CONTENIDO LITERAL

("Presentación", artículo de Miquel Barceló. Derechos de autor 1999, Miquel Barceló)

Sin que me pese en demasía, voy a verme obligado a repetir aquí gran parte de la extensa presentación que hace un año escribía para El temor de la fundación, la primera entrega de la nueva trilogía de la Fundación asimoviana. Una nueva serie promovida y autorizada por los herederos de Isaac Asimov, que han elegido, nada más y nada menos, que a las "tres bes" (los "killer B's", dicen en inglés) de la ciencia ficción moderna: Benford, Bear y Brin, todos ellos autores más que conocidos de los lectores de Nova.
Si el inicio de Benford era prometedor, y sin conocer todavía la aportación de Brin a la saga asimoviana, me atreveré a decir, de entrada, que las ideas que Bear introduce en esta novela son de las más sugerentes que cabe esperar en el universo de la Fundación.
Hace unos años, sin conocer la orientación que Bear iba a tomar en esta novela, ya había expresado en algún artículo mi desconfianza respecto de lo que podía llegar a representar la Ley Cero de la Robótica, introducida por Asimov en 1985 en la novela Robots e imperio.
Bear parece haber reflexionado en torno a la misma problemática, tal como demuestra deforma brillante al novelar la idea de un posible enfrentamiento entre los robots "giskardianos" (como el famoso R. Daneel Olivaw, omnipresente en la saga) y los "calvinianos", fieles a las tres leyes originales de la robótica que defendiera la robopsicóloga Susan Calvin. El debate está servido.
Un debate que se une a otros interesantísimos elementos de esta novela de Greg Bear que hoy presentamos: la idea de los "memes" alienígenas, la posible reacción evolutiva de la especie humana ante el papel protector de los robots giskardianos como Daneel o, incluso, el futuro papel de mutantes con poderes extraordinarios como El Mulo que, en la serie inicial de Asimov, acaba poniendo en peligro los proyectos del visionario Hari Seldon.
Todo ello ayuda a presentar posibles respuestas a algunas de las preguntas que Gregory Benford se hacía en torno a la saga asimoviana. En realidad, en ese epílogo a El temor de la fundación de donde saco la cita, Benford se hacía, en voz alta, algunas de las preguntas que los lectores de Asimov nos hemos hecho durante muchos años:

Siempre me he preguntado sobre algunos aspectos cruciales del Imperio imaginado por Asimov: ¿Por qué no hay alienígenas en la galaxia? ¿Qué papel desempeñan los ordenadores? ¿Y los robots? ¿Cómo llegó la teoría de la psicohistoria a ser como es?

Ésa es la apuesta y el proyecto de esta Segunda Trilogía de la Fundación, lo cual no es poco, se lo aseguro. Pero tal vez convenga volver por un momento a Isaac Asimov y al más conocido de sus universos creativos. Quizá pueda servir de apresurado resumen para quien se acerque por primera vez (si tal cosa es posible) a la robótica y la psicohistoria asimoviana.

Los robots de Isaac Asimov
Para muchos lectores, el nombre de Isaac Asimov y el término ciencia ficción son casi sinónimos. La ciencia ficción es un género cambiante, pero Asimov supo representarlo a la perfección durante los años cuarenta y cincuenta (que siguen apareciendo como la época dorada del género), y también se mantuvo con gran éxito y aceptación popular en los años setenta y ochenta cuando volvió a sus famosas series del ciclo de la Fundación o de las "novelas de robots".
Desde los años cuarenta, Asimov fue uno de los autores favoritos de John W. Campbell, editor de Astounding, quien publicó gran parte de los relatos que más tarde, en la década de los cincuenta, se editaron en forma de libro. Con títulos como Yo, robot (1950) o la trilogía inicial de la Fundación (1951-1953) Asimov estableció su fama popular e impulsó su nombre como el del mejor y más famoso autor de la ciencia ficción de todos los tiempos.
En las novelas en torno a los "robots positrónicos", Asimov aborda una primera extrapolación de la historia futura, situada cronológicamente hacia el año 5000 de nuestra era. Se trata de cuatro novelas escritas con muchos años de diferencia: Bóvedas de acero (1954), El sol desnudo (1957), Los robots del amanecer (1983) y Robots e imperio (1985).
Herederas directas de Yo, robot, las llamadas "novelas de robots" describen un universo en el que la humanidad se ha expandido hasta poblar una cincuentena de planetas, los Mundos Exteriores. En esos planetas viven los "espacianos", descendientes de terrestres que, pese a todo, se sienten distintos de quienes permanecen en el planeta madre. Los espacianos repudian su herencia y se esfuerzan por impedir la expansión de la Tierra. Una Tierra aquejada de un grave exceso de población que obliga a los terrestres a vivir en gigantescas ciudades protegidas por cúpulas, en completa promiscuidad. Un verdadero contraste con las sociedades escasamente pobladas de los Mundos Exteriores, donde el contacto humano es incluso tabú.
Como en la mayor parte de la narrativa de Asimov, también en las "novelas de robots" la humanidad es la única especie inteligente en la galaxia y tan sólo compite con su propia creación: los robots. Y son estos quienes, a su vez, representan un elemento básico de diferenciación entre la sociedad terrestre y la espaciana.
De hecho, la mayor parte de las narraciones de robots de Asimov son reflexiones éticas. Resulta fácil comprobar que las famosas Tres Leyes de la Robótica son esencialmente normas para garantizar la convivencia en sociedad, precisamente ante la presencia de unos seres, los robots, con gran potencialidad pero que deben quedar sujetos al control de los humanos. Las conocidas tres leyes establecen que:
1. un robot no debe dañar aun ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano sufra daño;
2. un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes se contradigan con la Primera Ley;
3. un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protección no esté en conflicto con la Primera o Segunda Leyes;

