CONTENIDO LITERAL

("En torno a Endymion", artículo de Gary K. Wolfe. Derechos de autor 1997, Gigamesh)

En uno de los trabajos sucios más famosos de la historia de la crítica, un temprano comentarista de la prolija "leyenda poética" Endymion, de Keats, la describió como "idiotez imperturbable llena de tonterías", frase tan vistosa que los modernos editores de libros de bolsillo tal vez podrían contemplar la posibilidad de usarla en las tapas de sus libros (seguro que, además, ayudaría a vender). Parece que Byron y Shelley querían que la gente creyera que este tipo de cosas había llevado a la muerte prematura de Keats; yo sospecho que, desde aquello, los escritores han deseado que fuera cierto el que una mala crítica causara la tuberculosis, y que los críticos deberían ser informados de ello. Pero resulta que el propio Keats pidió disculpas por el poema, y desde entonces ha quedado como uno de esos clásicos que no se leen, de los cuales todo el mundo recuerda la primera línea ("Lo bello puede disfrutarse para siempre") y nadie recuerda el resto. En pocas palabras, no es un punto de partida muy prometedor para la nueva secuela del venturoso díptico Hyperion y La caída de Hyperion de Dan Simmons (cuyos títulos vienen de poemas de Keats que sí son buenos).
Esas novelas anteriores conforman una obra maestra de la ciencia ficción moderna, que se deconstruía a sí misma de forma ingeniosa en el segundo volumen, y que desplegaba sofisticados juegos temáticos basados en los autores románticos ingleses trasplantados a un ambiente de space opera. En su labor novelística, Simmons ha intentado persistentemente (¿me atrevería a decir imperturbablemente?) encontrar formas de inspirarse en las fuentes de la cultura literaria y científica sin quebrantar excesivamente ninguna de las dos; su The hollow man combinaba de alguna manera a Dante y Elliot con la física cuántica, y todavía tenía cierto sentido.
Sin embargo, Endymion no muestra una ambición semejante. Como el personaje que da título al poema de Keats, su protagonista ha sido una especie de pastor-amante rural, pero está claro que la auténtica causa de la elección del título es simplemente indicar la conexión con la serie de Hyperion (a ver, ¿de qué otra manera lo podríamos haber titulado? ¿La víspera de Santa Agnes?). De hecho, Keats está menos presente en la obra que George Lucas o James Cameron, o incluso Frank Lloyd Wright (que parece estar al acecho entre bastidores al término de la novela).
Ambientado dos siglos y medio después de La caída de Hyperion, Endymion es en esencia un space opera vertiginoso a gran escala, llevado por una simple trama del ratón y el gato, y que hasta ahora únicamente ofrece seductores atisbos de aquellos trastrueques dramáticos que hicieron tan satisfactorios a los dos primeros libros. Y digo "hasta ahora" porque antes de llegar a la mitad de la novela queda claro que el asunto no va a terminar en este volumen (y si de algo nos sirven los presagios, Lamia, de Keats, bien podría ser el análogo keatsiano para la próxima secuela).
Endymion no es una mala novela en absoluto, o la parte mala de una novela, pero tampoco es una obra ambiciosa temáticamente. Quedan patentes la poderosa imaginación visual de Simmons, su directa y desapasionada voz narrativa (tal vez entregada en demasía a la línea predictiva del "si tan sólo lo hubiera sabido"), y su habilidad en el manejo de la violencia súbita, propia de autores de terror. Es un formidable escritor en el nivel más básico de lograr el entretenimiento. Pero desde el principio, lo que oímos al fondo del escenario no es tanto un eco de la búsqueda de la belleza ideal, que era el tema del poema de Keats, como de los compases agitados de una banda sonora de John Williams.
