CONTENIDO LITERAL

("Las frías ecuaciones" (fragmento), cuento de Tom Godwin)


No estaba solo.
La noticia le llegó por la blanca aguja de uno de los indicadores situados en el tablero que tenía ante sí. No había nadie más en la cabina de control, ni otro sonido que el murmullo de las transmisiones, pero la blanca manecilla se había movido. Marcaba el cero cuando la pequeña nave fue lanzada desde el Stardust; ahora, sesenta minutos más tarde, había avanzado. Aquello quería decir que algo había en el pequeño almacén de enfrente, algún cuerpo que irradiaba calor. Sólo podía tratarse de una clase de cuerno. Un cuerno vivo, humano.
Se echó hacia atrás en el asiento de pilotaje e hizo una profunda y lenta inspiración, mientras consideraba lo inevitable de sus próximos actos. Era un piloto de EDS, avezado a la contemplación de la muerte, acostumbrado a ella desde hacía largo tiempo, capaz de considerarla con una objetiva falta de emoción, y no tenía alternativa en cuanto a lo que había de hacer. No la tenía... pero incluso un piloto de EDS necesitaba algunos instantes de preparación para disponerse a atravesar la cabina y, fría, deliberadamente, quitar la vida a un hombre a quien aún no había visto.
Porque, naturalmente, iba a hacerlo. Era la ley, según constaba de modo taxativo en el adusto párrafo L, sección 8, del Reglamento Interestelar: "Todo polizón oculto en una EDS será arrojado al espacio inmediatamente después de descubierta su presencia".
Era la ley, y no cabía apelación.
Semejante ley no era un capricho de los hombres; la habían hecho imperativa las circunstancias de la frontera espacial. Al desarrollo de la navegación hiperespacial había seguido la expansión galáctica, y, a medida que los hombres se dispersaban más allá de la frontera, había surgido el problema del contacto con las aisladas colonias de pioneros y las patrullas de exploración. Los enormes cruceros hiperespaciales, producto del genio y el esfuerzo combinados de la Tierra, exigían para su construcción demasiado tiempo y dinero. Por eso no existían en número suficiente para que las pequeñas colonias pudiesen disponer de ellos. Los cruceros hiperespaciales llevaban a los colonos a sus nuevos mundos y realizaban visitas periódicas, con arreglo a rígidos cuadros de marcha pero no podían detenerse o abandonar su ruta para visitar colonias sin escala prevista Semejante retraso alteraría su horario v produciría confusión e incertidumbre de incalculables consecuencias para la compleja interdependencia entre la vieja Tierra y los nuevos mundos fronterizos.
No obstante, se hacía necesario un procedimiento para enviar suministros o ayuda en casos de emergencia entre dos visitas, y la solución habían sido los correos de emergencia bautizados EDS, por las siglas de la denominación inglesa Emergency Disparcir Ship. Pequeñas y plegables, estas naves ocupaban escaso espacio en la caía del crucero. Construidas en plástico y metales ligeros, eran impulsadas por un pequeño cohete que consumía relativamente poco combustible. Cada crucero llevaba cuatro EDS; y, al recibirse una petición de ayuda, el más cercano regresaba al espacio normal el tiempo suficiente para lanzar una EDS con los suministros o el personal necesarios, volviendo después a desvanecerse para continuar su ruta.
Los cruceros, movidos por convertidores nucleares, no utilizaban el combustible líquido para cohetes; pero esos convertidores eran demasiado grandes y complejos para poder ser instalados en las EDS. Los cruceros se veían así obligados a llevar una cantidad limitada de aquel voluminoso combustible, que era racionado al máximo determinándose por los calculadores del crucero la cantidad exacta que cada EDS necesitaba para su misión. Los calculadores consideraban las coordenadas de ruta, la masa de la EDS, y las del piloto y la carga. Eran precisos y seguros, y nada se omitía en sus cálculos. Pero no podían prever el aumento de masa que suponía un polizón, ni atender a su transporte.
El Stardust había recibido la llamada de una de las patrullas exploradoras estacionadas en Woden. Los seis hombres que la componían habían sido atacados por la fiebre de que eran portadoras las verdes moscas denominadas kala, y carecían de suero, al haber resultado destruida su provisión por el tornado que devastó el campamento. El Stardust, siguiendo el método establecido, surgió al espacio normal para lanzar la EDS con el suero, volviendo a desvanecerse en el hiperespacio. Al cabo de una hora, el indicador señalaba que algo más que la pequeña caja de suero se alojaba en la cabina de almacenaje.