Y muestran, incluso en su propia formulación, un claro orden de prioridad.
El código ético resultante es mucho más transparente si se sustituye la palabra "robot" por la expresión "ser humano" en la formulación de las leyes y se hacen, consecuentemente, algunos cambios menores:
1. un ser humano no debe dañar a otro ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano sufra daño;
2. un ser humano debe obedecer las leyes establecidas, excepto cuando se contradigan con la Primera Ley;
3. un ser humano debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protección no esté en conflicto con la Primera o Segunda Leyes.

Tal vez cabría discutir el orden de las tres leyes en el caso de su aplicación a los humanos pero, en su formulación robótica, debían recoger también el papel subordinado de los robots ante los humanos. Leídas con el "ser humano" como sujeto, representan la expresión de conceptos tan determinantes como la solidaridad, la necesidad de acatar las normas y leyes de comportamiento social para garantizar la posibilidad de vida en común, y el derecho a la vida.
Asimov contempló siempre la posibilidad de que los seres humanos rechazaran a los robots, y por ello las tres leyes establecen claramente el carácter inofensivo y predecible del comportamiento robótico. Se elimina así la imagen amenazadora del robot, habitual en la ciencia ficción hasta la aparición de las narraciones que luego formaron Yo, robot (1950). Precisamente, gracias a las Tres Leyes de la Robótica, los robots pueden convertirse en un instrumento para el progreso de la humanidad. En concreto, el papel que, después, desempeñará el robot R. Daneel Olivaw en la serie de la Fundación es una clara muestra de ello.
De hecho, la equiparación ética entre robots y humanos acabó convirtiendo el tema central de las narraciones sobre robots en una verdadera investigación sobre lo que significa ser humano. Uno de los personales más "humanos" de toda la obra narrativa de Asimov es precisamente el robot Andrew Martin, protagonista de El hombre del bicentenario (1976). En su investigación sobre si hay alguna diferencia entre humanos y robots, Asimov plantea el caso de un robot que desea ser integralmente humano, con todas sus consecuencias. En primer lugar Andrew conseguirá los mismos derechos legales de los seres humanos, pero no logrará ser humano hasta que decida degradar su maravilloso e inmortal cuerpo robótico deforma que se deteriore paulatinamente y, como los humanos, acabe muriendo.
Sorprendentemente, las historias de robots de Asimov acaban precisando lo que significa ser humano e incluso llegan a distinguir entre un ser humano individual y ese colectivo que forma el conjunto de la especie y que llamarnos humanidad. En una de las nuevas "novelas de robots" escritas ya en los años ochenta, Robots e imperio (1985), Asimov introduce una nueva Ley Cero de la Robótica con prioridad sobre las otras tres. Su formulación es simple y calcada de la Primera Ley:
Un robot no debe dañar a la humanidad o, por su inacción, dejar que la humanidad sufra daño.
El sujeto que debe ser protegido ya es otro, mucho más general, aunque con ello se pase de algo concreto (un "ser humano") a un concepto abstracto (la "humanidad"). Con toda seguridad, con la Ley Cero hubieran resultado imposibles muchos de los juegos de lógica del resto de relatos asimovianos sobre robots. El mismo Asimov era consciente de ello y así lo demuestran algunas de las reflexiones que, sobre lo humano, se hace el robot Giskard en Robots e imperio, a la luz de la nueva Ley de la Robótica.
Así pues, en esencia, la robótica asimoviana es una "humanística". La fama de Asimov como divulgador científico, además de su éxito como escritor e inventor de un tratamiento metódico y original del tema del robot en la ciencia ficción, ha aumentado la trascendencia de sus ideas y relatos que, tal vez, resultan tan interesantes por esa implícita referencia a lo humano.

