CONTENIDO LITERAL

(Fragmento de "Calaveras en las estrellas", cuento de Robert E. Howard. Derechos de autor 1929, Robert E. Howard)

Habló del eterno vagar de los criminales
bajo la maldición de Caín,
cubiertos los ojos de nubes carmesíes
y el cerebro inmerso entre las llamas;
porque la sangre ha dejado sobre sus almas su
mácula imperecedera.

HOOD

I

Hay dos caminos que llevan a Torkertown. Uno, el más corto y también el más directo, pasa a través de un páramo árido y desnudo; el otro, más largo, progresa tortuosamente entre los cenagales y bosquecillos de los pantanos, esquivando las colinas bajas que hay al Este. Es un sendero peligroso e incómodo. Por eso mismo, Solomon Kane se ha detenido, extrañado, cuando un muchacho de la aldea que acaba de abandonar, llega hasta él corriendo, sin resuello, y le implora por el amor de Dios que lo siga.
- ¡El camino del pantano! -exclamó Kane, mirando al muchacho.
Solomon Kane era un hombre alto y delgado; su rostro pálido y sombrío y sus ojos profundos y soñadores parecían aún más siniestros por las austeras ropas de puritano con que gustaba vestirse.
- Sí, señor; es mucho más seguro -contestó el joven, al captar su sorpresa.
- Entonces el camino del páramo tiene que estar maldito por el mismísimo Satanás, ya que tus conciudadanos me advirtieron que tuviese cuidado al atravesar el otro.
- Sería a causa de los cenagales, señor, que podríais no ver en la oscuridad. Haríais mejor en regresar a la aldea y continuar vuestro viaje por la mañana.
- ¿Por el camino del pantano?
- Sí, señor.
Kane se encogió de hombros y movió la cabeza.
- La luna está saliendo con la misma rapidez con que muere el día. Gracias a su luz podré llegar a Torkertown en pocas horas, si cruzo el páramo.
- ¡No lo hagáis, señor! Nadie toma nunca ese camino. No hay ninguna casa en todo el páramo, mientras que en el pantano veréis la del viejo Ezra, que vive solitario en ella desde que su primo loco, Gideon, se fue por los pantanos, sin que se le volviera a ver... El viejo Ezra, por muy avaro que sea, no se negará a daros alojamiento si decidís deteneros hasta mañana. Y ya que debéis iros, mejor será que toméis el camino del pantano.
Kane miró intensamente al muchacho, que se sintió cohibido y comenzó a rozar un pie con otro.
- Si el camino que pasa por el páramo es tan molesto para los viajeros como dices -comentó el puritano-, ¿por qué no me contaron los aldeanos toda la historia de una vez, en vez de andarse con tantos rodeos?
- No les gusta hablar de ello, señor. Esperaban que tomarais el camino del pantano, tal y como se os había recomendado; pero cuando, después de vigilaros, vieron que no tomabais la dirección correcta al llegar a la encrucijada, me enviaron corriendo tras vos para pediros que lo reconsideraseis.
- ¡Por todos los diablos! -exclamó Kane sumamente irritado como ponía de manifiesto aquel juramento, muy poco frecuente en él-. El camino del pantano y el camino del páramo... ¿cuál es el peligro que me amenaza, y por qué tendría que desviarme varias millas, aventurándome entre los cenagales y los pantanos?
- Señor -dijo el muchacho, bajando la voz y acercándose a él-, nosotros somos simples aldeanos a los que no nos gusta hablar de esas cosas, por miedo a atraer la mala fortuna; sólo os diré que el camino del páramo está maldito y que no ha sido recorrido por nadie de la región desde hace más de un año. Es la muerte segura para quienes atraviesan de noche aquellas soledades, como ya ha sucedido a cerca de una veintena de infortunados. Algún horror infame merodea por el camino y hace de los hombres sus víctimas.
- ¿De veras? ¿Y qué es?
- Nadie lo sabe. Ninguno de los que lo han visto ha vivido para contarlo. Unos viajeros que regresaban de anochecida oyeron unas risotadas terribles a lo lejos, en el páramo, y a otros les pareció escuchar los espantosos gritos de sus víctimas. Señor, en nombre de Dios, regresad a la aldea, pasad en ella la noche y, mañana, tomad el camino que pasa por el pantano y conduce hasta Torkertown.
En el fondo de los sombríos ojos de Kane había comenzado a relucir una luz brillante, como un fuego mágico que resplandeciese bajo inmensas capas de frío hielo gris. La sangre fluyó más rápida en sus venas. ¡La aventura! ¡La dramática atracción de vivir peligrosamente! Sin embargo, Kane no era consciente de tales sensaciones. Le pareció que expresaba con toda sinceridad sus sentimientos cuando dijo:
- Tales sucesos han de ser obra de alguna potencia demoníaca. Los señores de las tinieblas han desatado una maldición sobre la comarca. Precisaréis de un hombre fuerte para combatir a Satanás y a su poderío. Por eso iré yo, ya que he desafiado a ambos en más de una ocasión.
- Señor... -comenzó a decir el muchacho, pero se calló, viendo lo fútil de su argumento. Simplemente se limitó a añadir-: Los cadáveres de las víctimas han sido terriblemente mutilados y destrozados.
Y se quedó en la encrucijada, suspirando con pesar mientras veía la alta y delgada silueta alejarse por el camino que conducía al páramo.

