CONTENIDO LITERAL

(Fragmento de "Nueva rebelión [la]", novela de Kristine Kathryn Rusch. Derechos de autor 1996, Kristine Kathryn Rusch)

Uno


Estaba inmóvil en el punto más alto del planeta Almania, el tejado de una torre construida por los antaño poderosos je´hars. La torre se hallaba en ruinas: los peldaños amenazaban con desmoronarse cuando sentían el contacto de sus botas, y el suelo estaba recubierto por los restos de batallas libradas hacía muchos años. Pero desde allí podía ver su ciudad, con un millar de luces esparcidas ante él y las calles vacías salvo por los androides y los siempre presentes centinelas.
Pero no había subido hasta allí porque quisiera mirar hacia abajo. Quería ver las estrellas.
Un viento gélido hizo ondular su capa negra. Juntó las manos enguantadas a la espalda. La máscara de la muerte que había llevado puesta desde que destruyó a los je´hars colgaba de la cadenilla de plata que rodeaba su cuello.
Las estrellas parpadeaban sobre su cabeza. Resultaba difícil creer que existieran mundos allí..., y que fueran mundos que podía llegar a controlar.
Y pronto los controlaría.
Hubiese podido esperar en su sala de mando del observatorio especialmente construido para satisfacer sus necesidades, pero por una vez no quería que hubiese muros protectores a su alrededor. No quería sentir el momento, sino verlo.
El poder de la vista era tan ridículamente pequeño comparado con el poderío de la Fuerza...
Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Esta vez no habría ninguna explosión. No habría ningún brillante fogonazo de luz. Skywalker le había hablado del momento en que Alderaan murió.
“Siento una gran perturbación en la Fuerza”, había dicho el anciano. Por lo menos, eso era lo que le había dicho Skywalker.
Aquella perturbación no sería tan grande, pero Skywalker la percibiría. Todos los jóvenes Jedi la percibirían también, y sabrían que el equilibrio del poder se había alterado de repente.
Pero no sabrían que la balanza acababa de inclinarse a favor de Kueller, señor de Almania y, muy pronto, señor de todos sus insignificantes mundos.

