CONTENIDO LITERAL

(Fragmento de "Piedras élficas de Shannara [las]", novela de Terry Brooks. Derechos de autor 1982, Terry Brooks)

I

El cielo nocturno empezó a brillar débilmente por el este con la llegada del alba mientras los escogidos entraban en los Jardines de la Vida. Fuera dormía la ciudad élfica de Arbolon, con su gente aún envuelta en el calor y la soledad de sus camas. Pero para los escogidos, el día ya había comenzado. Con sus ropas blancas ondeando ligeramente con las ráfagas de una brisa veraniega, pasaron entre los centinelas de la Guardia Negra, que permanecían erguidos con rigidez y reserva, como si durante siglos se hubiesen encontrado de pie ante la puerta de hierro forjado con incrustaciones de plata y marfil. Entraron con rapidez, y sólo sus voces suaves y el crujido de sus pisadas sobre el camino de grava alteró el silencio del nuevo día a medida que se introducían en la oscuridad ensombrecida por los pinos del otro lado.
Los escogidos eran los celadores de Ellcrys, el extraño y maravilloso árbol que se encontraba en el centro de los jardines; el árbol que, según decía la leyenda, servía como protección contra el mal esencial que estuvo a punto de destruir a los elfos siglos atrás, un mal que había sido expulsado de la tierra antes del surgimiento de la raza de los hombres. Durante todos los siglos que siguieron, siempre hubo escogidos encargados de cuidar a Ellcrys. Era una tradición transmitida a través de las generaciones de elfos, una tradición de servicio que consideraban como un anhelado honor y una tarea solemne.
Sin embargo, había pocas muestras de solemnidad en la procesión que recorría los jardines esa mañana. Llevaban doscientos treinta días de servicio y sus espíritus juveniles difícilmente podían continuar reprimidos. La primera sensación de temor ante la responsabilidad había pasado hacía tiempo, y los elfos escogidos no eran ahora más que seis jóvenes que se dirigían a realizar un trabajo que habían realizado todos los días desde el momento de su elección: el saludo al árbol con los primeros signos del amanecer.
Sólo Lauren, el más joven de los escogidos de ese año, estaba en silencio. Iba un poco retrasado respecto a los otros, sin intervenir en la charla ociosa. Su rostro rojizo estaba inclinado hacia abajo con expresión de concentración ceñuda. Tan absorto estaba en sus pensamientos que no fue consciente de que el ruido que lo precedía había cesado, ni tampoco de los pasos que retrocedían hacia él, hasta que una mano tocó su brazo. Entonces su rostro preocupado se alzó bruscamente para descubrir a Jase, que lo observaba.
- ¿Qué te ocurre? ¿Estás enfermo? -preguntó Jase.
Como era unos meses mayor que los demás, todos lo aceptaban como el líder.
Lauren negó con la cabeza, pero las arrugas no desaparecieron de su entrecejo.
- Estoy bien.
- Algo te preocupa. Has estado pensativo toda la mañana. Pensándolo bien, también anoche estabas bastante callado. -Jase hizo volverse al joven elfo para mirarlo cara a cara-. Vamos, dilo ya. Nadie te exige que hagas el servicio si no te sientes bien.
Lauren dudó un poco, después suspiró y asintió.
- De acuerdo. Es por Ellcrys. Ayer, al atardecer, justo cuando la dejamos, me pareció ver unas manchas en las hojas. Parecían marchitas.
- ¿Marchitas? ¿Estás seguro? Eso no le puede suceder nunca a Ellcrys. Al menos es lo que nos han dicho siempre -dijo Jase con voz de duda.
- Tal vez me equivoqué -admitió Lauren-. Estaba oscureciendo. Me dije que podían ser sombras sobre las hojas. Pero cuanto más recuerdo su aspecto, más me parece que estaban marchitas.
Entre los otros se produjo un murmullo de desconcierto y uno de ellos habló:
- Es por culpa de Amberle. Ya dije que algo malo ocurriría por tener a una chica entre los escogidos.
- Ha habido otras chicas entre los escogidos y nunca ha ocurrido nada a causa de ello -protestó Lauren.
Siempre le había gustado Amberle. Era una joven con la que resultaba fácil hablar, a pesar de ser la nieta del rey Eventine Elessedil.
- No durante quinientos años, Lauren -dijo el otro.
- Bueno, basta -interrumpió Jase-. Acordamos no hablar de Amberle. Ya lo sabéis. -Permaneció en silencio durante un momento, reflexionando sobre lo que Lauren había dicho. Después se encogió de hombros-. Sería una desgracia que le ocurriese algo al árbol, sobre todo mientras esté bajo nuestro cuidado. Pero de todas formas, nada dura eternamente.
Lauren se asombró.
- Pero Jase, si el árbol enferma, la Prohibición terminará y los demonios quedarán libres.
- ¿De verdad crees en esas viejas historias, Lauren? -preguntó Jase riendo.
Lauren contempló al elfo mayor.
- ¿Cómo puedes ser un escogido y no creer?
- No recuerdo que nadie me preguntase si creía cuando me escogieron. ¿Te lo preguntaron a ti?
