciencia ficción que se lo dijera, y lo dejaría.
Entonces fui yo quien le miré. Tengo la costumbre de mirar a los ojos cuando hablo con una persona, y creí descubrir en su gesto que había sido totalmente sincero en sus palabras al afirmar que si yo pensaba que no tenía porvenir, lo dejaría. "¿Y por qué tendrías que hacerme caso si te dijera que lo mejor es que te olvidaras de escribir ciencia ficción?". "Hombre", me respondió, "tú llevas mucho tiempo en esto y tienes que saber más que yo, entiendes más. Si no te hago caso a ti, que estás entre los mejores, ¿a quién se lo voy a hacer?".
Me dejó de una piedra. No atiné a responderle en seguida, y eso que soy impulsivo y no las pienso. Callé y reflexioné un poco, no sé, como un segundo o dos.
Esta charla tuvo lugar no hace mucho, apenas un par de años, me parece. Él parecía estar convencido de que mi veredicto sería inapelable, y lo peor de todo, acertado. Dios, con lo que todavía me queda por aprender, pensé. Pero no era el momento de porfías, sino de darle ánimos y convencerle de que debía seguir escribiendo. Sinceramente yo ya creía que él tenía tantas posibilidades como el que más, de ser algún día el autor de algo grande en la ciencia ficción. Aunque yo hubiera pensado que siempre sería un negado para escribir, no se lo hubiera dicho, sino que le habría animado a seguir adelante. ¿Que sería mentirle? Pues sí, pero tengo mis razones para no decir la verdad en ciertas ocasiones.
Como por suerte me había tomado unos segundos para pensar, recordé algo que consideré que venía al pelo para ilustrar el asunto, y conté a mi amigo que hace unos veinte años o más, cuando todavía ni siquiera había empezado mis andaduras por Bruguera, y sólo había publicado una novelita de a duro en Valenciana y los cuentos "Un novicio para Su Grandeza", "Centro de violencia controlada", "El hombre de la esfera"' y dos o tres cosas más, vamos como cualquier hijo de vecino con ganas de escribir ciencia ficción en aquella época, se publicó un artículo acerca de la ciencia ficción española en una revista, creo que en un número de Anticipación.
Empecé a leer el artículo en cuestión sin interés, hasta que llegué a la página donde había una larga relación de autores, entre los que estaba yo. El responsable del trabajo, de cuyo nombre no me acuerdo en absoluto ni me importa, había confeccionado tres grupos de autores hispanos. En el primero había como casi una docena, la mayoría ahora desconocidos, totalmente olvidados, que según su criterio tenían mucho porvenir en esto de la ciencia ficción, eran firmas sólidas y consolidadas. El segundo grupo lo formaban aquellos que acababan de arrancar y tenían unas posibilidades enormes de entrar en la lista de honor.
Yo estaba en el pelotón de los torpes, sumábamos unos cinco o seis ineptos.
Más o menos, el articulista venía a afirmar que no nos íbamos a comer un rosco. En cuanto a mí se equivocó, seguro, al menos por lo del rosco. Total, que para él este grupito estaba formado por los que habíamos entrado a codazos y pronto desapareceríamos del mapa de los genios nonatos. De los nombres que me acompañaban, tampoco me acuerdo, pero de lo que estoy seguro es que escribieron algo más y luego fueron desapareciendo al mismo tiempo que las firmas que nutrían la élite.
Bueno, pues yo seguí, le expliqué al amigo, y añadí que él no debía hacer caso a ningún supuesto autor/autora consagrado/consagrada, de los que hay por ahí haciendo cátedra sin haber pasado de mero lector. Me parecía un buen consejo por si alguna día tenía la mala ocurrencia de poner su futuro como escritor en manos de alguien que debería medir bien sus palabras antes de emitir un juicio.
No sé si hace años hice bien o no continuando en este oficio o pasatiempo, pero no me arrepiento. Cuando me viene este recuerdo, llego a la conclusión de que debería alegrarme de haber leído el artículo de marras muchos años después de que hubiera sido publicado, cuando yo ya tenía más de cien títulos en Bruguera, ganaba dinero y me iba enterando que había gente que lo pasaba bien con mis novelitas. Por eso me reí cuando lo leí.
A veces me pregunto qué habría pasado si aquella revista hubiera sido puesta delante de mis ojos en su momento, cuando fue publicada. Por supuesto, de ninguna manera me hubiese suicidado. Pero puedo haber ocurrido que yo, desanimado totalmente por su culpa, no hubiera vuelto a escribir más ni seguido aprendiendo.
No me he convertido en ningún genio ni soy el Farmer español, el Vance español, como he oído por ahí que han dicho de mí, supongo que para halagarme, y sin embargo me han causado el efecto contrario. Seguro que el mundillo de la ciencia ficción no hubiera perdido demasiado si yo no hubiese escrito y publicado la trilogía Las islas de infierno, La dama de plata, Wyharga, El círculo de piedra y otras paridas, ni ahora tendría tres o cuatro novelas por publicar. La ciencia ficción española hubiera seguido igual sin mí, seguro. Es decir, fatal.
Nunca me ha gustado destripar una novela o cuento y luego arrojar los despojos a la cara de su autor. No he tenido muchas ocasiones de hacerlo, y me alegro. Pero siempre he leído con interés cualquier trabajo que alguien me haya entregado, y seguiré haciéndolo, y siempre he dicho, y lo diré, que siga adelante y persevere, porque nadie es adivino del porvenir del prójimo ni ninguna persona tiene capacidad para vaticinar lo que alguien puede dar de sí más adelante. Lo que he escrito hoy, que tal vez no sea un producto excelente, puede ser el primer paso que dé para que el día de mañana, o pasado mañana, realice algo que una vez que yo haya leído me provoque un poco de envidia, no sé si sana o puñetera.
Cuando escribo algo me gusta que mis amigos lo lean, y escucho con atención su opinión, pero a ninguno haré caso si me dice que trabajo debería tirarlo a la papelera.
Usted tampoco mire a la papelera apretando con las manos unos folios arrugados por culpa de la rabia o la desesperación, no lo haga, quien quiera que sea, aunque una crítica feroz de alguien sin corazón ni escrúpulos le haya causado una profunda herida en su alma de escritor al utilizar en su maldita censura una sarta de palabras despiadadas.