CONTENIDO LITERAL

("Villiers de L'isle Adam", artículo de Salvador Huete Pereira. Derechos de autor 1995, Salvador Huete Pereira)

Dandy de frases ocurrentes, artista enemigo de las concesiones, condenado a vivir en la miseria, a la que no le preparó su sensibilidad exquisita y su noble abolengo -procedente, nada más y nada menos, del primer gran Maestre de los Caballeros de Malta-, Villiers de L'Isle Adam nace en Saint-Brienc, en la Bretaña. Amigo temprano de rimar versos, contra la actitud común recibe el apoyo entusiasta de su familia, aristócratas arruinados de espíritu poco práctico. Se traslada a París en busca de fortuna literaria muy joven aún, en un año prodigioso, 1857, fecha de la publicación de Las flores del mal, de Baudelaire, uno de sus faros artísticos, y con la capital de Francia bullente de actividad creadora, con Delacroix, Daumier, Courbet, Verlaine, Mallarmé o Heredia entre sus ciudadanos. Los inicios del nuevo autor no son, desgraciadamente, nada prometedores: publica un libro de poemas -Premières poésies (1859)-, la novela Isis (1862) -acusada por la crítica contemporánea de excesivamente romántica, en un momento en el que el romanticismo ya pasa de moda- y los dramas Ellen (1865), Morgane (1866), La révolte (1870) y Le nouveau monde (1875), acogidos con absoluta indiferencia.
La fama literaria y el fundamento de su actual reconocimiento provendrá del relato breve. Sus magníficos Cuentos crueles (1883) y su continuación Nuevos cuentos crueles (1888) -publicados en prensa antes de estas fechas- son modélicos representantes de lo que hemos convenido en llamar "estética decadente", es decir, la tendencia artística finisecular que, como reacción contra los abusos del naturalismo y la grisácea faz de la nueva sociedad industrializada, reniegan de la realidad proclamando la superioridad del artificio, de la fantasía, de -incluso- la provocación del mal. Estos relatos, aunque estén situados en la España Inquisitorial, la antigua China o la Francia medieval, no dejan de ser trasunto del París galante que tan bien conocía: sensual, frívolo, con un ansia desmedida de placer, poblado de bailes y veladas en la Ópera, de jugadores, adúlteras y cortesanas, de personajes perversos y amorales, dispuestos a ahogar su spleen con opio y champán, como el abate Tussert, que apuesta sobre el tapete el secreto de la Iglesia, o el barón Von H..., refinado aristócrata transformado en verdugo vocacional. A pesar de no ser estrictamente fantásticos, la fascinación de Villiers por los aspectos más oscuros del alma hacen de los Cuentos crueles uno de los más brillantes hitos de la literatura terrorífica.
La obra narrativa de Villiers de L'Isle Adam se completa con La Eva futura (1886), novela precursora de la ciencia ficción, L'amour suprème (1886), La extraña historia del doctor Bonhomet (1887), colección de relatos sobre un personaje central tan esperpénticos y surreales como inquietantes, e Histoires insolites (1888). Su última y ambiciosa obra teatral, Axel -estrenada póstumamente en 1895-, en la que trata el triunfo del amor ideal sobre la consumación física, del deseo sobre el hecho, condensa el ideario estético de su época y se revela como epítome del drama simbolista.
Pese al respeto y admiración de sus colegas, pese a haber frecuentado la compañía de la realeza y ser él mismo propuesto -según cuentan algunos biógrafos, tal vez fantaseando- para portar la corona de Grecia, muere pobre, en 1889, en el lecho de un hospital, tras contraer matrimonio, ya agonizante, con la madre de su hijo, acompañado por unos pocos amigos, entre ellos Huyssmans y Mallarmé.