CONTENIDO LITERAL

(Fragmento de Entre los latidos de la noche, novela de Charles Sheffield. Derechos de autor 1985, Charles Sheffield)

GULF CITY; AÑO NUEVO 14

(29.872 DESPUÉS DE CRISTO)

Del diario de Charlene Bloom:
Hoy he recibido noticias de Pentecostés. Wolfgang IV ha muerto. Tenía quinientos cuatro años y, como sus predecesores, era respetado por todo el planeta. Una fotografía de su nieto vino junto con el mensaje. La miré largo rato, pero la fuerza de la sangre se debilita después de seis generaciones. Era imposible, salvo en mi imaginación, reconocer ningún rastro del Wolfgang original (y para mí único) en este descendiente suyo.
Mi Wolfgang está muerto; pero la gran búsqueda continúa. En días como éstos, siento que soy la única persona en el Universo que se interesa por el resultado. Si Wolfgang es por fin el ganador, ¿quién, sino yo, lo sabrá y estará allí para aplaudirle? Y si yo gano, ¿quién, sino yo, sabrá el coste de la victoria?
Es significativo que registre esta muerte primero, antes de conocer el informe del Mundo Faro sobre un vehículo más rápido que la luz. Gulf City bulle de alegría con la noticia, pero yo he oído el mismo rumor un centenar (¿un millar?) de veces antes. Durante 28.000 años nuestra lucha por escapar del yugo de la relatividad ha continuado; aún nos ata, con la misma fuerza que de costumbre. En público, digo que la búsqueda debe continuar incluso si el Mundo Faro no tiene nada, que el viaje a mayor velocidad que la luz será el descubrimiento más importante de la historia humana, pero en el fondo no creo que sea posible. Si el Universo es comprensible para la mente humana, entonces debe tener algunas leyes definitivas. No se me permite admitirlo, pero creo que el límite de la velocidad de la luz es una de ellas. Mientras los humanos exploren la galaxia, debe hacerse lentamente, a marcha sub-luz.
Ojalá pudiera creer lo contrario. Pero, más que nada, hoy desearía poder pasar de nuevo una hora con Wolfgang.
"Me dijeron, Heráclito, me dijeron que habías muerto.
Me trajeron amargas noticias y amargas lágrimas.
Lloré mientras recordaba lo muy a menudo que habíamos cansado al sol con nuestra charla, hasta que lo expulsábamos del cielo.
Pero ahora aquí yaces, mi querido huésped de Caronte.
Un puñado de cenizas grises, por fin en paz.
Aún están despiertas tus amables voces, tus ruiseñores;
Pues la muerte se lo lleva todo, pero no podrá con
ellas."
Primera parte

2010 D. C.

1

EL CAMINO A ARMAGEDÓN

La nieve caía lenta y constantemente en pequeños copos, añadiendo cuatro pulgadas de cristales nuevos a la superficie helada. Medio metro por debajo, con el torso encogido y la nariz hundida en la gruesa piel, la gran osa yacía inmóvil. Placas de hielo translúcido cubrían el denso pelaje marrón claro.
La voz atravesó la cueva como un hilo de sonido incorpóreo.
-El nivel de sodio continúa descendiendo. Tiene mal aspecto. ¡Dios mío! Intenta un ciclo más.
En la periferia de la cueva, un parpadeo de luces de colores empezó a fluctuar. Las paredes brillaron con un color rojo, luego azul claro, y por fin chispearon con un verde deslumbrante. Una cascada de colores puros se dibujó en los párpados de la bestia.
La osa dormía al borde de la muerte. La temperatura de su cuerpo se mantenía constante, diez grados por encima del punto de congelación. El enorme corazón latía dos veces por minuto, el nivel metabólico estaba reducido a un factor de cincuenta. La respiración se debilitaba firmemente, revelada ahora sólo por la fina capa de cristales de hielo en el borde de la barba blanca y alrededor del hocico.
-No sirve -añadió la voz con urgencia-. Sigue decayendo, y estamos perdiendo el pulso. Tenemos que correr el riesgo. Dale una descarga mayor.
Las luces se alteraron. Hubo un destello magenta, un rápido parpadeo zafiro y azul, y luego una pincelada de naranja y rubí sobre la pared de hielo. Mientras el arco iris se modulaba, la osa respondió a la señal. Los ojos grises...

[...]