La visión de Hari Seldon
En un segundo bloque de novelas, las que preceden a la mítica serie de la Fundación, Asimov nos habla ya de la constitución y los problemas de un gran Imperio Galáctico que podríamos situar cronológicamente más o menos hacia el año 15000. Se trata de Un guijarro en el cielo (1950), En la arena estelar (1951) y Las corrientes del espacio (1952), escritas al inicio de su carrera de novelista.
En ese nuevo período, los Mundos Exteriores de los espacianos han desaparecido. La Tierra es un mundo condenado en el que sólo sobreviven escasos centros despoblados rodeados de zonas radiactivas. Los robots parecen haber desaparecido también, tal vez junto con los espacianos que defendían su uso.
En realidad, el Imperio Galáctico de Asimov resulta francamente parecido al viejo Imperio Romano de nuestra historia. Incluso un especialista cualificado como David Samuelson ha llegado a identificar la trama de una de esas novelas con el problemático intento de supresión de judea por parte de los romanos al principio de la era cristiana. No es extraño: Asimov reconocía su interés por Historia de la decadencia y ruina del imperio romano de Gibbon y admitió haberse inspirado en ella. Pero ese Imperio Galáctico, al igual que el romano que describe Gibbon, caerá en la decadencia y su disolución se hace al fin inevitable. Ante esa situación, Asimov imagina una nueva ciencia: la psicohistoria, que permite predecir matemáticamente el comportamiento de grupos y sociedades humanas. Ése es el tema que se desarrolla en la primera trilogía del tercer grupo de novelas: Fundación (1951), Fundación e imperio (1952) y Segunda fundación (1953) escritas en realidad en los años cuarenta en forma de relatos y novelas cortas. En 1966, esta Primera Trilogía de la Fundación asimoviana obtuvo el único premio Hugo especial que se ha otorgado a la mejor serie de toda la ciencia ficción.
En la Primera Trilogía de la Fundación, Hari Seldon, inventor de la psicohistoria, ha creado dos Fundaciones paralelas y separadas, una de ellas especializada en las ciencias físicas y la segunda al estudio de las ciencias del control mental, como la telepatía. El objetivo de Seldon es acortar el previsto período de barbarie y acelerar el nacimiento de un segundo Imperio Galáctico a partir de las cenizas del primero. Un elemento imprevisible como El Mulo, un mutante con poderes extraordinarios, dará al traste con la Primera Fundación. La única esperanza de acortar los milenios de barbarie radica en la Segunda Fundación, que se convierte en el objetivo de una búsqueda angustiada.
Tal vez de forma insospechada para muchos que desean encasillarle en una ciencia ficción de raíces muy científicas o hard, y pese a su evidente interés personal por la ciencia y la tecnología, el joven Asimov de los años cuarenta ponía sus esperanzas finales en el potencial de la mente humana antes que en las innovaciones tecnológicas (al fin y al cabo, fruto precisamente de la mente humana). En cualquier caso, además de la inspiración en Gibbon ya comentada, en la obra del joven Asimov también se revela una concepción cíclica del devenir histórico que, muy posiblemente, proceda de un historiador como Toynbee.
Pasados los años, la serie de la Fundación prosiguió con nuevas novelas, como Los límites de la fundación (1972) o Fundación y Tierra (1986), donde se describe la búsqueda del entonces ya mítico planeta Tierra por parte de los miembros de la Segunda Fundación. Con Fundación y Tierra se enlaza, con un rizo argumental evidente, el ciclo de la Fundación con el de los robots. Incluso con la sorpresa añadida de que sea un robot (que ha sobrevivido millares de años) quien pone a Hari Seldon en la pista de su proyecto de la psicohistoria, tal y como se narra en Preludio a la fundación (1990).
Esta última novela iniciaba un nuevo grupo en la serie, dedicado a los años en que Hari Seldon establece las bases de la psicohistoria. Es un proyecto narrativo que finalizó desgraciadamente inconcluso con la muerte de Asimov en 1992. El último de esos títulos fue Hacia la fundación, publicado póstumamente en 1993 como recopilación de diversos episodios aparecidos en la revista norteamericana Isaac Asimov's Science Fiction Magazine.
Posiblemente sea demasiado aventurado buscar un exceso de unidad en novelas escritas con más de treinta e incluso cuarenta años de diferencia, aunque la visión optimista del futuro está siempre presente, como en toda la obra de Asimov. Incluso cuando aparecen problemas inevitables, la ciencia, la nueva psicohistoria en este caso, se encarga de mitigar sus efectos. Y esa inevitabilidad de los problemas puede responder, como ya se ha dicho, a una concepción cíclica, elemental y esquemática de la historia.
En las novelas de la Fundación, la trama es esencialmente de índole política y, en el fondo, de intriga por saber si los grandes designios de los protagonistas llegarán a buen fin. El uso político de la tecnología, la religión y la diplomacia son algunos de sus elementos centrales.
A lo largo de esos cuarenta años, la visión histórico-social de Asimov resulta coherente y con pocas variaciones significativas. Uno de los escasos cambios de mayor interés es la eliminación del enfrentamiento entre terrestres y espacianos, que tal vez representara metafóricamente el enfrentamiento entre Oriente y Occidente, tan característico de los años cincuenta, cuando empezaron a escribirse las novelas de robots.


