(Fragmento de "Vástagos de Shannara", novela de Terry Brooks. Derechos de autor 1990, Terry Brooks)
Sentado a la sombra de los Dientes del Dragón, el anciano contemplaba cómo la creciente oscuridad empujaba a la luz hacia el oeste. El día había sido fresco, demasiado para estar en pleno verano, y la noche se anunciaba fría. Nubes dispersas manchaban el cielo, proyectando sus siluetas sobre la tierra, vagando como bestias sin rumbo entre la luna y las estrellas. Un silencio llenó el vacío dejado por la marcha de la luz, y daba la sensación de que una voz esperaba para romperlo. El anciano pensó que era un silencio con susurros de magia. Ante él, había una hoguera aún pequeña, tan sólo el inicio de la que necesitaba. Al fin y al cabo, estaría ausente durante varias horas. La observó con una mezcla de esperanza e inquietud antes de inclinarse para agregarle algunos troncos grandes y secos que ardieron al instante. La atizó valiéndose de un palo largo, y el calor le obligó a retroceder. Se quedó inmóvil en el límite del resplandor, atrapado entre el fuego y la creciente oscuridad, como una criatura ajena a ellos o perteneciente a ambos. Sus ojos destellaron cuando miró a lo lejos. Los picos de los Dientes del Dragón se destacaban contra el cielo como huesos que la tierra no pudiera contener. El silencio envolvía a las montañas igual que la niebla en una helada mañana, como un velo que ocultara los sueños de todas las épocas. La hoguera chisporroteó con fuerza y el anciano se sacudió una partícula de ceniza incandescente que le cayó encima. El hombre no era más que un manojo de ramas mal atadas que podrían convertirse en polvo ante una fuerte ráfaga de viento. Vestiduras grises y una capa de leñador colgaban de él como colgarían de un espantapájaros. Tenía la piel correosa y oscura, pegada a los huesos. Su cabeza estaba orlada por una cabellera y una barba blancas que parecían jirones de gasa a la luz de la hoguera. Estaba tan arrugado y encorvado como si tuviese cien años. De hecho, casi había cumplido mil. Qué extraño, pensó de repente al recordar su edad. Paranor, los Conejos de las Razas, los druidas incluso, habían desaparecido. Qué extraño era que él hubiera sobrevivido. Movió la cabeza. Después del largo tiempo transcurrido, apenas podía reconocer ese período de su vida como tal. Creyó que había terminado. Llegó a considerarse libre. Pero ahora se daba cuenta de que nunca lo fue. Es imposible liberarse de lo que nos mantiene con vida. Sin el Sueño del Druida, ¿cómo podría estar allí? Se estremeció ante la noche que descendía. La oscuridad lo rodeó en cuanto el último rayo de sol se deslizó bajo el horizonte. Había llegado el momento. Los sueños se lo habían dicho, y él creía en los sueños porque los comprendía. Eso también era una parte de su antigua vida, de la que no podría escapar: sueños, visiones de mundos más allá de los mundos, de presagios y realidades, de cosas que podían y a veces tenían que ser. Se apartó del fuego y empezó a ascender por el estrecho sendero hacia las rocas. Las sombras se cerraban a su alrededor y su contacto era frío. Caminó durante largo tiempo, serpenteando entre desfiladeros angostos, trepando por pedruscos enormes, sorteando declives escarpados y grietas melladas en las rocas. Cuando salió de allí, se encontró ante un valle pedregoso y poco profundo, en el que destacaba un lago, cuya superficie cristalina le enviaba reflejos acerbos y verdosos. El lago era el lugar de descanso de los espíritus de los druidas que vagaban. Había sido convocado al Cuerno de Hades. - Será mejor que continúe -gruñó en voz baja. Descendió con lentitud y cautela; sus pasos eran inseguros y en sus oídos resonaban los latidos de su corazón. Había permanecido lejos de allí durante mucho tiempo. Las aguas que se extendían ante él no se movieron; los espíritus dormían. Era preferible así, pensó. Era preferible que nada los perturbase. Se detuvo al llegar a la orilla del lago, Todo estaba en silencio. Tomó aliento y, cuando expulsó el aire, se produjo un sonido semejante al de las hojas secas al ser lanzadas por el viento contra las piedras. Hurgó en su cinturón hasta encontrar una bolsa y desató el cordel que la cerraba. De ella sacó, cuidadosamente, un puñado de polvo negro con destellos plateados. Dudó, y luego lo lanzó al aire por encima del lago. El polvo explotó hacia el cielo con un extraño resplandor que iluminó los alrededores como si hubiese vuelto el día. No desprendió calor, sólo luz. Rielaba y danzaba en la noche como si fuera algo vivo. El anciano observaba, arrebujado en su capa de leñador, y sus ojos brillaban a causa del reflejo del resplandor. Se balanceó hacia atrás y hacia delante y, por un momento, volvió a sentirse joven. Entonces, de repente, en la luz apareció una sombra, surgiendo de ella como un fantasma; una sombra oscura que parecía proceder de las tinieblas de detrás. Pero el anciano sabía que no era así, sabía que se trataba de una respuesta a su llamada. Los contornos de la sombra se definieron. Era el espectro de un hombre encapuchado, una aparición alta y lúgubre que estaba