CONTENIDO LITERAL

("Nosotros", artículo de Rafael Marín. Derechos de autor 1995, Rafael Marín)

Los autores españoles de ciencia ficción no existen como grupo. Literariamente, no son una "generación". Cabría hablar, en cualquier caso, de diversos ejemplos de "generación espontánea". En cualquier convención, se les nota en seguida, son más aficionados que escritores, como si toda esta aventura de escribir y publicar siguiera siendo (en realidad lo es), una especie de añadido a un deseo un poco tonto de contar historias. Creo que ninguno tiene conciencia o deseos de ser eso, escritor sin más, escritor por las buenas (bueno, yo sí, pero ya se sabe que yo soy un pedante).
No hay un proceso de evolución en la ciencia ficción escrita en español. Cita en su tesis Carlos Sáiz Cidoncha un número elevadísimo de autores pasados, pero todos y cada uno de ellos fueron (y los de hoy lo siguen, lo seguimos siendo) simples francotiradores en guerras privadas. No hay sentido de conjunto. Lo que unos aprenden y consiguen no influye para nada en los otros. Quizás, una vez más, el peso de lo extranjero sea más fuerte que una búsqueda de identidad que, en literatura, suele hallarse por el acuerdo de unas claves simultáneas, fortuitas o casuales.
Tal vez esa diversidad sea buena, no lo sé. En cualquier caso, no se puede hablar de una ciencia ficción autóctona. Cada autor es un mundo, y esa misma ramificación de estilos, ideas y conceptos a lo mejor resulta atractiva. Es un indicativo, desde luego, para no derribar de un plumazo, genéricamente, a todo lo que se escribe y se cataloga como "ciencia ficción española", algo que, desgraciadamente, sale de las imprentas cada vez más con cuentagotas.
Ya he dicho (y no he sido yo solo) que la mayoría de los que leen ciencia ficción son escritores en potencia. Incluso Miquel Barceló ha confesado en alguna ocasión que espera el día de poder escribir "su" novela (Ya puede ir preparándose para recibir palos: somos así). Es un proceso que, me parece, sólo se da en la ciencia ficción, y quizá de ahí derive la poca seriedad que fuera del género, y dentro de él, se le da a los autores. Dudo que un lector de novelas policíacas, o de novelas de intriga, o de novelas de médicos, o de novelas rosas, se descuelgue un día y decida que quiere escribir precisamente eso. En la ciencia ficción, quizá por su carácter "enganchante", todos soñamos con escribir y publicar. Y algunos hasta lo hacen con cierta asiduidad y pericia.
¿Una explicación a esta tendencia, a esta manía? Tengo varias, y no quisiera pisarme otros artículos futuros sobre el tema. Pero es que, en el fondo, la ciencia ficción es una literatura... fácil. Sí, fácil. Cuando no sabemos qué hacer con unos personajes, con una trama, con una lógica, recurrimos a lo mágico, a lo fantástico, a veces al mal llamado "sentido de la maravilla", al deus ex machina. Cuando escribimos ciencia ficción somos dioses. El género se convierte en un cajón de sastre donde lo justificamos todo. ¿Una literatura de ideas? Ya he dicho en otros sitios que no. Una literatura (cuando lo es, que esa es otra), de supuestos, de planteamientos, de premisas. Y de justificaciones. Muchas veces lo que hacemos es eso: justificar lo que a veces es injustificable sólo por explicar o alargar una trama.
¿Otra explicación? Aún más sencilla: para escribir ciencia ficción nos creemos que no hace falta hacer literatura. El cuidado del estilo suele brillar por su ausencia. Así, claro, nunca nos tomarán en serio fuera de las colecciones especializadas... ni dentro de ellas.
No hay un sentido de conjunto, ya digo. Y por eso me van a permitir que pase revista literaria a los pocos que hoy somos, y a varios autores "nuevos" que por una causa u otra han llamado mi atención. No voy a incluir a Domingo Santos, nos guste o no mucho más importante como editor que como autor, que lleva demasiados años alejado de su labor creativa.
Gabriel Bermúdez del Castillo. Me parece un autor típico de los setenta, con un estilo correcto, algo cervantino, algo arcaizante a veces. Autodidacta, como casi todos. No deja de sorprenderme el hecho de que se haya convertido en el ídolo de algunos aficionados de Madrid, quizá incluso a su pesar. Lo veo algo alejado del género, del fándom [mundo de los aficionados a la ciencia ficción], y eso me gusta: tiene demasiadas tablas para dejarse manipular por nadie. Ese distanciamiento tal vez explique el que haya consentido que se publiquen cosas suyas censuradas o mutiladas. La cualidad que más admiran en él, el coloquialismo castizo o cheli, es lo que más me molesta. No llego a quitarme de encima la sensación de estar leyendo un entremés de Pedro Muñoz Seca.