Fijó la mirada en la estrecha puerta blanca. Allí dentro, otro hombre vivía y respiraba, mientras iba ganando confianza en que el descubrimiento de su presencia sería ya demasiado tardío para que el piloto pudiese alterar la situación. Demasiado tarde... Sí; para el hombre allí oculto era mucho más tarde de lo que pensaba, y aun de lo que se atrevería a creer.
No cabía alternativa. Una mayor cantidad de combustible iba a consumirse durante las horas de deceleración para compensar el aumento de masa del polizón; una cantidad infinitesimal que no sería echada de menos hasta que la nave estuviese a punto de alcanzar su destino. Entonces, a alguna distancia del suelo, que podía ser sólo un millar de metros o decenas de miles de ellos, según la masa de nave y carga y el previo período de deceleración, las imperceptibles cantidades de combustible harían notar su falta; la EDS consumiría sus últimas gotas con un borbotón y entraría en barrena. Nave, piloto y polizón se fundirían al impacto, convirtiéndose en una masa de metal y plástico, carne y sangre, profundamente hundida en el suelo. El polizón había firmado su sentencia de muerte al ocultarse en la nave; no podía permitírsele que arrastrase consigo a otras siete personas.
Volvió a mirar la manecilla delatora y se levantó. Lo que había que hacer sería desagradable para ambos; cuanto más pronto terminase, mejor. Cruzó la cabina de control hasta llegar junto a la puertecilla blanca.
-¡Salga!
Su orden resonó ronca y abrupta por encima del rumor de la nave. Le pareció escuchar el susurro de un movimiento furtivo dentro de la pequeña cámara. Después, nada. Se imaginaba al polizón acurrucándose aún más en lo oscuro, de pronto, preocupado por las consecuencias de su acto y ya sin rastro de tranquilidad.
-¡He dicho que salga!
Oyó al polizón moverse para obedecer y esperó con los ojos fijos en la puerta y la mano junto a la pistola de onda explosiva pendiente a su costado.
La puerta se abrió y el polizón pasó por ella, sonriendo.
-Está bien..., me rindo. ¿Y ahora qué?
Era una muchacha.
Se quedó mirándola sin hablar, mientras su mano se alejaba del arma y trataba de encajar lo que le llegaba como un fuerte e inesperado golpe físico. El polizón no era un hombre, sino una chica de menos de veinte años, plantada ante él sobre unas blancas sandalias de las llamadas "de gitana". Apenas le llegaba al hombro. Su pelo moreno y rizado exhalaba un dulce aroma, y mantenía la cara sonriente y ligeramente levantada, mientras los ojos, sin sombra de miedo ni sospecha, se clavaban en los suyos en espera de una respuesta.
¿Y ahora qué?
Si la pregunta la hubiese formulado una rotunda y desafiante voz masculina, habría respondido con la acción, rápido y eficaz. Tras recoger al polizón su disco de identificación, le hubiese ordenado entrar en la esclusa de aire. Si se negaba a obedecer, habría utilizado el arma. Todo ello no le hubiese llevado mucho tiempo. Antes de un minuto, el cuerpo habría sido lanzado al espacio... si el polizón hubiese sido un hombre.
Volvió al asiento de pilotaje y le indicó por señas que se sentase a su lado, sobre la protección en forma de cajón que encerraba los dispositivos de control de marcha. Obedeció, mientras el silencio que él guardaba hacía que su sonrisa se trocase en la expresión dócil y apesadumbrada del cachorrillo cogido en falta y que sabe será castigado.
-Aún no me ha dicho... Soy culpable; pero, ¿qué va a ocurrirme ahora? ¿Debo pagar una multa... o qué?
-¿Qué hace aquí? ¿Por qué se escondió en la EDS?
-Quería ver a mi hermano. Está con el equipo topográfico oficial en Woden y no le he visto desde hace diez años, cuando dejó la Tierra para enrolarse en ese puesto.
-¿Cuál era su destino en el Stardust?
-Mimir. Me espera allí un empleo. Mi hermano ha estado mandándonos dinero a mis padres y a mí, y me pagó un curso especial de idiomas. Lo terminé antes de lo esperado y me ofrecieron este empleo en Mimir. Sabía que pasaría casi un año antes de que Gerry terminase su trabajo en Woden y pudiese venir a Mimir, y por eso me escondí ahí. Sobraba sitio para mi y estaba dispuesta a pagar la multa. Es mi único hermano y no le he visto desde hace tanto tiempo... No quería esperar otro año cuando podría verlo ahora, aun sabiendo que al hacerlo quebrantaba alguna norma.
Sabiendo que quebrantaba alguna norma...
