CONTENIDO LITERAL

("Círculo de Koria [el]", comentario de Adolfina García. Derechos de autor 1997, Gigamesh)

A juzgar por la tumultuosa respuesta que obtuvo la crítica de Susana Vallejo sobre El Titán y el Bosque, parece que Bel Atreides tiene más fans que Chiquito de la Calzada. Partiendo de este hecho, y teniendo en cuenta que los conocimientos sobre orientalismo no son precisamente compartidos por multitudes, espero que ni el misterioso Atreides ni sus aguerridos seguidores achacarán a mi "avergonzante insuficiencia en materia filosófica-lingüística-oriental" el hecho de que su segundo libro me haya parecido, simple y llanamente, un tostón.
La novela empieza tal que así: "Noche desbordada de luna, lechosa en la bruma de una inundación de nácar, pálida y azul, ahogados los astros en la estela láctea, sustanciados de misterio." No es que un párrafo así convierta una novela en algo insoportable. Lo realmente pavoroso es que el resto del libro (551 páginas) continúa exactamente en el mismo tono pastoso que estas primeras líneas. Leer a Atreides es como tratar de avanzar a nado por un líquido más denso que la melaza (y más empalagoso). A pesar de la rígida disciplina que me impuse, no pude con él.
Y no es que la novela no cuente con párrafos realmente apasionantes, como ése en el que un personaje dice sin venir a cuento, "en voz potente, sin redimirla de gravedad: Truenos de un cuadro que vela con dicha aparente el naciente dolor", para, acto seguido, complacerse en "su ritmo dactílico". Tampoco es que me enerve leer una novela en la que continuamente estén utilizando los sinónimos más pomposos de la palabra que se quiera transmitir: volitar por revolotear, miar por maullar, palor por palidez, sierpe por serpiente, hora de gallos en quebranto por amanecer... y así todo. Seguramente lo peor es ese aire pedantesco-desgarrado, como las letras de los Héroes del Silencio pero a lo bestia, que lo impregna todo. O tal vez los abundantísimos nombres propios, nombres pedantes y afectados para personajes pedantes y afectados, nombres infestados de diéresis, acentos raros, fonemas fuertes y sibilantes (también llamados h intercalada). El efecto de ver tanto Madhya, Ïlahur, Mírthen, Esha, Bâlmar, Abdalsâr y similares en una misma página acaba resultando irritante.
En fin, no sé a qué se deberá exactamente, pero cada vez que pienso que la serie consta de más de quince libros, encréspanseme las vedijas del occipucio.