CONTENIDO LITERAL

(Fragmento de "Saga de Hrolf Kraki [la]", novela de Poul Anderson. Derechos de autor 1973, Poul Anderson)

1

Acerca de la narración

Había un hombre llamado Eyvind el Rojo, que vivía en el Danelaw [La zona de Inglaterra que había quedado asignada a los daneses en tiempos del rey Alfredo el Grande, por el siglo IX. (J. M. L.)] de Inglaterra cuando era rey Aethelstan. Su padre era Svein Kolbeinsson, que había llegado allí procedente de Dinamarca y a menudo había vuelto en viajes comerciales. Cuando fue suficientemente mayor, Eyvind se marchó. Sin embargo, como era más inquieto y ambicionaba más que Svein hacerse un nombre, al final entró al servicio del rey. En unos pocos años fue ascendiendo, hasta que en Brunanburh luchó tan vigorosamente y condujo tan bien a sus partidarios que Aethelstan le otorgó su completa amistad y quiso que residiese para siempre en la corte. Eyvind no estaba seguro de que eso fuese lo que deseaba para el resto de su vida, por lo que le pidió permiso para ir a visitar su antiguo hogar.
Encontró a Svein preparándose para otro viaje, y decidido a embarcar. En Dinamarca gozaron de la hospitalidad del caudillo Sigurd Haraldsson. Éste tenía una hija, Gunnvor, una bella doncella a la que Eyvind pronto empezó a cortejar. Los padres pensaron que sería un buen partido para ambas casas; cuando Eyvind regresó a Inglaterra, se llevó a Gunnvor como su novia.
Entonces tuvo que acompañar al rey, que estuvo viajando ese invierno. Gunnvor fue también. Ella se ganó el corazón de las damas de la corte, porque podía hablar largamente sobre tierras y caminos extranjeros. Aunque Aethelstan no estaba casado, le llegaron noticias de ello: especialmente de una larga saga de los viejos días que ella estaba relatando. La llamó a su pabellón donde se sentaba con sus hombres.
- Éstas son noches lóbregas -la reprendió riendo-. ¿Por qué das a las mujeres un placer que a mí me rehúsas?
- Solamente contaba historias, señor -dijo ella.
- Bastante buenas, según he oído -respondió el rey.
Se la veía cohibida. Eyvind tomó la palabra en su nombre:
- Señor, conozco estas historias, y puede que no sean adecuadas para vuestra compañía -su mirada cayó en el obispo que se sentaba cerca-. Es un cuento pagano -Eyvind mantenía en secreto que aún daba culto a los elfos.
- Bien, ¿y qué importa? -preguntó Aethelstan-. Si yo contase entre mis amigos con un hombre como Egil Skallagrimsson...
- No hay nada malo en oír hablar de los antepasados, mientras no olvidemos que estaban equivocados -dijo el obispo-. Más aún, nos puede ayudar a comprender a los paganos de nuestro tiempo, y así enseñarnos el mejor camino para conducirlos a la Fe -después de un instante, añadió pensativo-: Debo confesar que pasé mi juventud estudiando en el extranjero y conozco menos sobre vosotros los daneses que la mayoría de los ingleses. Os estaría agradecido si pudierais explicarme las cosas a vuestra manera, mi señora Gunnvor.
Y así quedaron las cosas, de suerte que aquel invierno ella pasó muchas noches hablándoles de Hrolf Kraki.



