CONTENIDO LITERAL

(Fragmento de Nube negra [la], novela de Fred Hoyle. Derechos de autor 1957, Fred Hoyle)

PRÓLOGO

El episodio de la Nube Negra siempre ha tenido para mí un aspecto fascinante. La tesis que me hizo ganar mi beca en el Queens' College, de Cambridge, se relacionaba en ciertos aspectos con este hecho épico. Ese trabajo se publicó más tarde, después de algunas modificaciones convenientes, como un capítulo del libro de Sir Henry Clayton, Historia de la Nube Negra, lo que mereció mi gratitud. Por eso no fue del todo sorprendente que Sir John McNeil, médico bien conocido y anteriormente investigador de nuestra universidad, me legara al morir una voluminosa colección de documentos relativos a su propia experiencia respecto a la Nube. Más sorprendente era la carta que acompañaba a los documentos. Decía:
Queens' College, 19 de agosto, 2020
Mi querido Blythe.
Espero que perdone a un anciano por charlar ocasionalmente consigo mismo acerca de algunas de sus especulaciones respecto a la Nube. Ocurrió que durante la crisis yo estaba en una posición que me permitió enterarme de la verdadera naturaleza de la Nube. Esta información, por varias razones convincentes, no se hizo nunca pública y parece desconocida para los relatores de historias oficiales (¡sic!). Me ha provocado mucha angustia mental decidir si lo que sé debía irse conmigo o no. En la duda he decidido pasar mis dificultades e incertidumbres a usted. Éstas serán más claras cuando haya leído el manuscrito, que, incidentalmente, he escrito en tercera persona, para no aparecer demasiado mezclado con la historia.
Además del manuscrito le dejo un paquete que contiene un rollo de papel perforado. Le pido que lo guarde con el mayor cuidado hasta que comprenda su significado.
Sinceramente suyo.
JOHN McNEIL
ESCENAS INICIALES

Eran las ocho en el meridiano de Greenwich. En Inglaterra comenzaba a levantarse el sol invernal del 7 de enero de 1964. A todo lo largo y lo ancho del país temblaban personas en casas mal calentadas mientras leían los periódicos matutinos, tomaban sus desayunos y se quejaban del tiempo, que, en verdad, había sido espantoso últimamente.
En dirección al sur, el meridiano de Greenwich pasa por el oeste de Francia, sobre los Pirineos cubiertos de nieve y a través del extremo este de España. Luego, la línea cruza hacia la parte occidental de las islas Baleares donde avispadas personas del norte pasaban las vacaciones de invierno, y en una playa de Menorca podía verse volver de un temprano baño matinal a los participantes de una divertida fiesta. Y luego África del Norte y el Sahara.
El meridiano primario se vuelve entonces hacia el ecuador a través del Sudán Francés, Ashanti y la Costa de Oro, donde nuevas fábricas de aluminio se extendían a lo largo del río Volta. De ahí a una vasta extensión de océano ininterrumpido hasta llegar a la Antártida. Allí' andaban codo a codo, expediciones de una docena de naciones.
Toda la tierra al este de esta línea hasta Nueva Zelanda se volvía hacia el Sol. En Australia se acercaba el atardecer. A través del campo de cricket, en Sydney, se extendían largas sombras. Se jugaban los últimos tiros del día del partido de bolos entre New South Wales y Queennsland. En Java los pescadores preparaban el trabajo de la noche próxima.
Sobre gran parte de la enorme extensión del Pacífico, sobre América, y sobre el Atlántico, era de noche. En Nueva York eran las tres. La ciudad resplandecía de luces y todavía el tránsito era intenso a pesar de la reciente nevada y de un frío viento del noroeste. Y en ningún lugar de la tierra, en ese momento, había más actividad que en Los Ángeles. Ya era tarde allí, medianoche: las avenidas se hallaban repletas de gente, los automóviles corrían por las carreteras, los restaurantes todavía estaban llenos.
Ciento veinte millas al sur los astrónomos del Monte Palomar habían comenzado el trabajo nocturno. Pero aunque la noche era clara y brillaban, estrellas desde el horizonte al cenit, las condiciones desde el punto de vista del astrónomo profesional eran pobres, la "visión" era mala, había mucho viento en los niveles superiores. De manera que nadie lamentaba abandonar los instrumentos para la breve comida de medianoche. Más temprano, cuando la perspectiva para la noche era ya bastante dudosa, se habían puesto de acuerdo para encontrarse en la cúpula del Schmidt, de 18 pulgadas. Paul Rogers caminó las cuatrocientas yardas más o menos desde el telescopio de 200 pulgadas hasta el Schmidt, sólo para encontrar que Bert Emerson ya estaba dedicado a un tazón de sopa. Andy y Jim, los ayudantes de noche, trabajaban en la cocina.
-Perdón por haber empezado -dijo Emerson- pero parece que esta noche va a ser completamente nula.
Emerson trabajaba en un reconocimiento especial del cielo y sólo buenas condiciones de observación eran convenientes para su tarea.
-Tienes suerte, Bert. Parece que vas a tener una noche corta.
-Seguiré más o menos durante otra hora, si después la cosa no mejora me iré.
-Sopa, pan con mermelada, sardinas y café -dijo Andy-. ¿Qué quieres?
-Un plato de sopa y una taza de café, gracias -contestó Rogers.
-¿Qué vas a hacer con el de 200 pulgadas? ¿Usar la cámara oscilante?
-Sí, puedo adelantar esta noche. Hay varias traslaciones que quiero realizar.
Les interrumpió Knut Jensen que venía desde algo más lejos, donde estaba el Schmidt de 18 pulgadas.
Emerson le saludó.
-Hola Knut, hay sopa, pan con mermelada, sardinas y el café de Andy.
-Comenzaré con sopa y sardinas, por favor.
El joven noruego, que era un poco aprovechado, tomó un plato de crema de tomate y le puso dentro media docena de sardinas. Los otros lo miraron asombrados.
-¡Judas, el muchacho debe tener hambre! - dijo Jim.
Knut levantó la vista, algo sorprendido en apariencia.
-¿Ustedes no comen sardinas así? Ah, entonces no conocen el verdadero modo de comer sardinas. Pruébenlo, les va a gustar.
Luego de haber provocado esta pequeña impresión añadió:
-Creo haber olido una mofeta antes de entrar.
-Debe andar bien con esa cocción que estás comiendo, Knut -dijo Rogers.
Cuando terminó la risa Jim preguntó:
-¿Oyeron hablar de la mofeta que tuvimos hace quince días? El olor llegó hasta la toma de aire del 200 pulgadas. Antes de que nadie pudiera parar la bomba el lugar ya apestaba. Era absolutamente nauseabundo. La mayor parte de los doscientos visitantes debían de estar en la cúpula en ese momento.
-Suerte que no estamos a cargo de la recepción -dijo Emerson con una sonrisa-, si no el Observatorio quebraría por las compensaciones.
-Pero es una desgracia para los lavaderos -añadió Rogers.
Al volver hacia el Schmidt de 18 pulgadas, Jensen se quedó escuchando el viento que azotaba los árboles del lado norte de la montaña. La semejanza con sus colinas natales desató una irrefrenable ola de nostalgia, anhelo de estar de nuevo con su familia, anhelo de estar con Greta. A los veinticuatro años se encontraba en los Estados Unidos con una beca por dos años. Siguió caminando para tratar de desprenderse de...

[...]