En cierto modo, no cabía culparía por su ignorancia de la ley. Vivía en la Tierra y no se había dado cuenta de que las leyes de la frontera espacial deben, necesariamente, ser tan duras e implacables como el medio en que nacen. No obstante, para proteger a las gentes como ella de los resultados de su ignorancia de la frontera, había un cartel sobre la puerta que conducía a la sección del Stardust que guardaba las EDS; un cartel bien claro y a la vista:

PROHIBIDALA ENTRADA AL PERSONAL NO AUTORIZADO

-¿Sabe su hermano que ha tomado pasaje en el Stardust para Mimir?
-Sí. Le envié un espaciograma comunicándole que había aprobado y que me disponía a ir a Mimir en el Stardust un mes antes de salir de la Tierra. Sabía ya que Mimir sería su nuevo destino dentro de un poco más de un año. Para entonces ascenderá, lo destinarán allí y no tendrá ya que pasarse fuera un año entero en trabajos de campo, como le ocurre ahora.
En Woden había dos equipos topográficos; por eso le preguntó:
-¿Cómo se llama?
-Cross. Gerry Cross... Está en el "grupo Dos ". Así decía su dirección. ¿Le conoce?
El "Grupo Uno" era el que había pedido el suero; el "Dos" estaba a unas ocho mil millas del primero, en la otra orilla del mar Occidental.
-No, nunca lo he visto.
Se volvió al cuadro de control y redujo la deceleración a una fracción de la fuerza de gravedad; sabiendo que aquello no podría evitar el fin último, pero haciendo lo único que estaba en su mano para prolongarlo. La sensación fue de que la nave había entrado en súbita caída, y el involuntario movimiento de sorpresa de la muchacha medio la levantó de su asiento.
-¿Ahora vamos más de prisa, verdad? ¿Por qué lo hacemos?
Le dijo la verdad.
-Para ahorrar combustible durante unos momentos.
-¿Quiere decir que no tenemos mucho? Prefirió demorar la respuesta preguntando a su vez.
-¿Cómo se las arregló para esconderse?
-Me limité a entrar cuando nadie miraba. Estaba practicando el gelanés con la nativa que hace la limpieza en la oficina de Suministros cuando trajeron un pedido para el equipo topográfico de Woden. Me escondí en esa cabina con la nave ya lista para salir, un momento antes de que llegase usted. Fue un impulso momentáneo, para conseguir ver a Gerry... y, según me mira usted, no estoy segura de que fuese un impulso muy acertado. ¿Soy una auténtica delincuente... y debo considerarme presa?
Volvió a sonreírle.
-Pensaba compensar mis gastos, además de pagar la multa. Puedo cocinar y coser para todos, y sé hacer un montón de cosas útiles, incluso un poco de enfermera.
Aún quedaba una pregunta.
-¿Sabía usted qué clase de suministros pedía el equipo topográfico?
-No. Supuse que serían cosas necesarias para su trabajo.
¿Por qué no era un hombre con algún oculto designio? Un fugitivo de la justicia, que esperaba perderse sin dejar rastro en un nuevo mundo; un aventurero en busca de transporte hasta las lejanas colonias, nuevo vellocino de oro para los de su especie; un loco con intenciones...
Cualquier piloto de EDS podía hallar una vez en la vida a semejante polizón en su nave; hombres torcidos, bajos, egoístas, brutales, peligrosos... pero nunca una sonriente muchacha de ojos azules, dispuesta a pagar una multa y a trabajar a cambio de su manutención para poder ver a su hermano.
Se volvió al cuadro de control e hizo girar el interruptor que enviaría señales al Stardust. La llamada seria inútil; pero se sentía incapaz, hasta que hubiese agotado esta sola y vana esperanza, de arrojarla a la esclusa de aire como lo haría con un animal... o con un hombre. Entretanto, la demora no sería peligrosa, con la EDS decelerando a sólo una fracción de la gravedad. Sonó una voz en el transmisor.
-Stardust. Identifíquese y adelante.
-Barton, EDS 34G11. Emergencia. Con el comandante Delhart.
Hubo una vaga confusión de ruidos mientras la petición seguía los conductos reglamentarios. La muchacha le observaba, ya sin sonrisas.
-¿Va a decirles que vengan a buscarme?
El transmisor emitió un sonido metálico y se oyó una voz lejana diciendo: "Comandante, la EDS pide..."
-¿Van a venir a buscarme? -volvió ella a preguntar -. ¿Al fin me quedaré sin ver a mi hermano?
-¿Barton?
La voz ruda y áspera del comandante Delhart surgió del transmisor.