Brakiss sentía el frío y la humedad de los muros de piedra a cada roce de sus manos desnudas. Sus relucientes botas negras resbalaban en los peldaños medio desmoronados, y en más de una ocasión tuvo que hacer considerables esfuerzos para no perder el equilibrio al poner los pies sobre una precaria cornisa. Su capa plateada, ideal para un paseo por la ciudad, no podía protegerle del viento invernal. Si aquel experimento salía bien, Brakiss podría volver a Telti, donde por lo menos no pasaría frío.
El metal del sistema de control remoto que sostenía en la mano estaba tan frío como un trozo de hielo. No había querido entregárselo a Kueller hasta que el experimento hubiera terminado. Hasta hacía unos momentos Brakiss no había comprendido que Kueller esperaría los resultados allí, en el lugar que había presenciado el triunfo de sus enemigos primero y sus muertes después.
Brakiss odiaba las torres. Parecía como si aún hubiera algo que crujía y rechinaba encerrado dentro de sus paredes, y en una ocasión, cuando estaba en las catacumbas inferiores, había visto un enorme fantasma blanco.
Aquella noche había subido más de veinte pisos, y había subido los primeros tramos de escalera casi corriendo hasta que enseguida quedó claro que algunos de los peldaños no aguantarían su peso. Kueller no le había llamado, pero a Brakiss le daba igual. Cuanto más pronto pudiera irse de Almania, tanto mejor para él.
La escalera giraba y se retorcía, y Brakiss por fin llegó al tejado..., o a lo que pensó era el tejado. Alguien había construido una especie de choza de piedra para proteger los escalones, pero la estructura carecía de ventanas o puertas. Sólo había columnas, que proporcionaban un excelente panorama de la superficie de gravilla y del cielo repleto de estrellas. Algunas piedras se habían desprendido de la choza y se habían hecho añicos al chocar con el suelo. Los restos de las bombas y los fragmentos esparcidos por las ondas expansivas de los haces desintegradores formaban pequeños montículos sobre lo que antes había sido una superficie perfectamente lisa. Kueller no había reparado la torre ni los otros edificios gubernamentales de los je´hars. Nunca lo haría.
Kueller nunca perdonaba a quienes se oponían a su voluntad.
Brakiss se estremeció e intentó protegerse los hombros con los pliegues de su delgada capa. Sus dedos helados a duras penas consiguieron sujetar la tela.
- Te dije que esperaras abajo.
La voz de Kueller, grave y poderosa, parecía estar en todas partes y flotar en el viento.
Brakiss tragó saliva. Ni siquiera podía ver a Kueller.
La claridad de las estrellas caía sobre el tejado e impregnaba la oscuridad del cielo con una luminiscencia que Brakiss encontró extrañamente inquietante. Subió los últimos peldaños y salió de la choza. Una ráfaga de viento le empujó contra la piedra. Brakiss extendió la mano derecha para no caer, y la capa se le escapó de entre los dedos. El cierre de la capa tiró de su cuello cuando el viento hizo que la tela aletease detrás de él.
- Tenía que saber si funcionaba -dijo.
- Cuando funcione lo sabrás enseguida.
La voz de Kueller era como un ser vivo. Rodeó a Brakiss y resonó en su interior, manteniéndole a distancia. Brakiss se concentró, pero no en la voz sino en el mismo Kueller.
Y por fin vio a Kueller, inmóvil cerca del borde y con los ojos clavados en la ciudad que se extendía por debajo de él. Stonia, la capital de Almania, parecía pequeña e insignificante desde aquella gran altura. Pero Kueller parecía una poderosa ave de presa, con su capa aleteando al viento y sus anchos hombros sugiriendo una enorme fuerza física.
Brakiss acababa de dar un paso hacia adelante cuando el viento cesó de repente. El aire pareció quedar totalmente inmóvil a su alrededor, y Brakiss se quedó inmóvil con él. En ese momento oyó..., percibió..., vio cómo un millón de voces se unían en un alarido de terror.
El terror creció y creció dentro de él, y Brakiss volvió a ver lo que había visto cuando el Maestro Skywalker guió sus pasos hasta las más ocultas profundidades del corazón de Brakiss, ese momento en el que Brakiss se vio a sí mismo con toda claridad y estuvo a punto de enloquecer.
Un grito se formó en su garganta...
... y murió cuando los otros gritos estallaron a su alrededor, llenándole, dándole calor y derritiendo el hielo que flotaba en el viento. Brakiss se sintió más fuerte, más grande y más poderoso de lo que jamás se había sentido antes. En vez de miedo, su corazón sintió una extraña y retorcida alegría.
Alzó la mirada. Kueller había levantado los brazos, y permanecía inmóvil con la cabeza echada hacia atrás y el rostro al descubierto por primera vez en años. Había cambiado, y su piel había sido invadida por un nuevo conocimiento que Brakiss no estaba muy seguro de que deseara poseer.
Y sin embargo...
Y sin embargo Kueller resplandecía, como si el dolor de aquel millón de voces hubiera alimentado algo oculto en su interior y le hubiera vuelto todavía más grande de lo que ya era antes.
El viento volvió a soplar, y sus gélidas ráfagas empujaron a Brakiss contra la piedra. Kueller no pareció sentirlo. Un instante después se echó a reír, y su atronadora carcajada hizo temblar toda la torre.
Brakiss se apoyó en la piedra y esperó hasta que los brazos de Kueller descendieron hacia sus costados antes de hablar.
- Ha funcionado -dijo entonces.
Kueller se puso la máscara.
- No ha ido del todo mal.
Era una forma casi frívola de definir un gran momento. Kueller tenía que recordar que Brakiss también poseía un considerable dominio de la Fuerza.
Kueller giró sobre sus talones y la capa revoloteó a su alrededor. Por un momento casi pareció volar. La máscara de la muerte que se adhería a su rostro brillaba con su propia luz interior.
- Supongo que quieres volver a tu insignificante trabajo.
- En Telti no hace frío.
- Este lugar también podría dejar de ser frío.
Brakiss meneó la cabeza en una negativa casi involuntaria. Odiaba Almania.
- Tu gran problema es que no entiendes el poder del odio -dijo Kueller en voz baja y suave.
- Creía que, según tú, mi gran problema es que sirvo a dos amos.
Kueller sonrió y los delgados labios de su máscara se movieron al unísono con los suyos.
- ¿Sólo a dos?
Las palabras quedaron flotando entre ellos. Brakiss tuvo la sensación de que su cuerpo se había convertido en una estatua de hielo.
- Ha funcionado -repitió.
- Supongo que esperas ser recompensado.
- Lo prometiste.
- Yo nunca hago promesas -replicó Kueller-. Me limito a sugerir que quizá puedan ocurrir ciertas cosas.
Brakiss cruzó los brazos delante del pecho. No se dejaría dominar por la ira. Kueller quería que se enfureciese.
- Como por ejemplo que podría llegar a ser recompensado con grandes riquezas.
- Cierto -dijo Kueller-. ¿Mereces grandes riquezas, Brakiss?
Brakiss no dijo nada. Kueller le había mantenido con vida después de Yavin 4 y el desastroso proceso de eliminación del adiestramiento que casi le había costado lo que le quedaba de cordura. Pero ya hacía mucho tiempo que Brakiss había pagado su deuda. Seguía allí por la única razón de que no tenía ningún otro sitio adonde ir.
Se apartó de la pared y empezó a bajar por la escalera.
- Vuelvo a Telti -dijo, sintiéndose repentinamente capaz de desafiarle.
- Excelente -dijo Kueller-. Pero antes me darás el sistema de control remoto.
Brakiss se detuvo y miró a Kueller por encima del hombro. Kueller se había vuelto más alto durante la última hora..., y también se había vuelto más robusto.
O quizá sólo fuera una treta de la oscuridad.
Si se hubiera estado enfrentando a cualquier otro mortal, Brakiss le habría preguntado cómo había conseguido enterarse de la existencia del control remoto. Pero Kueller no era un mortal cualquiera.
- Es más lento que los controles que construí para ti -dijo, alargándole el aparato.
- Magnífico.
- Tienes que introducir los códigos de seguridad, y debes explicarle qué números de serie ha de emplear.
- Estoy seguro de que sabré hacerlo.
- Tienes que conectarlo a tu persona.
- Soy perfectamente capaz de manejar un sistema de control remoto, Brakiss.
- Muy bien -dijo Brakiss.
Entró en la choza de piedra, y enseguida se sintió un poco mejor. El interior, protegido del viento, estaba bastante más caliente.
Aun así, Brakiss no podía creer que Kueller fuera a dejarle marchar con tanta facilidad.
- ¿Qué querrás de mí cuando haya regresado a Telti? -preguntó.
- A Skywalker -dijo Kueller, y su voz vibró con toda la profundidad de su odio-. Al gran Maestro Jedi, al invencible Luke Skywalker...
El frío se había infiltrado en el corazón de Brakiss.
- ¿Qué planeas hacer con él?
- Destruirle de la misma manera en que él intentó destruirnos -respondió Kueller.

[…]