Ángel Torres Quesada. De todos nosotros, es el único que puede ser considerado autor "de" ciencia ficción. En otro país habría hecho fortuna y gloria. Escribe demasiado, y demasiado rápido, se lo he dicho muchas veces. Se cabrea muchísimo conmigo por un quítame allá estas pajas, aunque luego, en petit comité, me da muchas veces la razón. Añora las novelas de a duro donde se divirtió como un energúmeno, aunque sé que ya no sabría escribirlas. Me molesta que aún no se haya dado cuenta o no quiera admitir que jamás podrá escribir una saga al estilo de los Aznar: Enguídanos fue una casualidad irrepetible en este país de locos. Me molesta también que se le presente en todas las antologías como pastelero (¿qué tendrá que ver el culo con las témporas?). Tiene muchas ideas buenas que quizá no desarrolle del todo bien: en sus novelas falla la arquitectura, la estructura, una estilización básica de estilo (valga la redundancia) y situaciones. Aún no ha llegado a despertar en los lectores el factor nostalgia, y eso es bueno. Ángel no quiere quedarse atrás, y busca constantemente cosas nuevas... aunque por desgracia lea cada vez menos ciencia ficción y se autofagocite en más de una ocasión. Su manía de escribir continuaciones y continuaciones lo coloca en una situación que empieza a cansar a algunos, yo entre ellos. De todos nosotros, es el único que podría salir sin problemas del género (ya lo ha hecho en alguna ocasión). Sigo esperando la novela de sus recuerdos. Su mayor defecto es la incapacidad de distinguir cuándo hace una obra maestra y cuándo lo que escribe no está, ni de lejos, a la altura.
Elia Barceló. Ha caído en el peligro de la moda, y aunque es una mujer inteligente no sé si se da cuenta de que transmite la impresión de que se la puede manipular fácilmente. Sus relatos de ahora, me temo, no están a la altura de cuando empezaba. No le encuentro y a el estilo, el idioma, la música que antaño fue su seña de identidad. Muchos de los cuentos publicados en estos dos últimos años parecen hechos para salir del paso, sin corregir siquiera. Se ve venir la conclusión al segundo o tercer renglón. Otro tanto me pasa con sus dos novelas. Ha pasado peligrosamente de la ciencia ficción "poética" tipo Bradbury (muchas veces se la ha acusado de escribir siempre la misma cosa), a un feminismo militante algo absurdo y trasnochado que lo mismo acaba por ponerla en la picota (o tal vez no, porque los lectores de ciencia ficción, muy liberales ellos, no querrán que se les tilde de machistas). Pienso que debería ejercer un poco la autocrítica sobre su trabajo, puesto que entiende del tema, machacar más las ideas, dejar pasar un poco la cresta de la ola y elaborar más sus escritos antes de darlos a publicar al primero que llame a su puerta. Y salir del género. Intentar otra cosa fuera.
Javier Redal y Juan Miguel Aguilera. Aunque se les califique de autores "hard", tengo la impresión de que lo que hacen es space opera justificada (¿o es que acaso el "hard" es otra cosa?), que también tiene su mérito. Escriben lo que yo nunca sabría escribir, así que no puedo ser demasiado crítico con ellos. Les haría falta un mayor énfasis en el estilo, en los personajes y, sobre todo, en las motivaciones de éstos. Sus novelas son fáciles de leer, aunque resulta molesto ir al glosario cada dos por tres (detalle que han corregido en El refugio). El cuidado por el estilo haría, por ejemplo, que se evitaran expresiones como "cincuenta y cinco ava vez" y no quincuagésimo quinta, palabro injustificable en el idioma, sobre todo en unos científicos. Un detalle que yo corregiría (y ya me estoy metiendo en camisa de once varas), es dar salida a los conocimientos enciclopédicos de Javier, cosas que a veces son difíciles de justificar en personajes que, por ejemplo, son especialistas en cazar atunes. Habría que expresar todo ese caudal de información (muy interesante, por cierto), desde fuera, no en boca de los personajes. Tienen sentido del humor, lo que ya es mucho. Me gustaría que salieran del ciclo cerrado de Akasa-Puspa y probaran otras cosas. Capacidad tienen. Ojalá que vendan muchísimo con El refugio y abran la puerta de Ediciones B a los españoles. Son dos tíos entrañables.