-¿Qué emergencia es esa?
-Un polizón.
-¿Un polizón?
La pregunta denotaba una ligera sorpresa.
-La cosa no es muy corriente, pero... ¿por qué una llamada de emergencia? Lo ha descubierto a tiempo para evitar el peligro y supongo que habrá informado a los archivos de la nave para que se pueda notificar a sus parientes más cercanos.
-Por eso he querido llamarle antes. El polizón sigue a bordo y las circunstancias son tan especiales...
-¿Especiales? -interrumpió el comandante con voz impaciente -. ¿Cómo pueden ser especiales? Sabe que tiene una provisión limitada de combustible; conoce la ley tan bien como yo: "Todo polizón oculto en una EDS será arrojado al espacio inmediatamente después de descubierta su presencia".
Se oyó un súbito y profundo alentar de la chica.
-¿Qué quiere decir?
-El polizón es una muchacha.
-¿Cómo?
-Quería ver a su hermano. Es sólo una chiquilla y no sabía realmente lo que estaba haciendo.
-Ya.
El tono cortante había desaparecido de la voz del comandante.
-Y usted me llamaba con la esperanza de que pudiese hacer algo...
Sin esperar respuesta, continuó:
-Lo siento. No puedo hacer nada. Este crucero debe cumplir su horario. De él depende no la vida de una persona, sino la de muchas. Comprendo sus sentimientos, pero no puedo ayudarle. Tendrá que acabar con este asunto. Haré que le pongan con Archivos.
El transmisor dejó paso a una serie de débiles rumores, y él se volvió a la muchacha. Estaba inclinada hacia delante en su asiento, casi rígida, con los ojos inmóviles enormes y asustados.
-¿Qué quiso decir con acabar con este asunto? Arrojarme al espacio... acabar con este asunto... ¿Qué quería decir? No será lo que parece... No puede ser. ¿Qué quería decir?
Le quedaba muy poco tiempo para que el consuelo de una mentira fuese algo más que un cruel engaño.
-Quería decir lo que usted entendió.
-¡No!
Se apartó de él como si la hubiese golpeado, con una mano medio levantada como para resguardarse y en sus ojos una obstinada negativa a creer.
-Tendrá que ser así.
-¡No! Usted bromea... ¡Está loco! ¡No puede hablar en serio!
-Lo siento.
Le habló despacio y con dulzura.
-Debía habérselo dicho antes..., pero tenía que hacer primero lo único posible: llamar al Stardust. Ya oyó lo que dijo el comandante.
-Pero usted no puede... Sí me obliga a abandonar la nave, moriré.
-Lo se.
Ella le miró a la cara, y la incredulidad desapareció de sus ojos, dando paso lentamente a una mirada de profundo terror.
-¿Lo... sabe?
Pronunció las palabras muy separadas, entre paralizada y perpleja.
-Lo sé. Tiene que ser así.
-Habla en serio... completamente en serio...
Se apoyó en la pared, menuda y floja como una muñeca de trapo y sin rastro ya de protesta ni incredulidad.
-¿Va usted a hacerlo..., va a hacerme morir?
-Lo siento -repitió él -. Nunca sabrá cuánto lo siento. Tiene que ser así y no hay fuerza humana en el universo capaz de cambiarlo.
-Va a hacerme morir aunque no he hecho nada para merecerlo... No he hecho nada...
Él suspiró, honda y cansadamente.
-Ya sé que no lo hizo, pequeña. Ya sé que no lo hizo.
-EDS.
El transmisor sonó brusco y metálico.
-Al habla Archivos. Denos información completa sobre el disco de identificación del sujeto.
Abandonó su asiento para acercarse. Ella se aferró al borde del asiento, su cara levantada blanca bajo el pelo castaño y el rojo de los labios destacando como el sangriento arco de un Cupido.
-¿Ahora?
-Quieren su disco de identificación.
Ella soltó el borde del asiento y recorrió con dedos temblorosos y torpes la cadena que sujetaba el disco de plástico a su cuello. Si se inclinó y abrió el enganche, volviendo con el disco a su asiento.
-Ahí van sus datos, Archivos: Número de identificación: T837...
-Un momento -interrumpió Archivos-. ¿Es para consignar en la tarjeta gris, supongo?
-Sí.
-¿Y la hora de la ejecución?
-Se la diré más tarde.
-¿Más tarde? Esto va contra las normas. La hora de la muerte del sujeto ha de ser facilitada antes...
Hizo un esfuerzo para conservar el tono de su voz.
