CONTENIDO LITERAL

(Fragmento de "Aprendiz de mago [el]", novela de L. Sprague de Camp. Derechos de autor 1989, L. Sprague de Camp)

I

Había tres hombres y una mujer en la habitación. Los tres hombres poseían fisonomías triviales; dos de ellos vestían también de manera trivial. El tercero llevaba pantalones de montar, botas más o menos camperas y una chaqueta de ante con forro de tartán; completaban su atuendo una casaca de tela muy tupida, adecuada para la práctica del polo, y un sombrero de fieltro, desenfadado y de color canela, que reposaba sobre una silla, coronado por una pluma verde.
Quien vestía de modo tan teatral no se trataba de un actor de cine, ni siquiera de un joven y adinerado holgazán. Era un psicólogo llamado Harold Shea. Moreno, de conversación intrascendente, un poco más delgado de lo común, podría haber alcanzado la categoría de guapo de haber poseído una nariz menos larga y unos ojos más separados.
La mujer -en realidad una muchacha- era rubia, pero de un rubio tostado. Trabajaba como enfermera jefe en el Instituto Garaden. Respondía -aunque no se sentía orgullosa de ello- al nombre de Gertrude Mugler.
Los otros dos hombres eran psicólogos, al igual que Shea, miembros de un mismo equipo. El mayor, que dirigía las actividades de los otros, se llamaba Reed Chalmers y tenía un cabello muy cerrado. Acababa de preguntarle a Shea qué demonios pretendía viniendo a trabajar con tan llamativo traje.
Shea comentó a la defensiva:
- Esta tarde pienso montar a caballo cuando termine mi trabajo. En serio.
- ¿Has montado alguna vez? -le preguntó el tercer miembro del grupo, un joven grandote, de aspecto somnoliento, llamado Walter Bayard.
- No -contestó Shea-, pero ya es hora de que aprenda.
Walter Bayard resopló:
- Mejor sería que reconocieses que lo de ir a montar es una excusa para darte tono. Primero, durante una temporada, lo intentaste con aquel acento inglés tan afectado. Luego, la emprendiste con la esgrima. El pasado invierno lo embadurnaste todo con aquella grasa para esquís de marca noruega, y al final sólo fuiste a esquiar un par de veces.
- ¿Y qué? -preguntó Shea.
Gertrude intervino, alzando la voz:
- No dejes que te tomen el pelo con la ropa, Harold.
- Gracias, Gert.
- Personalmente, opino que tienes un aspecto maravilloso.
- Bueno... -la expresión de Shea ya era algo menos agradecida.
- Pero haces el tonto montando a lomos de un caballo. Me parece una pérdida de tiempo inútil en plena era del automóvil...
Shea hizo un ademán con la mano:
- Tengo mis razones, Gert.
Gertrude consultó su reloj de pulsera y se levantó.
- Y yo tengo que proseguir con mi trabajo. Espero que no hagas ninguna estupidez, Harold. Recuerda que esta noche tienes que llevarme a cenar.
- Huy, huy, huy...
- Cada uno pagará lo suyo -aclaró Gert.
Herido en su amor propio, Shea dio un respingo:
- ¡Gert! -protestó.
- Hasta la vista a todos -dijo Gertrude, y se retiró con un frufrú de algodón almidonado.
Walter Bayard soltó una risita ahogada:
- Vaya caballero... ¡Conque cenáis a escote!
Shea intentó tomárselo a risa:
- He puesto todos los medios para que no suelte esas cosas en público. De cualquier manera, ella gana más dinero que yo, así que, si prefiere cuatro citas a la semana a escote mejor que dos a mis expensas, ¿por qué me voy a negar? Es una buena chica.
- Se piensa que eres un tipo poco decidido -dijo Bayard-. Para ella, fenomenal.
- ¿Ah sí? Maldita sea...
- Lo que no entiendo, Harold -terció Chalmers-, es por qué continúas..., eeeh..., saliendo con una chica que te pone de los nervios.
Shea se encogió de hombros:
- Supongo que porque es la única accesible de cuantas trabajan aquí con la que estoy seguro de no cometer algo irremediable.
- ¿Mientras esperas a la mujer de tus sueños? -Bayard sonrió sarcásticamente. Shea se limitó a encoger de nuevo los hombros-. No, no es eso -continuó-. La verdadera razón, doctor, es que ella ocupó la posición de dominio psicológico desde el momento en que él la llevó a comer. Ahora, Harold tiene miedo de cortar.
- No es cuestión de tener miedo -estalló Shea. Se levantó de su asiento y elevó el tono de voz hasta alcanzar un volumen inusitado-: Y, lo que es más, Walter, no creo que sea asunto de tu incumbencia...
- Bueno, bueno, Harold -dijo Chalmers-. No vas a ganar nada con soliviantarte. ¿No estás a gusto trabajando aquí? -le preguntó, preocupado.
Shea se relajó:
