CONTENIDO LITERAL

(Fragmento de "Ciudad de brujerķa", novela de MArion Zimmer Bradley. Derechos de autor 1984, Marion Zimmer Bradley)

1

El mensajero era una mujer y, aunque iba vestida con ropa darkovana, ni era de Darkover ni estaba acostumbrada a andar de noche por las calles de la Ciudad Vieja de Thendara. Caminaba muy alerta, recordándose constantemente que las mujeres respetables rara vez eran molestadas en las calles si se ocupaban de sus propios asuntos y actuaban como si estuvieran yendo a algún lado, si no se entretenían y se mantenían en movimiento.
Había aprendido tan bien esta lección que caminaba rápidamente incluso mientras cruzaba el mercado, sin mirar a los lados, manteniendo los ojos fijos hacia delante.
El sol rojo de Cottman Cuatro, informalmente conocido como el Sol Sangriento por los trabajadores del espaciopuerto del Imperio Terrano, se demoraba sobre el borde del horizonte, produciendo una agradable penumbra de sombras rojizas. Una única luna, como una pálida sombra violeta, pendía en el cielo, alta y leve. En el mercado, los vendedores cerraban las persianas de sus puestos. Una vendedora de pescado frito raspaba las últimas migajas tostadas de la freidora, observada por algunos gatos vagabundos; esparció los restos, provocando a sus pies un revuelo de gatos que contempló divertida por un momento antes de levantar la freidora para quitarle la grasa con unos trapos. Muy cerca, un talabartero cerró de un golpe las persianas del frente de su puesto y les puso un candado.
Próspero, pensó la mujer terrana vestida con ropas darkovanas. Puede permitirse comprar un cerrojo metálico terrano. Darkover, Cottman Cuatro para los terranos, era un planeta pobre en metales. Otros vendedores aseguraban con cuerdas y sogas las persianas de sus puestos y confiaban en que el vigilante nocturno advirtiera a cualquier persona no autorizada que anduviera manipulando las sogas. Una panadera liquidaba los últimos bollos viejos que le quedaban de ese día; levantó la vista cuando la mensajera terrana pasó rápidamente por su lado.
- ¡Eh, Vanessa n'ha Yllana! ¿Dónde vas con tanta prisa?
Vanessa caminaba tan rápido que ya había pasado el puesto cuando escuchó las palabras. Se detuvo y regresó, sonriendo con vacilación a la mujer regordeta que le devolvía el cambio a un niñito con un bollo en la mano.
- Sherna -dijo con tono de reconocimiento-. No te había visto.
- No me extraña. -La panadera sonrió-. ¡Caminabas tan rápido como si fueras a exterminar por lo menos toda una colonia de banshees, querida! ¿Quieres un bollo?
Como Vanessa vacilara, la urgió:
- ¡Vamos, toma uno, no tiene sentido cargar todo esto hasta la Casa del Gremio, si ni siquiera queda un bollo para cada una a la hora de la cena!
Ante esto, Vanessa tomó uno y le dio un bocado. Era nutritivo, con harina de nuez para complementar el cereal y endulzado con fruta seca. Se quedó allí masticando, haciéndose automáticamente a un lado cuando la mujer, a poca distancia, empezó a blandir una escoba para barrer el frente de su negocio.
- ¿Ibas a la Casa del Gremio, o a hacer algún otro recado? -preguntó Sherna.
- A la Casa del Gremio. Se me tendría que haber ocurrido venir a buscarte, para que fuéramos juntas hasta allí.
En secreto, estaba irritada consigo misma, ¿En qué habría tenido la cabeza?
- Bien. Puedes ayudarme a llevar los canastos. Pero esta noche no hay reunión del Puente, ¿verdad?
- Oh, no que yo sepa. -Vanessa cargó uno de los canastos del pan-. Tengo un mensaje para Margali n'ha Ysabet. No sé por qué las Madres del Gremio se niegan a instalar un comunicador en la Casa; eso ahorraría tener que enviar mensajeras por las calles; especialmente, después del anochecer.
Sherna sonrió con indulgencia.
- Estos terranos... Así el ruido que hace esa cosa perturbaría nuestra tranquilidad... ¿y todo para ahorrarle a una mensajera la molestia de unos pocos minutos de caminata con buen tiempo? ¡Ah, tus pobres pies maltratados, mi corazón sangra por esos pies perezosos!
- El tiempo no es siempre tan bueno -protestó Vanessa; pero la discusión era ya vieja, muy habitual entre las mujeres, y las protestas no tenían mala intención.
Ambas mujeres eran miembros de la Sociedad del Puente, Penta Cori´yo, formada pocos años atrás, cuando algunas integrantes de las Amazonas Libres -Comhi´letziis, el Gremio de las Renunciantes- habían sido las primeras darkovanas que se habían ofrecido a trabajar en el Cuartel General Terrano; como técnicas médicas, como guías de montaña y asesoras de viajes, como traductoras y maestras de idioma. La Sociedad del Puente ofrecía un hogar, un lugar donde vivir, amigas entre las mujeres darkovanas. Para las terranas que accedieran a vivir respetando las leyes de las Renunciantes, pero que no querían comprometerse plenamente con la Casa del Gremio, existía también una forma especialmente modificada del juramento. El Puente mantenía habitaciones hogareñas para las mujeres darkovanas, casi todas Renunciantes, cuyo trabajo exigía que vivieran en el Cuartel General Terrano.
La Sociedad del Puente estaba abierta para cualquier mujer darkovana que hubiera trabajado tres de los ciclos lunares de cuarenta días en el Cuartel General Terrano y para cualquier mujer terrana que hubiera pasado el mismo tiempo en una Casa del Gremio. Sherna n'ha Marya, Renunciante de la Casa del Gremio de Thendara, había trabajado medio año como traductora, ayudando a compilar obras estándar en casta y en cahuenga, los dos idiomas de Darkover; Vanessa ryn Erin, graduada de la Academia de Inteligencia Terrana de Alfa, había estado ya cuatro años en Darkover y había vivido en la Casa del Gremio casi todo el año anterior, preparándose para hacer trabajo de campo fuera del Cuartel General.
Sherna entregó los últimos bollos dulces a una mujer que llevaba en brazos a un niño pequeño, mientras otro mayor se aferraba a su falda.
- Llévalos para los pequeños. No, no -protestó cuando la mujer empezó a escarbar en busca de unas monedas-, esos bollos solamente irían al comedero de las gallinas. Vanessa, nos arreglaremos bien con sólo dos hogazas para llevar; las mujeres de la cocina pueden hacernos budín de pan con ellas.
- ¿Ya podemos volver a la Casa del Gremio, entonces?
- No hay apuro -dijo Sherna, y Vanessa ya había estado en Darkover el tiempo suficiente como para no protestar, a pesar de la urgencia de su mensaje.
Ayudó a Sherna a atar las persianas del puesto de panadería, con toda tranquilidad, y reunieron luego los canastos dispersos.
Hubo un súbito revuelo de actividad en uno de los portales visibles desde la plaza del mercado y una caravana de animales de carga entró, haciendo repicar sus cascos sobre las piedras. Un puñado de niños que jugaban al rey-de-la-montaña encima de un puesto abandonado salieron corriendo. Una mujer alta y delgada, vestida con ropas de Renunciante, una túnica suelta y pantalones metidos dentro de botas bajas, y que llevaba un cuchillo de amazona, largo como una espada corta, se acercó a ellas a grandes pasos.
- Rafi. -la saludó Sherna-. No sabía que regresabas esta noche.
- Tampoco yo -dijo Rafaella n'ha Doria-. Esta gente ha estado haraganeando en el paso durante tres días. Creo que los animales de carga olieron su establo, pues, si no, todos ellos estarían todavía vagando allá arriba, mirando crecer la verde hierba y buscando hongos en los manzanos. Dejadme ir a buscar mi paga. Los dejé a todos en las puertas de la ciudad, pero estoy segura de que se han perdido en el trayecto hasta sus establos, a juzgar por la manera en que se han comportado todo el tiempo. ¡Y que Zandru me azote con sus escorpiones si vuelvo a aceptar alguna vez una comisión antes de que deje perfectamente en claro quién manda en el camino! Creedme, podría contaros algunas historias...
Con apresuramiento, se interrumpió para ir a hablar brevemente con el jefe de la caravana. Un poco de dinero cambió de manos. Vanessa vio que Rafaella lo contaba cuidadosamente; hasta una terrana sabía que eso era un insulto, allí en medio de la plaza del mercado. Después, Rafi regresó con ellas, saludó a Vanessa con una casual inclinación de cabeza, cargó sobre los hombros el último canasto de mimbre y las tres mujeres emprendieron juntas su camino a través de las calles empedradas.
- ¿Qué estás haciendo aquí, Vanessa? ¿Noticias del Cuartel General?
- No muchas -contestó Vanessa, evasivamente-. Uno de nuestros aviones de Cartografía y Exploración ha caído allá en los Hellers.
- Tal vez haya entonces trabajo para nosotras -apuntó Rafaella-. El año pasado, cuando nos enviaron contratadas para rescatar un avión caído, todo el mundo tuvo mucho que hacer.
Rafaella era organizadora de viajes y estaba muy requerida por los terranos que debían aventurarse en las poco conocidas montañas de los Dominios del norte, donde ni siquiera había caminos.
- No sé si es eso lo que quieren. Creo que el avión no está en un lugar del que pueda ser rescatado -observó Vanessa.
Las mujeres caminaron en silencio por una de las más tranquilas calles de la ciudad y se detuvieron ante un gran edificio de piedra, que presentaba a la calle una fachada sin ventanas. Sobre la puerta principal, un pequeño cartel decía:

CASA DEL GREMIO DE THENDARA
HERMANDAD DE RENUNCIANTES

Sherna y Vanessa estaban cargadas de canastos; sólo Rafaella tenía una mano libre para hacer sonar la campanilla. En el vestíbulo, a mujer con el embarazo muy adelantado las dejó entrar, cerrando y trabando la puerta detrás de ellas.
- Oh, Vanessa..., ¿es noche de reunión de la Sociedad del Puente? Me había olvidado, -Pero no le dio a Vanessa oportunidad de responder-. ¡Rafi, tu hija está aquí!
- Creía que Doria estaba trabajando todavía con los terranos -comentó Rafaella, con poca gracia- ¿Qué está haciendo aquí, Lurinda?
- Está dando una conferencia, con la caja que hace cuadros iluminados sobre la pared, a siete mujeres que serán entrenadas como asistentes médicas y que empiezan los próximos diez días -le contó Lurinda-. Nurses, las llaman los terranos... ¿No es gracioso? Parece como si fueran a dar de mamar a los bebés terranos y no es para eso que las entrenan en realidad. Sólo para cuidar a los enfermos y curar heridas y cosas así. Ya casi deben de haber terminado; podrías entrar y hablarle.
Vanessa preguntó:
- ¿Está en la casa Margali n'ha Ysabet? He venido a traerle un mensaje.
- Tienes suerte -respondió la mujer-, parte mañana por la mañana para Armida, junto con Jaelle n'ha Melora. Tendrían que haberse marchado hoy antes de mediodía, pero uno de sus caballos perdió una herradura y, para cuando el herrero acabó su trabajo amenazaba lluvia, así que postergaron la partida hasta mañana.

[...]