-Entonces, vamos a saltamos las normas... Leeré primero el disco. El sujeto es una muchacha y está escuchando cuanto se dice. ¿Lo entiende?
Hubo un silencio breve, casi una sacudida, y después Archivos dijo, en tono sumiso:
-Perdón. Continúe.
Empezó a leer el disco, haciéndolo lentamente para aplazar lo inevitable, tratando de ayudarle dándole el poco tiempo que pudiese para recobrarse de su primer terror y transformarlo en la calma de la aceptación resignada.
Número T8374 raya Y54. Nombre: Marilyn Lee Cross. Sexo: Hembra. Fecha de nacimiento: 7 de julio de 2160. ¡Sólo dieciocho años! Altura: 1,60. Peso: 55. Un peso tan leve, y, sin embargo, suficiente para sumarse fatalmente a la masa de la burbuja de fino cascarón que era una EDS. Pelo: castaño. Ojos: azules. Complexión: ligera. Tipo sanguíneo: O. Datos triviales. Destino: Port City, Mimir. Dato nulo...
Acabó y dijo:
-Llamaré más tarde.
Después se volvió una vez más a la muchacha. Estaba acurrucada contra la pared, observándole con pasmada y perpleja fascinación.
-Esperan que usted me mate, ¿no es cierto? ¿Quieren que muera? ¿Usted y todos los del crucero desean mi muerte?
Después, el pasmo se quebró, y su voz fue la de un niño asustado y aturdido.
-Todos quieren que muera cuando yo no he hecho nada. No hice daño a nadie... Sólo quería ver a mi hermano.
-No es lo que usted piensa... Nada de eso. Nadie lo desea ni lo permitiría si fuese humanamente posible evitarlo.
-Entonces, ¿por qué? No lo comprendo. ¿Por qué?
-Esta nave lleva suero contra la fiebre kala al "Grupo Uno" de Woden. Su provisión fue destruida por un tornado. El "Grupo Dos", el equipo al que pertenece su hermano, está a ocho mil millas de allí, al otro lado del mar Occidental, y sus helicópteros no pueden cruzarlo para auxiliar al primer grupo. La fiebre es siempre mortal, a menos que se consiga el suero a tiempo, y los seis hombres del "Grupo Uno" morirán si la nave no llega allí en el tiempo previsto. Estas pequeñas naves llevan combustible apenas suficiente para alcanzar su destino, y si usted permanece a bordo, el aumento de peso hará que lo consuma antes de tocar el suelo. Entonces se estrellará, y usted y yo moriremos, igual que los seis hombres que esperan por el suero.
Transcurrió no menos de un minuto antes de que ella hablase; y, mientras consideraba lo que acababa de oír, la expresión de pasmo desapareció de sus ojos.
-¿Entonces es eso? -preguntó al fin -. Sólo que la nave no tiene bastante combustible...
-Sí.
-Puedo morir sola o llevarme a otros siete conmigo. ¿No es así?
-Así es.
-¿Y nadie desea que yo muera?
-Nadie.
-Entonces, quizá... ¿Está seguro de que no puede hacerse nada? ¿No me ayudarían si pudiesen?
-A todos les gustaría ayudarla, pero nadie puede hacer nada. Yo hice lo único que podía cuando llamé al Stardust.
-Y ellos no volverán... Pero puede haber otros cruceros... ¿No existe ninguna esperanza de que pueda haber alguien en alguna parte, alguien que pueda hacer algo por mí?
Se inclinaba hacia delante con ansiedad mientras esperaba su respuesta.
-No.
La palabra fue como un chorro de agua fría; y ella volvió a apoyarse en la pared, mientras la esperanza y la ansiedad abandonaban su rostro.
-¿Está seguro? ¿Sabe que está seguro?
-Lo estoy. No hay otros cruceros en un radio de cuarenta años luz; no hay nada ni nadie que pueda cambiar las cosas.
Ella dejó resbalar la mirada hasta su regazo y empezó a retorcer entre los dedos un pliegue de su falda, guardando silencio mientras su espíritu empezaba a adaptarse a la trágica noticia.
Era mejor así. Con la desaparición de la esperanza desaparecería también el miedo, vendría la resignación. Necesitaba tiempo e iba a tener muy poco. Pero, ¿cuánto?
