CONTENIDO LITERAL

("Candyman 2", comentario de Armando Boix. Derechos de autor 1995, Armando Boix)

Sin ser una película excepcional, Candyman (1992) aportaba algunos elementos de interés, prestados del relato original, "The forbidden", de Clive Barker: los suburbios urbanos más decadentes como escenario para el terror y la posibilidad de que en ellos se esté edificando un nuevo folklore fantástico, no sólo conducido a través del relato oral, sino también mediante un lenguaje iconográfico tan de nuestro tiempo como es el graffiti. En esta segunda parte Condon desprecia el patrimonio recibido para contarnos una vulgar historia de venganzas sobrenaturales perpetuadas a lo largo de los siglos. Candyman, el caramelero que aparece cuando pronuncias cinco veces su nombre ante un espejo, pierde así su carácter numinoso de mito, como un moderno Hombre del Saco, para incorporarse a la ya ingente legión de serial killers, en una suerte de nuevo Freddy Krueger con un garfio en el muñón en lugar de cuchillas.
Bill Condon abandona el feísmo intencionado para buscar la fotogenia de Nueva Orleans, y las pequeñas pinceladas de marginalidad -los niños del suburbio que asisten a las clases de arte de la protagonista o la casa de sus antepasados, sucia y decrépita, invadida por vagabundos...- no bastan para dotar de impacto visual una película cuya cámara se complace más en las escenas del carnaval sureño, lleno de color y exotismo pagano, que en el tinte oscuro de la historia.
Fotografiar una ciudad a ritmo de videoclip y usar un montaje espasmódico en las escenas de acción no basta para lograr una buena película. Su carencia absoluta de ritmo narrativo y unos personajes convencionales y -aún peor- de reacciones inverosímiles, hacen de Candyman un largometraje insignificante, de los muchos rodados con un exclusivo fin comercial y que ni gozan de estreno en sala, pasando directamente al vídeo. Por desaprovechar, ni sacar partido sabe a la partitura de Philip Glass reciclada de la primera parte: su inquietante coro se usa sin ninguna medida, sin aportar énfasis ni matiz a lo desarrollado en las imágenes, como un sonsonete molesto que acompaña durante toda la proyección, llegando a provocar verdadero dolor de cabeza... O tal vez la jaqueca vendría producida por el aburrimiento, que me hizo acariciar la idea de abandonar el cine. Habría cedido seguro a la tentación, de no existir el compromiso previo de redactar esta crítica.
Con todo, más lamentable que el fiasco de la película, en cierto modo previsible, resulta ver a Clive Barker en el papel de productor de este engendro, confirmándonos, una vez más, el rápido declive de este autor que tantas expectativas suscitó con sus primeros volúmenes de relatos y hoy por hoy permanece abismado como perpetrador de mediocres novelones, sin la pequeña virtud, siquiera, de venderse bien.