Veamos si esto suena familiar: Raul Endymion, un joven ingenuo de un planeta atrasado y tranquilo (Hyperion), es enviado por un anciano sabio y algo místico a la aparentemente imposible misión de rescatar a una princesa (bueno, no es exactamente una princesa, pero es la hija de Keats, lo cual es bastante parecido) de una fortaleza del imperio galáctico (aquí llamado la Pax, una especie de teocracia católica reconstruida). Todo lo que tiene para ayudarle es un talismán mágico (en este caso una alfombra mágica) y un androide fiel aunque tímido (en realidad hay dos robots, si contamos la parlanchina y petulante nave espacial en que escapan). Consigue a la chica, que es tan resuelta y precoz que toma prácticamente todas las decisiones desde ese momento, y ambos son perseguidos de planeta en planeta por un obsesionado capitán-sacerdote que nunca se ve liberado de su deber, incluso a pesar de que acaba estropeando magníficamente cada oportunidad de capturarlos.
Y ahora tengamos en cuenta que esto se parece sólo por pura casualidad a la típica serie de televisión, aunque se base en las mismas fuentes de mitos heroicos. Verdaderamente los diálogos son más elaborados; resulta más conmovedora la incipiente relación entre Raul y Aenea; más ricamente descritos los paisajes alienígenas de la escena en que los fugitivos despegan hacia un grandioso tour galáctico a través del Río Tetis, una serie de antiguos teletransportadores abandonados por una cultura anterior altamente tecnológica. (Esos ingenios de transporte instantáneo, más comúnmente llamados portales estelares, han llegado a ser tan habituales en gran parte de la ciencia ficción contemporánea, que incluso se han introducido en el cine; pero siguen pareciéndome una especie de fraude, y en realidad es el acostumbrado truco aliviador de tarea creadora que puede llevar a fáciles cambios de decorado y a líneas narrativas fragmentadas, como continuamente amenaza con hacer en este caso.)
Algo que se disfruta de una novela de Simmons es cómo es capaz de ambientar esas horribles situaciones tópicas para sí mismo, y acto seguido tratar de sortearlas mediante pura habilidad narrativa y el ocasional cambio inesperado de personaje. Por ejemplo, el perseguidor a lo Javert, el Padre Capitán de Soya, se va haciendo más complejo y más benévolo a medida que la historia se despliega. Tales personajes casi bastan para alentar el convencimiento de que no es una película después de todo, sino una novela al ciento por ciento. Pero entonces aparece el Alcaudón, ese enigmático monstruo devastador de las novelas de Hyperion, adornado de tanto brillo de efectos especiales como puede proporcionar la escritura. Tan rápido e impredecible como un Alien , tan incansable e indestructible como el Terminator, el Alcaudón adopta una postura extrañamente protectora hacia Aenea. Simmons ya ha escrito suficiente ficción de terror para saber que no basta con poner un Alcaudón en escena a menos que ya tengas pensado un combate digno de su talla en alguna parte del camino, y cuando éste aparece es una auténtica carnicería, con un antagonista que es una nueva némesis, presentado en la última parte de la novela (estoy tratando de no revelar demasiado), que parece una persona ordinaria, pero que en realidad es una despiadada máquina de matar que parece mercurio líquido cuando se pone en acción. Es como si hubiéramos sido teletransportados de La guerra de las Galaxias a Terminator 2.
Y, sin embargo, estoy a la espera de la segunda novela de Endymion. Las variadas pistas y estructuras que Simmons ha esparcido por su novela - algunas insinuadas sutilmente, otras dejadas caer como una carga de ladrillos sobre el suelo del salón- sugieren que todavía está por emerger la auténtica substancia del relato. Los poderes implícitos que hacen a Aenea tan amenazadora para la Pax y para el misterioso TecnoNúcleo (una vez considerado extinto), la grandiosa historia de amor que espera a Raul y a Aenea, el misterio de cómo la Tierra (una vez que se la consideraba destruida) ha sobrevivido, o se ha desplazado, o ha sido reconstruida, todo eso se ha dejado sin explicar, y apunta a algún enorme cambio que podría hacer a la historia tan convincente como sus predecesoras. Si seguimos por este camino, tal vez encontremos una enorme y nutritiva comida, pero, mientras tanto, ¡qué buenas están las palomitas!