Las EDS no estaban equipadas con dispositivos refrigeradores del casco; su velocidad tenía que ser reducida a un nivel moderado antes de penetrar en la atmósfera. Estaba decelerando a 0,10 de la fuerza de la gravedad; aproximándose a su destino a una velocidad muy superior a la que habían fijado los calculadores. El Stardust se hallaba muy cerca de Woden cuando lanzó la EDS; y su velocidad presente les acercaba por segundos. Habría un punto crítico, que pronto alcanzarían, en el que sería inexcusable reanudar la deceleración. Cuando lo hiciese, el peso de la muchacha resultaría multiplicado por la intensidad de esa deceleración, y se convertiría de pronto en un factor de decisiva importancia; el factor que los calculadores no habían tenido presente cuando determinaron la cantidad de combustible que debía llevar la EDS. La muchacha tendría que desaparecer al comenzar la deceleración; no podría ser de otro modo. ¿Cuándo sería esto? ¿Cuánto tiempo podía permitirle quedarse?
-¿Cuánto tiempo puedo quedarme?
Se estremeció ante aquellas palabras, que eran como un eco de sus propios pensamientos. ¿Cuánto tiempo? No lo sabía; tendría que preguntárselo a los calculadores del crucero. A cada EDS se le concedía un mezquino plus de carburante para compensar las posibles condiciones desfavorables de la atmósfera, y en las actuales el consumo era relativamente bajo. La memoria de los calculadores contendría aún todos los datos concernientes al envío de la EDS, datos que no serían borrados hasta que alcanzase su destino. Sólo tenía que proporcionar a las máquinas los nuevos datos: el peso de la muchacha y la hora exacta a la que había reducido la deceleración a 0,10.
-Barton.
La voz del comandante Delhart surgió abruptamente del transmisor cuando abría la boca para llamar al Stardust.
-Una comprobación con Archivos me indica que no ha completado su informe. ¿Redujo la deceleración?
De modo que el comandante sabía lo que intentaba hacer.
-Estoy decelerando a cero coma diez. Corté la deceleración a mil setecientas cincuenta millas y el peso es cincuenta y cinco. Querría permanecer a cero coma diez todo el tiempo que indiquen como posible los calculadores. ¿Quiere hacerles la pregunta?
Era contrario a las normas que un piloto de EDS introdujese cambios en la ruta o el grado de deceleración que los calculadores le habían fijado, pero el comandante no habló de esa trasgresión, ni preguntó a qué razones obedecía. Tampoco lo necesitaba. No habría llegado a comandante de un crucero interestelar sin reunir tanta inteligencia como conocimiento de la naturaleza humana. Se limitó a decir:
-Haré que pasen los datos a los calculadores.
El transmisor quedó silencioso y ambos esperaron, callados. La espera no sería larga; los calculadores darían la respuesta a los pocos instantes. Los nuevos factores serían introducidos en la boca de acero del primer cuerpo y los impulsos eléctricos recorrerían los complejos circuitos. Aquí o allá, se oiría el chasquido de un relé, giraría una pequeña rueda dentada... Pero serían esencialmente los impulsos eléctricos los que hallarían la respuesta; invisibles, sin forma ni espíritu, determinarían con absoluta precisión cuánto tiempo podía vivir aún la pálida muchacha que tenía a su lado. Después, cinco pequeños segmentos metálicos del segundo cuerpo caerían en rápida sucesión sobre una cinta entintada, y una segunda boca de acero escupiría la tira de papel portadora de la respuesta. El cronómetro del cuadro de control señalaba las dieciocho diez cuando volvió a hablar el comandante.
-Tendrá que reanudar la deceleración a las diecinueve diez.
Ella miró el cronómetro y apartó rápidamente la vista.
-¿Es a esa hora cuando... cuando he de marcharme?
Él afirmó con la cabeza, y ella volvió a dejar sus ojos resbalar hasta el regazo.
-Haré que le den las correcciones de ruta -dijo el comandante -. Ordinariamente, nunca permitiría tal cosa; pero comprendo su posición. No puedo hacer más de lo que acabo de hacer y no debe desviarse de las nuevas instrucciones. Completará su informe a las diecinueve diez. Ahora... escuche las correcciones de ruta.
Se las leyó la voz de un técnico desconocido y él las escribió en el bloc sujeto al borde del cuadro de control. Vio que habría períodos de deceleración al aproximarse a la atmósfera, cuando la deceleración fuese de cinco veces la fuerza de la gravedad; y a cinco gravedades, cincuenta y cinco kilos se convertirían en doscientos setenta y cinco.
Concluyó el técnico, y él dio por terminada la comunicación con una breve frase de agradecimiento. Después, tras un instante de duda, cortó la transmisión. Eran las dieciocho trece y no tendría que utilizarla hasta las diecinueve diez. Entretanto, parecía indecoroso permitir que otros escuchasen lo que ella pudiese decir en su última hora.