* * *


El sol se estaba poniendo cuando Kane alcanzó la cumbre de la pequeña colina que iba a dar al páramo. Enorme y teñida de rojo, como la sangre, descendía hasta el horizonte, detrás del lúgubre paisaje de los páramos, dando una pincelada de fuego a la espesa hierba. Durante un momento, a todo aquel que la contemplara debió darle la impresión de estar viendo un mar de sangre. Después, las oscuras sombras llegaron deslizándose desde el Este e hicieron que se desvaneciesen las llamas de Poniente, y Solomon Kane penetró osadamente en la tiniebla cada vez más densa.
Aunque el camino no estaba bien marcado, por llevar tiempo sin ser utilizado, podían apreciarse claramente sus lindes. Kane avanzaba rápida, pero prudentemente, con la espada y las pistolas al alcance de la mano. Las estrellas parpadeaban y los vientos de la noche susurraban entre la hierba, como espectros gemebundos. La luna comenzó a salir, limpia y descarnada, como una calavera en medio de las estrellas.
De repente, Kane se detuvo. De algún lugar delante de él, le llegaba un eco extraño e irreal... o algo que parecía un eco. Volvió a oírlo nuevamente, aquella vez más fuerte. Reemprendió la marcha. ¿Le habrían engañado sus sentidos? ¡No!
A lo lejos resonó el susurro de una espantosa risotada. Volvió a repetirse de nuevo, más cerca. Ningún ser humano habría reído de aquella manera... No expresaba alegría sino odio, horror y un terror capaz de destruirle a uno alma. Kane se detuvo. No estaba asustado, pero en aquellos momentos se había quedado sin fuerzas. Entonces, abriéndose camino entre aquellas risas espantosas, llegó el sonido de un chillido, humano, sin género de dudas. Kane avanzó nuevamente, apretando el paso. Maldijo las luces ilusorias y las sombras vacilantes que velaban el páramo, debido a la naciente luna, y que impedían ver con claridad. Las risotadas continuaban y se iban haciendo cada vez más fuertes, así como los chillidos. Después, pudo oír el débil tamborileo sobre el suelo que hacían los pies de una persona que huía. Y entonces echó a correr.
En el páramo, alguien estaba siendo perseguido hasta morir y sólo Dios sabía cuál era la abominación que iba tras él. El sonido de los ágiles pies se detuvo abruptamente y el chillido se elevó hasta hacerse insoportable, mezclado con otros sonidos inenarrables y monstruosos. Era evidente que el hombre había sido atrapado, y Kane, con la carne de gallina, se imaginó algún horrible demonio de las tinieblas que se agarraba a la espalda de su víctima... mientras la iba devorando.
En aquel preciso momento, el ruido de una breve y terrible lucha atravesó claramente el abismal silencio de la noche, y de nuevo volvió a reanudarse el sonido de pasos, tambaleantes y desiguales. Aún podía oírse el chillido, pero ya estaba teñido de tonos guturales y espasmódicos. Un sudor frío recorrió la frente y el cuerpo de Kane. Las oleadas de horror se sucedían de una manera insoportable.
“¡Dios, si pudiese ver algo, aunque sólo fuera durante unos instantes!” Aquel drama espantoso se estaba desarrollando a poca distancia de él, a juzgar por la facilidad con que los sonidos llegaban hasta sus oídos. Pero aquella penumbra infernal lo velaba todo, reduciéndolo a sombras móviles, de suerte que el páramo parecía un amasijo de ilusiones inciertas, de árboles distorsionados y de arbustos que eran como gigantes.
Kane gritó, mientras intentaba correr más deprisa. Los chillidos del desconocido dieron paso a un sollozo repulsivo, por lo agudo; nuevamente volvieron a escucharse sonidos de lucha, y entonces, de entre las sombras que rodeaban la hierba crecida, emergió una cosa titubeante -una cosa que antaño fuera un hombre-, una cosa cubierta de sangre y vísceras, una cosa espantosa que se derrumbó a los pies de Kane, para retorcerse y arrastrarse, y que levantó su terrible rostro hacia la luna naciente, balbució y babeó, para derrumbarse de nuevo y morir bañada en su propia sangre.
La luna ya estaba en lo alto y daba más luz. Kane se inclinó sobre el cadáver, que yacía desnudo en su inenarrable mutilación, y tuvo un sobresalto... cosa rara en él, que había visto las proezas de la Inquisición española y de los cazadores de brujas.
Algún viajero, supuso. Entonces, como si una mano de hielo le recorriese la espina dorsal, fue consciente de que no estaba solo. Levantó la cabeza, y sus fríos ojos traspasaron las sombras de donde había surgido el hombre que acababa de morir. No vio nada, pero supo -sintió- que tenía clavados en la espalda otros ojos, unos ojos terribles que no eran de este mundo. Se irguió y sacó una pistola, expectante. La claridad lunar se derramaba por el páramo como un lago de sangre pálida, mientras los árboles y la vegetación recobraban su tamaño original.
Las sombras se disiparon... ¡y Kane pudo ver! Al principio, pensó que sólo era una sombra formada por la bruma, volutas de la niebla del páramo ondeando en la hierba alta que se encontraba delante de él. Miró atentamente. Dos ojos espantosos llamearon en ella -ojos que contenían todo el desnudo horror que había sido la herencia del hombre desde el alborear de los tiempos-, ojos abominables y, dementes, pero con una locura que trascendía cualquier medida terrena. La forma de la cosa era brumosa y vaga,

[…]