- ¿Por qué no habría de estarlo? Hacemos lo que nos da la real gana, gracias a que el viejo Garaden puso aquella exigencia en su legado, para que el hospital se transformase en instituto de psicología. No estaría del todo mal disponer de más dinero, pero ése supongo que será el problema de todo el mundo.
- No me refiero a eso -dijo Chalmers-. Esas poses tuyas y esas salidas de tono apuntan a un conflicto íntimo, a una especie de inadaptación con el medio.
Shea sonrió con sarcasmo:
- Digamos que se trata de un cierto romanticismo reprimido. Hace mucho tiempo que me descifré interiormente. Mire. Aquí tiene a Walt, que se pasa la vida intentando llegar a ser campeón de tenis del Medio Oeste. ¿Qué ventajas le reportará eso? Y Gert emplea horas y horas en el salón de belleza, intentando parecerse a una condesa rusa desposeída, algo para lo que no ha sido hecha. Otra fijación romántica. A mí me gusta vestirme con un cierto lujo y ceremonia. ¿Pasa algo?
- Nada en absoluto -admitió Chalmers-, siempre y cuando no te tomes muy en serio tus fantasías.
Bayard terció:
- Como, por ejemplo, pensar que las chicas de nuestros sueños existen -Shea le lanzó una mirada feroz. Chalmers continuó-: Oh, de acuerdo, si vas a empezar a sufrir..., eeeh..., depresiones por mi culpa, no seguiré. Vamos con nuestros asuntos profesionales.
- ¿Más pruebas sobre drogadictos? -preguntó Shea.
- No -dijo Chalmers-. Discutamos las más recientes hipótesis sobre lo que parece que será nuestra nueva ciencia de la parafísica, y veamos si hemos llegado o no a ese estado en el que una mayor comprobación experimental es posible.
“Ya te dije cómo comprobé mi premisa, a saber, que el mundo en que vivimos está compuesto de impresiones recibidas a través de los sentidos. Pero existe una infinidad de mundos posibles, y si los sentidos pudieran armonizarse para recibir diferentes series de impresiones, nos encontramos infaliblemente viviendo en un mundo distinto. Aquí, en el hospital, obtuve mi segunda comprobación, mientras examinaba a..., eeeh..., a los dementes, sobre todo a los paranoicos. Fuiste tú -hizo una señal con la cabeza en dirección a Bayard- quien me puso en la pista correcta con aquella información sobre ese paciente con psicosis de Korsakov.
“El siguiente paso consistiría en aplicar estos datos teóricos al ámbito experimental: esto es, en determinar cómo se podrían trasladar personas y objetos de un mundo a otro. Entre los dementes, el traslado es parcial e involuntario, con resultados desastrosos para la mente. Cuando...
- Espere un minuto -lo interrumpió Shea-. ¿Quiere decir que un traslado completo transportaría de hecho el cuerpo de un hombre a uno de esos otros mundos?
- Muy probablemente -asintió Chalmers-, puesto que el cuerpo registra cualquier sensación que la mente permita. Para una completa demostración, sería necesario intentarlo, y no sé si el riesgo que implica merecería la pena. El otro mundo podría tener leyes tan distintas a las nuestras que hiciesen el retorno imposible...
Shea preguntó:
- A ver si me entero: si el mundo elegido fuese, por ejemplo, el de la mitología clásica, ¿las leyes que lo rigiesen serían las de la magia griega, en lugar de las de la física moderna?
- Precisamente. Pero...
- ¡Ajá! -dijo Shea-. Entonces, esta nueva ciencia de la parafísica incluirá las leyes naturales de todos esos mundos diversos, lo que nosotros llamamos física es tan sólo un caso concreto de parafísica...
- No tan deprisa, jovencito -dijo Chalmers-. De momento, me parece prudente restringir el significado del término “parafísica” a la rama del conocimiento que atañe a la relación que estos universos múltiples mantienen entre sí, asumiendo que existen realmente. Recordarás que un uso poco cuidadoso del término “metafísica” ha convertido esta rama de la ciencia en sinónimo de “filosofía”.
- La cual -dijo Shea- es considerada por algunos como una manera de conocimiento científico, por otros como una forma de conocimiento ajeno a la ciencia, y ya, en fin, por otros, como algo contrario a la ciencia, y, por lo tanto, al conocimiento.
- Vaya, vaya, muy certeramente expuesto –dijo Chalmers, extrayendo un a pequeña libreta de notas negra-. E. T. Bell no habría podido explicarlo con mayor precisión. Incluiré esa exposición sobre el estado de la filosofía en mi próximo libro.
- ¡Eh! -dijo Shea, incorporándose de su silla con cierta brusquedad-. Supongo que me corresponde alguna comisión...
Chalmers sonrió melifluamente:
- Mi querido Harold, estás en tu perfecto derecho de

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