CONTENIDO LITERAL

(Fragmento de Creadores de dios [los], novela de Frank Herbert. Derechos de autor 1972, Frank Herbert)

Para llegar a ser un Dios, una criatura viviente debe trascender más allá de lo físico. Las tres etapas de este camino trascendente son conocidas. Primero: debe sobreponerse al temor de una agresión secreta. Segundo: debe superar el discernimiento de propósito en la forma animal. Tercero: debe experimentar la muerte. Cuando se ha logrado todo esto, el dios naciente debe encontrar su renacimiento en una excepcional y penosa experiencia, mediante la cual pueda descubrir quién le ha conjurado.
"La génesis de un dios"
El manual de Amel

Lewis Orne no podía encontrar en sus recuerdos un tiempo en que hubiera estado libre de un sueño repetitivo y peculiar, un tiempo en que hubiera podido irse a dormir sin la seguridad de que no entraría en su psique el salvaje sentido de la realidad que tenía aquel sueño.
El sueño empezaba con música, con un perfecto coro invisible: el sonido era tranquilizante, era como una broma celestial. Unas vaporosas figuras salían de la música, añadiéndole una dimensión visual de la misma calidad. Después, una voz se destacaba sobre aquella cosa tonta y hacía declaraciones preocupantes:
-¡Los dioses se hacen, pero no nacen!
O bien:
-¡Decir que eres neutral es otra forma de decir que aceptas la necesidad de que haya guerra!
Al mirarle, no se podía sospechar que fuese el tipo de persona propensa a sufrir a causa de semejante sueño. Era un humano corpulento, que poseía los abultados músculos de un nativo de un planeta pesado: Chargon, de Gemma, era su lugar de nacimiento. Tenía una cara que hacía recordar el aspecto de un mofletudo bulldog, y una fijeza en la mirada que con frecuencia hacía que la gente no se sintiera a gusto, en su presencia.
A pesar de su peculiar sueño, o quizás a causa del mismo, Orne rendía obediencia regular a Amel, "el planeta donde moran todas las divinidades". A causa de las declaraciones del sueño, que le acompañaron durante toda su vida despierta, la mañana en que cumplía diecinueve años se alistó en el Servicio de Redescubrimiento y Reeducación, que intentaba volver a reconstruir el imperio galáctico, destrozado por las Guerras de Rim.
Después de entrenarle en la Escuela de la Paz, en Marak, el R&R colocó a Orne en el meridiano principal, latitud cuarenta, del recién redescubierto planeta Hamal, del tipo Tierra hasta la octava cifra decimal y cuyos habitantes eran lo bastante próximos al homo, variante genética normal, para permitir cruzamientos genéticos con nativos de los Mundos Terrestres.
Diez semanas de Hamal después, cuando estaba en el linde de un pueblecito en las Altiplanicies del Norte Central del Planeta, Orne pulsó el botón de alarma en una pequeña unidad de señales verde que llevaba en el bolsillo de la derecha de su chaqueta. En aquel momento, se daba perfecta cuenta de que era el representante solitario en Hamal de un servicio que, con frecuencia, perdía agentes "por causas desconocidas".
Lo que había provocado que su mano buscara la unidad de señales era la visión de unos treinta hamalitas que seguían mirando a un compañero suyo que acababa de sufrir una caída accidental, inocua, en un montón de frutos blandos.
No vio que se rieran ni percibió el menor cambio emocional.
Añadido a todos los otros aspectos que Orne había catalogado, el incidente de la caída en los frutos completó la sentencia de Hamal.
Orne suspiró. Ya estaba hecho. Había mandado una señal al espacio que ponía en movimiento una cadena de acciones capaces de ocasionar la destrucción de Hamal, de él mismo o de ambos.
Como descubriría después, también se había liberado de su sueño repetitivo, y lo había sustituido por una serie de sucesos en su estado de vigilia, que con el tiempo le harían sospechar que se había introducido en un misterioso mundo nocturno.

Una religión requiere muchas relaciones dicotómicas. Necesita creyentes y descreídos. Necesita contar con los que conocen los misterios y con los que sólo los temen. Necesita de los que están dentro y de los que están fuera. Necesita tanto a un dios como a un diablo. Necesita absolutos y relatividad. Necesita de lo que no tiene forma (pero está en vías de formación) y de lo que ya está formado.
Ingeniería religiosa,
escritos secretos de Amel

-Estamos a punto de crear un dios -dijo el Abad Halmyrach.
Era un hombre menudo, de piel oscura y que llevaba una túnica color naranja pálido que le llegaba hasta los tobillos formando suaves pliegues. Su cara, estrecha y lisa, estaba dominada por una larga nariz que colgaba como de un precipicio sobre una boca ancha, de labios finos. La pulida calvicie de su cabeza era de un color pardo.
-No sabemos a partir de qué criatura o cosa va a nacer el dios -dijo el Abad-. Podría ser de uno de vosotros.
Hizo un ademán en dirección al cuarto lleno de acólitos sentados en el mismo suelo de una austera habitación iluminada por los mortecinos rayos del sol de media mañana de...

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