CONTENIDO LITERAL

(Fragmento de "Casa de Thendara [la]", novela de Marion Zimmer Bradley. Derechos de autor 1983, Marion Zimmer Bradley)

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Magdalen Lorne

Caían leves copos de nieve, pero hacia el este las nubes se abrían, dejando ver la opaca luz rojiza de Cottman IV -el sol de Darkover, llamado el Sol Sangriento por el Imperio Terrano- que atisbaba entre las nubes como un gigantesco ojo inyectado en sangre.
Magdalen Lorne se estremeció un poco mientras se acercaba caminando lentamente al Cuartel General Terrano. Llevaba ropas darkovanas, de modo que tuvo que mostrar sus credenciales a los hombres de la Fuerza Espacial que custodiaban las puertas, pero uno de ellos la conocía de vista.
- Está bien, señorita Lorne. Aunque tendrá que ir al nuevo edificio.
- ¿Por fin han terminado los nuevos despachos para Inteligencia?
El hombre uniformado asintió.
- Así es. Y el nuevo jefe llegó el otro día de Alfa Centaurus... ¿todavía no se lo han presentado?
Todo esto era nuevo para Magda. Darkover era un Planeta Cerrado, Clase B, lo que significaba que los terranos -al menos oficialmente- debían limitarse a ciertas Ciudades Comerciales y Zonas Especificadas en los Tratados. No había un Servicio de Inteligencia oficial, salvo una pequeña oficina en Registros y Comunicaciones, que dependía directamente del despacho del Coordinador.
Ya era hora de que abrieran una rama de Inteligencia aquí. Tampoco les vendría mal un Departamento de Antropología Alienígena.
Luego Magda se preguntó en qué afectaría todo esto su ya irregular situación. Había nacido en Darkover, en Caer Donn, donde los terranos habían construido su primer puerto espacial antes de trasladarse al nuevo Cuartel General Imperial, aquí en Thendara.
Magda había sido criada entre darkovanos, antes de que se estableciera la nueva política de estandarización de edificios en los puertos espaciales con la luz amarilla normal del Imperio... una política que no contemplaba en absoluto el sol rojo de Darkover y el frío feroz de su clima. Por supuesto, esa política tenía sentido para el personal destacado en planetas comunes del Imperio, gente que rara vez permanecía en el cargo más de un año y no tenía necesidad de aclimatarse, pero las condiciones reinantes de Darkover eran inusuales -por decirlo con suavidad- para ser un planeta del Imperio.
Los padres de Magda habían sido lingüistas y habían pasado gran parte de sus vidas en Caer Donn; ella había crecido más como darkovana que como terrana, y era una de las tres o cuatro personas que hablaban el idioma como un nativo y podían hacer investigaciones de costumbres e idiomáticas sin ser descubiertas. Magda nunca había estado fuera de Darkover salvo durante los tres años de entrenamiento en la Escuela de Inteligencia del Imperio de la Colonia Alfa, tras lo cual había aceptado un cargo en Comunicaciones como algo natural. Pero aquello que había sido para sus superiores un disfraz conveniente, adecuado para hacer investigaciones y trabajo secreto en su planeta de nacimiento, se había convertido para ella en su yo más profundo.
Y es a ese yo darkovano, a Margali, no a Magda, a quien debo ser fiel ahora. Y no sólo a Margali, sino a Margali n'ha Ysabet, Renunciante del Comhii-Letzzi que los Terranos llamarían Amazona Libre. Eso es lo que soy ahora y lo que seré de aquí en adelante, men día pre'zhiuro... Magda susurró para sí las primeras palabras del juramento de las Renunciantes y se estremeció. No sería fácil. Pero lo había jurado, de modo que lo cumpliría. Para un terrano, un juramento hecho por coacción no era válido. Al ser Darkovana, el Juramento me obliga sin ninguna duda, y la idea misma de no respetarlo es deshonrosa.
Con un esfuerzo, desprendió sus pensamientos de esa eterna trampa de su mente. Una nueva sección de Inteligencia, le había dicho el hombre, y un nuevo Jefe. Probablemente, pensó Magda, con un encogimiento de hombros resignado, alguien que sabía bastante menos que ella de este trabajo. Tanto ella como su ex-marido, Peter Haldane, habían nacido aquí, eran naturalmente bilingües y conocían y aceptaban las costumbres como propias. Pero ésa no era la manera en que el Imperio hacía las cosas.
La nueva Oficina de Inteligencia estaba en un alto rascacielos, que aún resplandecía, recién construido, muy alto por encima del Puerto. Bajo las amarillas luces terranas normales, demasiado brillantes para los ojos de Magda, vio a una mujer de pie; una mujer que conocía, o que había conocido muy bien en el pasado.
Cholayna Ares era más alta que Magda, de piel oscura, con pelo blanco -Magda no sabía si había encanecido prematuramente o si siempre había sido plateado, pues el rostro de la mujer era, y había sido siempre, inusualmente joven-. Le sonrió con un gesto de bienvenida, extendiendo un brazo, y Magda estrechó la mano de su antigua profesora.
- Es difícil imaginar que hayas dejado la Escuela de Entrenamiento -dijo Magda-. Y más aún para venir aquí...