2

La historia de Frodhi


I

En aquellos días, Dinamarca era menos extensa que ahora. Abarcaba la gran isla de Selandia y las otras pequeñas a su alrededor. Excepto por los cretosos acantilados de Mön al Sur, es un país llano, en el que las colinas se ondulan tan suavemente como fluyen los ríos. Luego, hacia el Este, al otro lado del Sund, se encuentra Escania. La parte más angosta del estrecho, que puede recorrer a nado cualquier muchacho, se parece mucho a su hermana; y dicen que antaño la diosa Gefion arrancó Selandia de la península para poder tenerla para sí y para su amante, Skiold, el hijo de Odín. Pero hacia el Norte, donde se proyecta hacia el Kattegat, Escania se alza en cumbres rojizas, el término sur del Keel.
Es una tierra de suelo fértil, en cuyas aguas pululan los peces, las focas y las ballenas, cuyos pantanos oscurecen y atruenan las alas de los ánades, cuyos árboles viajan lejos convertidos en el maderamen de excelentes barcos. Pero esos mismos árboles crecen en bosques poco menos que intransitables, guarida del ciervo y del alce, del uro y del bisonte, del lobo y del oso. En tiempos antiguos, las soledades abarcaban más y eran más espesas de lo que son ahora, aislando entre sí los asentamientos de los hombres, cobijando no sólo a los forajidos, sino también a elfos, trolls y otros seres maravillosos.
Al norte de Escania está la tierra de los Götar, a quienes los ingleses llaman geatas. Entonces era un reino con su propia ley. Más al Norte se encuentra Svithjodh, donde moran los suecos; el suyo era el mayor y el más poderoso de los países nórdicos. Al Oeste, a través de las montañas, estaba Noruega, entonces dividida en muchos pequeños reinos y tribus sumidos en constantes altercados. Más allá de Noruega y de Svithjodh viven los finlandeses. Son, en su mayoría, cazadores errabundos y pastores de renos, y hablan una lengua que no se parece a ninguna de las nuestras. Pero son tan ricos en pieles que, a pesar de definirse muchos de ellos como expertos en brujería, son atacados de continuo o sometidos a tributo por daneses, suecos y noruegos.
Volviendo de nuevo al Sur, al Oeste de Selandia encontramos el Gran Belt, y más allá de estas aguas la isla de Fyn. Luego viene el Pequeño Belt y después la península de Jutlandia. Jutlandia es una tierra más escarpada y dura que el resto de lo que hoy es el reino danés. Desde las playas del Skagen, ampliamente surcadas por los silbidos del viento, hasta los pantanos del Sur, donde los hombres andan sobre zancos como si fuesen cigüeñas, cerca ya de la desembocadura del poderoso Elba, se encuentra la madre de todas esas gentes que han vagado extensamente a través del mundo: cimbros, teutones, vándalos, hérulos, anglos que dieron su nombre a Inglaterra, jutos, sajones, y tantos otros.
No solamente para ganar fuerza, riqueza y fama, sino para detener las interminables guerras e invasiones, los reyes daneses de Selandia y Escania intentaron someter a los otros a su poder. Y a veces vencieron en la batalla y fueron reconocidos como señores supremos en diversas partes. Pero no pasaba mucho tiempo sin que se desenvainasen de nuevo las espadas, y en los tejados de los condes que habían establecido para que dirigiesen aquellas tierras no tardaba en cacarear el gallo rojo. La mitad de las veces esto sucedía porque reyes que eran hermanos luchaban entre sí.
Decían descender de Skiold y Gefion. Se dice en Inglaterra -donde a Skiold le llaman Scyld- que fue conducido a la orilla en un barco sin remos. Estaba lleno de armas pero llevaba también una gavilla de grano donde descansaba la cabeza del niño. Los daneses lo tomaron por rey, y gran rey llegó a ser, que dio leyes y paz y estableció los cimientos del reino. Cuando al final murió, su apenado pueblo lo dejó a la deriva en un barco ricamente cargado, para que pudiese volver a ese hogar desconocido del que había venido. Creían que su padre había sido Odín. Y, a decir verdad, la sangre del Tuerto se mostró después de muchas maneras, de tal modo que algunos de los Skioldungos fueron sabios y pacientes patriarcas, otros salvajes y codiciosos, y, todavía, otros dados a escudriñar cosas que mejor hubiese sido no tocar.
Esto último fue lo que les sucedió más a menudo a los reyes de Svithjodh. Eran los Ynglingos, que procedían de Freyr, que no es un dios del cielo sino de la tierra, cuya fertilidad se evoca en extraños ritos, como así mismo sus sombras, y ese moho que lo devora todo. En su sede de Uppsala, no pocos de estos reyes adoraron a animales e hicieron hechicerías. Además, engendraron buenos y esforzados guerreros, y, cuando al final los expulsó Ivar Palmo Ancho -mucho después de la historia que voy a contaros-, uno de sus hombres fue el antecesor de aquel Harald el de la Hermosa Cabellera, que convirtió a Noruega en un único reino.
Entre Skioldungos e Ynglingos hubo escaso amor y sí mucho derramamiento de sangre. Entre ellos estaba la tierra de los Götar. Siendo menores en número que cualquiera de sus vecinos, estos últimos buscaron la amistad de ambos, o por lo menos el jugar un doble juego. Aun así no eran de ningún modo débiles. De entre ellos surgió ese hombre al que los ingleses llaman Beowulf.
Así estaban los asuntos en los días en que Frodhi el Pacificador se convirtió en rey de Dinamarca. De él se dicen muchas cosas, y como ganó la supremacía por medio de la guerra y de la astucia, prosiguió luego dando tales leyes y guardando tanto la paz que una doncella podía llevar un saco lleno de oro de una punta a otra de su reino sin sufrir ningún daño. Sin embargo, había también en él esa voracidad que podía darse en los Skioldungos y que, anteriormente, había ocasionado que a su antepasado Hermodh lo expulsasen del trono real en la ciudad de Leidhra y lo condujesen a las soledades del yermo. Se oyen diferentes historias sobre el fin de Frodhi; pero la que oiréis ahora es la que prefieren los escaldos.
Un barco de Noruega trajo para vender algunos cautivos de las tierras altas. De éstos, Frodhi escogió dos mujeres

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