grabada en la memoria de cualquiera que la hubiese visto. - Bien, Allanon -murmuró el anciano. La cabeza encapuchada se inclinó hacia atrás para que la luz revelara sus duras facciones: el rostro anguloso y barbudo, la fina y larga nariz, la boca tensa, la frente que daba la impresión de estar forjada en hierro, los ojos que parecían penetrar en el alma. Estos se fijaron en el anciano. Te necesito La voz fue un susurro en su mente, un siseo de insatisfacción y apremio. El espíritu sólo se comunicaba a través del pensamiento. Por un instante, el anciano retrocedió, deseando que el ser a quien había convocado no estuviese allí. Luego se recobró y se mantuvo firme ante sus temores. - ¡Ya no soy uno de vosotros! -le espetó, olvidando que no era preciso hablar en voz alta-. ¡No puedes darme órdenes! No te doy órdenes. Te ruego. Escúchame. Tú eres todo lo que queda, el único hasta que surja mi sucesor. Has de comprender El anciano rió con nerviosismo. - ¿Comprender? ¡Ja! ¿Quién comprende mejor que yo? Una parte de ti será siempre lo que antaño no habrías dudado que eras. La magia persiste en ti. Siempre ha estado dentro de ti. Ayúdame. Los descendientes de Shannara no responden a los sueños que les envío. Alguien tiene que ir a verlos. Alguien debe hacer que comprendan. Tú ¡Yo no! Hace mucho tiempo que vivo apartado de las Razas, no deseo involucrarme en sus problemas. -El anciano se irguió y frunció el entrecejo-. Me aparté de tales desatinos hace años. Le pareció que el espíritu se elevaba y ensanchaba de repente, y sintió que él mismo se alzaba de la tierra. Ascendió hacia el cielo y se adentró en la noche. No opuso resistencia, aunque notaba que la ira del otro fluía en él como un río negro. La voz del espíritu era igual que un rechinar de huesos. Observa Las Cuatro Tierras aparecieron extendidas ante él, un panorama de praderas, montañas, colinas, lagos, bosques y ríos, cuyos colores abrillantaba la luz del sol. Aunque sabía que no era más que una visión, se le cortó el aliento. Pero casi al instante, la luz empezó a disminuir y los colores a desvanecerse. La oscuridad lo envolvió, una oscuridad impregnada de brumas grises y cenizas sulfurosas procedentes de cráteres apagados. El paisaje perdió sus características y se tornó árido y muerto. Sintió que descendía, y las vistas y los olores le repugnaron. Los humanos vagaban en grupos por la devastación, como sí fuesen más animales que hombres. Se atacaban y se herían unos a otros. Aullaban y gritaban. Entre ellos revoloteaban sombras tenebrosas, que carecían de sustancia pero tenían ojos de fuego. Se desplazaban a través de los humanos, se unían a ellos, se fundían con ellos y se desprendían de ellos después. Interpretaban una danza macabra, pero con un fin determinado. Vio que las Sombras estaban devorando a los humanos, que se alimentaban de ellos. Observa La visión cambió. Se vio a sí mismo como un esquelético y andrajoso mendigo ante un caldero de extraño fuego blanco que hervía, burbujeaba y susurraba su nombre. Los vapores que desprendía bajaban hacia él, serpenteando, lo envolvían y lo acariciaban como si fuera su hijo. Las Sombras revolotearon a su alrededor, y luego entraron en su cuerpo como si fuese un molde vacío donde pudieran jugar a su antojo. Sintió el contacto y quiso gritar. Observa La visión volvió a cambiar. Apareció un inmenso bosque, en cuyo centro se alzaba una gran montaña. En su cima había un castillo, viejo y ruinoso. Las torres y las almenas se destacaban en la negrura. ¡Paranor!, pensó. ¡Paranor de nuevo! Sintió que algo alegre y esperanzado surgía en su interior, y lo embargó el deseo de gritar su júbilo. Pero los vapores ya estaban enroscándose en el castillo y las Sombras se acercaban. La antigua fortaleza empezó a agrietarse y a desmoronarse, las piedras y el mortero saltaban como si estuvieran sometidos a una gran presión. La tierra tembló y los humanos aullaron como bestias. Un estallido de fuego brotó del interior de la montaña, destruyéndola, y también al castillo. Un gemido se alzó en el aire por la pérdida de la única esperanza que aún quedaba. El anciano reconoció su voz en él. Entonces las imágenes desaparecieron. Se encontró de nuevo ante el Cuerno de Hades, junto a los Dientes del Dragón, sin más compañía que el espíritu de Allanon. A pesar de su resolución, estaba temblando. El espíritu señaló hacia él. Sucederá como te he mostrado, si los sueños no se toman en cuenta. Sucederá si te niegas a intervenir. Has de ayudar. Ve en su busca. Ve en busca del muchacho, de la chica y del Tío Oscuro. Diles que los sueños son reales. Diles que acudan a mí la primera noche de luna nueva, cuando concluya el ciclo presente. Entonces les hablaré El anciano frunció el entrecejo, murmuró y se mordió el labio inferior. Sus dedos volvieron a atar los cordones de la bolsa, que sujetó de nuevo al cinturón. - ¡Así lo haré porque no hay nadie más! -dijo al fin, escupiendo las palabras-. Pero no esperes... Basta con que te encuentres con ellos. No se te pide nada más, ni se te pedirá. Ve El espíritu de Allanon destelló y desapareció. La luz se [...] |