- Oh, no la he abandonado -se rió Cholayna Ares-. Hubo el tironeo burocrático de siempre... cada grupo me quería a su lado, y yo injurié a ambos bandos y solicité el traslado. De modo que terminé... aquí. No es un puesto muy solicitado, así que no tuve competencia para conseguirlo. Recordé que tú eras de aquí, y que te gustaba. No muchos tienen la oportunidad de montar un Servicio de Inteligencia partiendo de cero en un planeta Clase B. Y contigo y Peter Haldane... ¿no me dijeron un día que te habías casado con él?
- El matrimonio se disolvió el año pasado -explicó Magda-. Lo de siempre. -Con un encogimiento de hombros, descartó la mirada comprensiva de su ex-profesora-. El único problema que se creó fue que ya no nos enviaron juntos a hacer trabajo de campo.
- Si aquí no había servicio de Inteligencia... ¿qué trabajo de campo hacíais?
- Comunicaciones -dijo Magda-. Investigación lingüística: en una época me hicieron registrar chistes y modismos en el mercado, como medio de mantenerse al tanto del idioma y el argot corrientes, para que la gente que sí tenía que hacer trabajos de campo no cometiera errores estúpidos.
- ¿Y por eso vienes a saludarme y darme la bienvenida en este mi primer día de trabajo? -preguntó Cholyana-. Siéntate..., cuéntame de este lugar. Es una amabilidad por tu parte, Magda. Siempre supe que harías una buena carrera en Inteligencia.
Magda bajó los ojos.
- No era mi idea..., nadie me dijo que estabas aquí. -Decidió que la única manera de acabar pronto con todo era decirlo-. Vine aquí a presentar mi dimisión.
Los ojos oscuros de Cholayna revelaron el asombro que sentía.
- ¡Magda! ¡Las dos sabemos cómo es el Servicio! ¡Sin duda deberían haberte ofrecido el cargo, pero siempre pensé que éramos amigas, y que al menos estarías dispuesta a quedarte un tiempo!
A Magda nunca se le había ocurrido algo así. Pero por supuesto, era natural que Cholayna tuviera esa impresión. Deseó que este nuevo jefe hubiera sido uno completo desconocido, o al menos alguien que no le gustara, no una mujer a la que siempre había querido y respetado.
- ¡Oh, no, Cholayna! ¡Te doy mi palabra de que no tiene nada que ver contigo! Ni siquiera sabía que estabas aquí... Estuve afuera hasta anoche... -Se dio cuenta de que tartamudeaba por la ansiedad de convencer a Cholayna, quien frunció el ceño y le indicó, con un gesto, que se sentara.
- Creo que será mejor que me lo cuentes todo, Magda.
Inquieta, Magda se sentó.
- No estuviste en el Concejo esta mañana. No lo sabías. Mientras estuve fuera... hice el juramento de las Renunciantes. -Ante la expresión perpleja de su colega, se explicó mejor-: En los archivos las llaman Amazonas Libres, pero no les gusta ese nombre. Estoy obligada a pasar medio año en la casa del Gremio de Thendara, para recibir entrenamiento, y después... después no sé muy bien qué quiero hacer, pero no creo que sea trabajar para Inteligencia.
- ¡Pero qué oportunidad tan maravillosa, Magda! -exclamó Cholayna-. ¡Ni se me ocurriría aceptar tu dimisión! Si quieres, te pondré en status inactivo durante medio año... ¡pero piensa en la tesis que podrás hacer! Incluso ahora tu trabajo se considera como un ejemplo de excelencia... eso me dijo el Legado. Probablemente sabes más que nadie de las costumbres darkovanas. También me han dicho que la División Médica ha accedido a entrenar a un grupo de Amazonas Libres... -vio la mueca de Magda y se corrigió-. ¿Cómo las llamaste? ¿Renunciantes? Suena como una orden de monjas... ¿a qué renuncian? Parece un lugar extraño para ti.
Magda sonrió ante la comparación.
- Podría citarte el juramento. Básicamente a lo que renuncian... renunciamos, es a la protección de los hombres dentro de la sociedad, a cambio de ciertas libertades. -Le sonaba como una explicación horriblemente inadecuada, pero... ¿cómo podía expresarlo?-. Pero no lo hago para escribir una tesis, ¿entiendes?, ni para suministrar más información a Inteligencia terrana. Por eso vine a presentar mi dimisión.
- Y por eso me niego a aceptarla -dijo Cholayna.
- ¿Crees que voy a espiar a mis amigas de la Casa del Gremio? ¡Nunca!
- Lamento que lo veas de ese modo, Magda. Yo no. Cuanto más sepamos acerca de los diferentes grupos de un planeta, tanto más fácil será para nosotros... y para el planeta, porque hay menos posibilidades de que se produzcan malentendidos y problemas entre el Imperio y los de aquí...
- Sí, sí, todo eso lo aprendí en la Escuela de Inteligencia -exclamó Magda con impaciencia-. La misma línea de comunicación doble de siempre, ¿verdad?
- Yo no lo diría así. -En la voz de la mujer mayor se advertía una furia cuidadosamente controlada.
- Pero yo sí, y empiezo a pensar que se le puede dar un uso incorrecto -replicó Magda, y ahora también ella estaba enojada-. Si no quieres aceptar mi dimisión, Cholayna, tendré que irme sin que la aceptes. Darkover es mi hogar. Y si el precio de convertirme en Renunciante es perder mi ciudadanía de Imperio, bien..., entonces...
- Espera un minuto, ¿quieres, Magda? -Cholayna levantó una mano para interrumpir el iracundo torrente de palabras-. Y siéntate otra vez, por favor.
Magda se dio cuenta de que se había puesto de pie, y lentamente se dejó caer en su silla. Cholayna fue hasta la consola que estaba junto a una pared de su despacho y tecleó para conseguir una taza de café; le pidió una también para Magda, y con ambas tazas calientes en equilibrio en la palma de su mano, volvió a su silla junto a la joven.

[...]