Lauren negó con la cabeza. A los candidatos al honor de ser escogidos nunca se les preguntaba nada. Simplemente se les llevaba ante el árbol; eran los jóvenes que habían pasado a la edad adulta el año anterior. Al comienzo del año nuevo, se reunían para pasar bajo las ramas, cada uno de ellos deteniéndose un momento por si era aceptado. Aquellos que fuesen rozados por el árbol en los hombros se convertirían en los nuevos escogidos y servirían hasta que terminase el año. Lauren podía recordar aún la mezcla de éxtasis y orgullo que había experimentado cuando una delgada rama se inclinó para tocarlo y escuchó su nombre pronunciado por el árbol.
Y también podía recordar la sorpresa de todos cuando Amberle fue nombrada.
- Eso es sólo un cuento para asustar a los niños -estaba diciendo Jase-. La verdadera función de Ellcrys es recordar a los elfos que, al igual que ella, sobrevivieron a todos los cambios que han tenido lugar en la historia de las Cuatro Tierras. Es un símbolo de la fuerza de nuestro pueblo, Lauren. Nada más.
Hizo un gesto a los otros para que reanudasen la marcha por los jardines y se dio la vuelta. Lauren volvió a quedar sumido en sus pensamientos. Le inquietaba el desprecio y desenfado con que el elfo mayor consideraba la leyenda del árbol. Claro que Jase era de la ciudad y Lauren había observado que la gente de Arbolon parecía tomarse las antiguas creencias con menos seriedad que los del pequeño pueblo del norte de donde procedía él. Pero la historia de Ellcrys y la Prohibición no era sólo una historia; era la base de todo lo realmente elfo, el suceso más importante acaecido a su pueblo.
Todo había sucedido hacía mucho tiempo, antes del nacimiento del nuevo mundo. Hubo una gran guerra entre el bien y el mal; una guerra que los elfos ganaron al fin mediante la creación de Ellcrys y una Prohibición que había desterrado a los demonios malignos a una oscuridad perpetua. Y mientras Ellcrys fuese bien atendida, el mal permanecería encerrado bajo la tierra.
Mientras Ellcrys fuese bien atendida...
Sacudió la cabeza con un gesto de duda. Tal vez el marchitamiento no era más que un efecto de su imaginación. Un efecto de la luz. Y si no, probablemente existiría un remedio. Siempre existía un remedio.
Momentos más tarde, se encontró con los otros ante el árbol. Con indecisión, levantó la vista, después suspiró con alivio. Aparentemente Ellcrys se encontraba intacta. Su perfecto tronco de color blanco plateado se arqueaba hacia el cielo en una red simétrica de ramas ahusadas recubiertas de hojas anchas de cinco puntas de color rojo sangre. En su base, crecían franjas de musgo de distintos tonos de verde que se extendían por las grietas y hendiduras de su tronco liso, como ríos de esmeralda deslizándose por la ladera de una montaña. No había fisuras que estropeasen las líneas regulares del tronco, ni ramas quebradas o rotas. ¡Qué hermosa!, pensó. La observó otra vez, detenidamente, pero no percibió ningún signo de la enfermedad temida.
Los otros fueron a recoger las herramientas que utilizarían para la alimentación y cuidado del árbol y en el arreglo general de los jardines. Pero Jase retuvo a Lauren.
- ¿Te gustaría saludarla hoy, Lauren? -preguntó.
Lauren balbuceó las gracias, sorprendido. Jase le cedía su turno para la tarea más especial, obviamente en un esfuerzo por animarlo.
Dio unos pasos hacia delante bajo las desplegadas ramas para colocar sus manos sobre el tronco liso, mientras los otros se reunían alrededor a pocos pasos de él para recitar el saludo matutino. Levantó la vista con expectación, buscando el primer rayo de sol que descendería sobre su figura.
Entonces retrocedió bruscamente. Las hojas que tenía justo encima de él estaban oscurecidas por manchas de marchitez. Su corazón se encogió. Había manchas en otras partes, salpicando todo el árbol. No era un efecto de luces y sombras. Era real.
Le hizo un gesto frenético a Jase, después señaló mientras el otro se acercaba. Como era costumbre en ese momento, no hablaron, pero Jase dejó escapar un jadeo al ver el alcance del daño. Lentamente los dos caminaron alrededor, descubriendo manchas por todas partes, algunas apenas visibles, otras ya oscureciendo las hojas hasta cubrir del todo el color rojo.
Cualesquiera que fuesen sus creencias respecto al árbol, Jase estaba fuertemente impresionado, y su rostro reflejaba una gran preocupación cuando se acercó a los otros para comentarlo con susurros. Lauren fue a unirse a ellos, pero Jase negó inmediatamente con la cabeza, señalando hacia la copa del árbol, donde la luz del amanecer casi tocaba las ramas superiores.
Lauren conocía su tarea y se volvió otra vez hacia el árbol. Ocurriera lo que ocurriese, los escogidos debían saludar a Ellcrys aquel día, como habían hecho cada día desde el comienzo de su nombramiento.
Apoyó sus manos suavemente en la corteza plateada, y ya estaban formándose en sus labios las palabras del saludo, cuando una rama pequeña descendió ligeramente y rozó su hombro.
- Lauren.
El joven elfo se estremeció al oír su nombre. Pero nadie había hablado. El sonido se produjo en su mente, la voz fue poco más que una imagen de su propio rostro.
¡Era Ellcrys!
Contuvo la respiración, girando la cabeza para lanzar una rápida mirada a la rama que se apoyaba en su

[...]