Empezó a comprobar los instrumentos de a bordo, repasando el tablero con innecesaria lentitud. Ella tendría que aceptar las circunstancias y en nada podía él ayudarla a esa aceptación; las palabras de simpatía no harían sino demorarla.
Eran las dieciocho veinte cuando ella salió de su inmovilidad y habló.
-¿De modo que eso es lo que tiene que ocurrirme?
Él giró para darle frente.
-¿Lo ha entendido? Nadie permitiría que esto ocurriese si pudiera evitarlo.
-Comprendo.
Había vuelto un leve color a su rostro y los labios no destacaban ya con el mismo vigor.
-No hay suficiente combustible para que me quede... Cuando me escondí en esta nave, me metí en algo que ignoraba por completo; y ahora he de pagar esa ignorancia.
Había violado una ley humana que decía PROHIBIDA LA ENTRADA, pero la pena no era obra ni deseo de los hombres, sino un castigo que ellos no podían revocar. Una ley física había decretado: Una cantidad h de combustible impulsará a una EDS con una masa m hasta su destino; y una segunda ley física afirmaba: Una cantidad h de combustible no bastará a impulsar una EDS con una masa m más x hasta su destino.
Las EDS obedecían tan sólo a leyes físicas, y toda la simpatía humana era insuficiente para alterar esa segunda.
-Pero tengo miedo. No quiero morir... ahora. Quiero vivir y nadie hace nada por ayudarme; me dejan seguir como si nada fuese a ocurrirme. Voy a morir y a nadie le importa.
-Nos importa a todos. A mí y al comandante y al empleado del archivo. A todos nos importa, y todos hicimos lo poco que podíamos para ayudarla. No fue bastante... casi no fue nada... pero era cuanto podíamos hacer.
-Falta combustible..., eso lo entiendo-dijo ella, como si no hubiese escuchado sus palabras -. Pero tener que morir por eso... y sólo yo...
¡Qué difícil debía serle aceptar el hecho! Nunca se había hallado en peligro de muerte; no había conocido los lugares donde la vida de los hombres podía ser tan frágil y efímera como la espuma que bate contra el acantilado. Pertenecía a la dulce Tierra, a aquella segura y pacifica sociedad donde pudo ser joven, alegre y reidora entre sus iguales; donde la vida era algo precioso y bien guardado y existía casi siempre la seguridad del mañana. Era una criatura de dulces brisas y sol cálido, de música, luz de luna y graciosos modales; no de la dura y desierta frontera.
-¿Cómo pudo ocurrirme con tan terrible rapidez? Hace una hora yo estaba en el Stardust, camino de Mimir. Ahora, el Stardust prosigue sin mi, y yo voy a morir y nunca volveré a ver a Gerry ni a mis padres...; no volveré a ver a nadie.
Él vacilaba, preguntándose cómo podría explicárselo de modo que llegase a comprender realmente y no se sintiese víctima de una injusticia irrazonable y cruel. Ella ignoraba lo que era la frontera; pensaba en términos de la segura y tranquila Tierra. En la Tierra, las chicas guapas no eran arrojadas al espacio; la ley lo prohibía. En la Tierra, su aventura hubiese llenado los periódicos, y una blanca y rápida nave de patrulla hubiese volado a su rescate. Todo el mundo habría oído hablar de Marilyn Lee Cross y no se hubiese ahorrado ningún esfuerzo para salvar su vida. Pero esto no era la Tierra, y no existían naves patrulleras; sólo el Stardust dejándolos atrás a muchas veces la velocidad de la luz. No había nadie para ayudarla, como no habría Marilyn Lee Cross sonriendo mañana desde las frescas páginas. Marilyn Lee Cross no sería más que un punzante recuerdo para un piloto de EDS y un nombre sobre una cartulina gris en los Archivos del crucero.
-Aquí es todo distinto; no ocurre como allá, en la Tierra. No es que nadie se preocupe; es que nadie puede hacer nada por ayudar. La frontera es grande, y a lo largo de ella las colonias y las patrullas de exploración se hallan muy diseminadas. En Woden, por ejemplo, hay sólo dieciséis hombres..., dieciséis hombres para todo un mundo. Las patrullas, los equipos topográficos, las pequeñas colonias de pioneros, están luchando con un medio extraño, tratando de abrir camino a quienes han de seguirles. Ese medio devuelve los golpes, y rara es la vez que los pioneros pueden cometer un error más de una vez. No existe margen de seguridad a lo largo de la frontera; no podrá haberlo hasta que esté abierto el camino para quienes vengan detrás, hasta que los nuevos mundos se encuentren sometidos y ordenados. Hasta entonces, los hombres tendrán que pagar los errores que cometan sin nadie que les ayude, porque nadie hay para ayudarlos.