La Segunda Trilogía de la Fundación
Durante los últimos años, la especulación personal de Asimov ha quedado detenida por ley de vida, pero no así la de su universo de ficción. Roger McBride Allen ha desarrollado en la serie iniciada con Caliban (1993, en Nova éxito, número 8), la historia de un robot "gravitrónico", al parecer fruto de un acuerdo con el mismo Asimov. Por otra parte, algunos de los mejores autores de la moderna ciencia ficción han afrontado, por encargo de los albaceas literarios de Isaac Asimov, la audaz empresa de continuar con el proyecto de la Fundación.
El riesgo es grande, pero, a la vista de los dos primeros volúmenes de esta Segunda Trilogía de la Fundación, resulta ya evidente que el éxito va a saludar la osadía de esta iniciativa. Para ello ha bastado recurrir a tres de los mejores autores de la ciencia ficción moderna: Gregory Benford, Greg Bear y David Brin, quienes, tras haber pactado y proyectado en conjunto la nueva trilogía de la Fundación, se han repartido el trabajo de publicar, a un libro por año, esta nueva reflexión en torno al universo asimoviano. En marzo de 1997 apareció en Estados Unidos la aportación de Benford: El temor de la fundación (1997, Nova número 113), y la serie continúa con Fundación y caos (1998, NOVA número 124) de Greg Bear y, muy posiblemente, Tercera fundación (prevista en inglés para 1999 y posteriormente en Nova) de David Brin. [Nota de Términus Trántor: Apareció con el título El triunfo de la fundación en Nova número 136]
Por lo leído en los dos primeros volúmenes de la nueva serie, debo decir que estoy claramente convencido que Asimov se habría sentido orgulloso del trabajo realizado.
En El temor de la fundación, Benford nos acercaba a los turbulentos días del final del Imperio Galáctico, cuando finaliza el complejo establecimiento de la psicohistoria, la única ciencia capaz de predecir el comportamiento de las sociedades humanas. Siguiendo las líneas marcadas por Asimov, Benford profundiza en la personalidad de Hari Seldon, verdadero núcleo y deus ex machina de la famosa serie de la Fundación.
En la novela que hoy presentamos, Greg Bear introduce las que tal vez sean las respuestas a las muchas preguntas que la saga robótico-psicohistórica de Asimov, concebida a lo largo de tantos y tantos años, pudo haber dejado abiertas. Ya he hablado de ello al principio de esta presentación y no voy a repetirlo.
No obstante, sí diré que, si bien la obra de Benford era una curiosa fusión de su propio quehacer con el de Asimov (les remito al final de mi presentación a El temor de la fundación), Greg Bear ha construido una nueva novela muy respetuosa con el legado de Asimov. Bear ha elegido un evidente conflicto entre opciones distintas en torno al papel de los robots asimovianos en la historia humana, la ha concretado en la precariedad lógica de la Ley Cero y ha construido una amena e interesante novela que, sin lugar a dudas, el mismo Asimov habría leído con gusto, como lo he hecho yo y lo harán tantos "devotos asimovianos". Si la novela de Brin que cierra esta Segunda Trilogía de la Fundación es sólo la mitad de buena que la de Bear, el proyecto, arriesgado y problemático, habrá obtenido un éxito indiscutible.
Bear demuestra, una vez más, su maestría narrativa y lo bien que conoce el universo de Asimov. ¿Qué más se puede pedir?
Pasen y vean esta Fundación y caos. Disfrútenla. El mismo Isaac, de haberla leído, habría sentido envidia si no hubiera sido tan a conciencia el Buen Doctor que todos recordamos. Que ustedes lo pasen bien.