Rafael Marín. Mejor no hablo de mí. O sí. La autocrítica no deja de ser un ejercicio de vanidad, o de hipocresía. Buen estilo, a veces demasiado bello, excesivamente recargado y barroco. Sus ideas no son nada del otro jueves, pero las justifica bien. Macluhaniano, se cree todo aquello de que el medio es el mensaje, de que no se puede separar continente de contenido. Un poco pedante a veces, demasiado convencido de que es "el" escritor del grupo, aunque el grupo sea inexistente. Pone a la literatura en un altar. No se considera escritor "de" ciencia ficción, aunque no pueda y a lo mejor no sepa salir del género. Está acostumbrado a pontificar por su oficio de maestro, y se le nota. Tiene la impresión de que no se le toma demasiado en serio, o de que no se le comprende, lo mismo da. Odia que su trabajo pase sin pena ni gloria y firmar con los dos apellidos le parece tercermundista. Aunque su trilogía de fantasía haya dejado frío a más de uno, también enciende pasiones entre la gente que entiende de qué está hablando. En Burjassot se sintió un poco dado de lado, y tal vez por eso se montó el salón paralelo del cómic (uno no tiene la culpa de que su último libro no gustara a cierta gente). Hay quien dice que es mejor crítico que autor. Le gustaría ser Umbral. El problema, claro, es que Umbral ya existe y trabaja en El Mundo.
(Autor que sigue en horas bajas mientras no encuentre traducciones que le rescaten de la crisis económica en la que está hundido y que, por cierto, quiere aclarar al desconocido escritor del articulito aquel de Parsifal que, puestos a comparar, prefiere que lo comparen con Cela, Delibes, Vargas Llosa o Unamuno, a sabiendas de que saldrá perdiendo, que con autorcillos de ciencia ficción americanos que tendrán mucho que enseñarle de otras cosas... pero no del manejo del lenguaje español ni del estilo. Y el estilo es, a la postre, lo único que puede configurar de verdad una señal de identidad, una "voz" como por ahí se dice, a la ciencia ficción española).
Javier Negrete. No he leído Estado crepuscular y la mención de la UPC tampoco me pareció deslumbrante, quizá porque desde el principio, injustamente, me acordé de El okapi de Ana Diosdado y no pude quitármelo de encima. Tiene sentido del humor, algo que las altas esferas consideran malo y que, sin embargo, es lo mejor que nos podría pasar a todos. Es admirable que escriba directamente novelas y no se prodigue con cuentecitos chorras aquí y allá. Debería intentar salir del género y probar fortuna fuera.
César Mallorquí. El último descubrimiento de ciertos aficionados de Madrid no es ya un jovencito. Las tres o cuatro cosas que he leído de él tampoco me parecen muy allá: no logro desembarazarme de la sensación de haberlas leído ya en otra parte. Estilo neutro, no me transmite grandes emociones. La creación de Gedeón Montoya, y es de nuevo injusto por mi parte, me remite al Melquíades de Cien años de soledad... y no se matan hormigas con tanques (dicho de paso, y como es mucho más grande que yo, es un tío simpatiquísimo que me cae la mar de bien).
Ricard de la Casa. Mejor empresario que escritor. Podría ser un Campbell si este país no fuera lo que es. Los dos o tres relatitos que he leído de él no son nada del otro jueves. Su optimismo contagioso lo hace más válido como editor o coordinador de proyectos que como escritor. Razona bien sus ideas como articulista, algo que no se puede decir de otros. No he podido leer su Equació en catalán... y quien la tradujo al inglés le hizo un flaco favor, desde luego. Le pese a quien pese, Ricard es hoy por hoy un tío imprescindible.
Rodolfo Martínez. Entre Víctor Manuel y Elvis Costello, con un punto de rockabilly. Simpático, entrañable, sus relatos me parecen chistes privados difíciles de desenmarañar. Mira demasiado hacia las sagas nórdicas sin darse cuenta de que los cuélebres le pasan por el lado. En la versión primera de Jormungand que tengo se le notan, quizá demasiado, las influencias. Escribe bien, aunque le falta esa pincelada de cuidado en el estilo que lo convertiría en un autor imprescindible. Me cuentan que escribe muchísimo, a toda máquina, y eso puede ser peligroso. De todos modos, es la gran esperanza blanca... bueno, lo sería en otro país. Aquí corre el riesgo de pasar de joven promesa a pesado carroza con una sola novela. Con todo, es uno de los dos puntales para el futuro. A ver si hay suerte con Ediciones B.
Joan Carles Planells. El autor de relatos que tiene las ideas más originales, más "de" ciencia ficción. No descubre la pólvora ni la rueda, como pasa con casi todos los nuevos. Se le notan los años de lectura, de amar el género y el oficio. Si cuidara el estilo, sería insuperable.
Juan Manuel Santiago. Su autoidentificación tardía con Woody Allen no deja de quedarse en lo superficial, sin la capacidad de autocrítica y los retruécanos filosófico-lingüísticos del maestro. Algo confuso en las ideas, tendría que salir del género y aprender fuera antes de volver a zambullirse en él. Como crítico le falta estructuración en sus planteamientos, explicarse más allá de filias y fobias: la crítica no puede ser visceral, tiene que ser intelectual. Me da la impresión de que muchas veces no se atreve o no es capaz de decir lo que realmente piensa. Es el ejemplo típico de que no se puede tomar la ciencia ficción como único referente cultural si se pretende decir algo interesante.
León Arsenal. La gran esperanza de cierto grupo de aficionados de Madrid. Simpático y bohemio, con ideas interesantes, tendría que leer muchísimo más en español, cuidar el estilo si quiere algún día salir del círculo vicioso de los fanzines [revistas no comerciales] de lujo. Todavía le falta mucho para ser Joseph Conrad.
Julián Díez. Los dos relatos que he leído de él no son suficientes para opinar con mucho detalle, pero sí me hacen pensar que la simultaneidad de cargos en un género tan estrecho como el nuestro (y aquí me incluyo) puede ser contraproducente y hasta peligrosa. ¿Quién le pone el cascabel al gato? ¿Cómo se puede estar en misa y repicando?
Susana Vallejo. Guapa y simpática, me da la impresión de que recurre al humor a falta de otra cosa. Tendría que encontrar su propia voz y buscar sus influencias en otros autores/autoras.
Félix J. Palma. Quizá me veo un poco reflejado en las cosas que escribe Félix. Más que ciencia ficción española, me parece que hace ciencia ficción puramente andaluza. Es el único autor de la nueva hornada que cuida, sobre todo, el estilo. Su forma es impecable, bella, una delicia. Quizá sus argumentos sean un poco blandos todavía, y habría que verlo desarrollando personajes, pero es el otro gran puntal de la ciencia ficción futura. Su cuento corto aparecido en Parsifal me ha parecido lo mejor que he leído de ciencia ficción en mucho, mucho tiempo. Es una pena que un talento como el de Félix se malgaste en este género. Más que ningún otro, debería probar fortuna fuera, quizá incluso atreverse con la poesía.
Joaquín Revuelta. Para nosotros era un perfecto desconocido hasta que se reveló en Gadir 92. Estilo agradable, buenas ideas, lleva el veneno del género en la sangre. Todavía tiene que cuidar más los argumentos, un poco en la línea de Félix. No pierde demasiado el tiempo, que yo sepa, en relatos cortos. Lo suyo es la novela. Tiene una gran capacidad crítica, incluso hacia sí mismo, y le sobra sentido del humor. Habrá que vigilarlo de cerca.
Juan Castillo. El más joven de todos. Autodidacta, como la mayoría. Sabe escribir bien, domina las técnicas. Tiene que leer muchísimo más y olvidar los juegos de rol (¿el signo de las generaciones futuras?). Me recuerda a veces a Poe y a Lovecraft, aunque es posible que no haya leído a ninguno de los dos. En sus cuentos mantiene muy bien la tensión, aunque a veces no los entiendo: si fuera americano pronto lo publicarían en esas nuevas antologías de terror que selecciona Dennis Etchison. Es un descubrimiento mío (fue mi alumno), y creo que podría llegar muy lejos... bueno, ya se sabe que en ciencia ficción esto de la distancia es muy relativo.
¿Hay más autores? Sin duda que sí. Hay muchos anteproyectos, muchos jóvenes y no tan jóvenes que todavía están haciéndose. No he leído lo suficiente de ellos, así que seré injusto una vez más y no los citaré, aunque corra el riesgo de pasar por alto a quien tal vez llegue a ser el autor de... ¿los noventa?
O del siglo veintiuno.