-Yo iba a Mimir. No sabía nada de la frontera. Me limitaba a ir allí; y aquello es seguro...
-Mimir es un lugar seguro, pero usted abandonó el crucero que la llevaba allí.
Ella guardó silencio un momento.
-Era todo tan maravilloso al principio... Había sitio de sobra para mi en esta nave e iba a ver a Gerry tan pronto... No sabía nada del combustible. Ignoraba lo que podía ocurrirme...
La voz se apagó y él desvió su atención hacia la pantalla, no sintiendo deseo de contemplar su lucha por abrirse camino a través del negro horror del miedo hacia la calma gris de la aceptación.

Woden era un globo arropado en la bruma azulada de su atmósfera, nadando en el espacio sobre un fondo de muerta negrura constelada de estrellas. La gran masa del continente de Manning se desparramaba como una gigantesca esfera de reloj por el mar Oriental, mientras la mitad izquierda del continente Oriental era todavía visible. Había una delgada línea de sombra a lo largo del borde derecho del globo, y en ella iba desapareciendo el continente a medida que el planeta giraba sobre su eje. Una hora antes, aún era totalmente visible; ahora, mil millas de él se habían ya sumergido en el helado borde sombrío, girando hacia la noche que descansaba sobre el otro costado del mundo. La mancha azul oscuro del lago del Loto se aproximaba a la sombra. Era en algún lugar cercano a la orilla meridional del lago donde el "Grupo Dos" tenía su campamento. Pronto sería allí de noche; y a poco de anochecer, la rotación de Woden sobre su eje pondría al segundo equipo fuera del alcance de la radio de la nave.
Tendría que decírselo antes de que fuese demasiado tarde para que hablase con su hermano. Por una parte, sería mejor para ambos no hacerlo; pero no le correspondía a él decidirlo. Para ellos, las últimas palabras serían como un amado tesoro; algo hiriente como la hoja de un cuchillo, pero infinitamente precioso de recordar; ella durante sus breves momentos de vida; él, para el resto de su existencia.
Oprimió el botón que encendería la pantalla y utilizó el diámetro conocido del planeta para calcular la distancia que el borde meridional del lago del Loto tenía todavía que recorrer hasta salir del alcance de la radio. Eran unas quinientas millas. Quinientas millas: treinta minutos... y el cronómetro señalaba las dieciocho treinta. Concediendo un error en el cálculo, no serían más de las diecinueve cinco cuando la rotación de Woden le robase la voz de su hermano.
-La orilla del continente Occidental era ya visible a lo largo de la parte izquierda del mundo. A cuatro mil millas enfrente estaban las playas del mar Occidental y el campamento del "Grupo Uno". Fue en el mar Occidental donde se originó el tornado que cayó con furia sobre el campamento, destruyendo la mitad de sus construcciones prefabricadas, incluida la que guardaba el material sanitario. Dos días antes, no había ni señal del fenómeno; tan sólo grandes y suaves masas de aire desplazándose sobre el tranquilo mar Occidental. El "Grupo Uno" había salido a su trabajo rutinario, inconsciente del agrupamiento de las masas de aire en alta mar, como de la fuerza que tal unión iba a desencadenar. Había caído sobre el campamento sin aviso, como una tonante, rugiendo destrucción capaz de aniquilar cuanto hallaba a su paso. Su paso dejó un rastro de ruinas. Destruyó la labor de meses y condenó a seis hombres a la muerte. Después, como si su tarea estuviese cumplida, empezó a disolverse de nuevo en suaves masas de aire. Pero, con todos sus terribles efectos, había destruido sin malicia ni intención. Era una fuerza ciega e insensata, obediente a las leyes de la Naturaleza, y que hubiese seguido la misma ruta con análoga furia de no haber existido los hombres.
La existencia exigía un orden, y lo había: las leyes de la Naturaleza, irrevocables e inmutables. Los hombres podrían aprender a utilizarlas, pero no cambiarlas. La circunferencia era siempre pi veces el diámetro, y ninguna ciencia humana le haría nunca ser de otro modo. La combinación del producto químico A con el producto químico B, bajo unas condiciones C, producía invariablemente la reacción D. La ley de la gravitación era una ecuación rígida que no hacía distinción entre la caída de una hoja y el solemne girar de un sistema estelar binario. El proceso de conversión nuclear impulsaba a los cruceros que llevaban a los hombres a las estrellas; el mismo proceso, bajo la forma de una nova, destruiría un mundo con igual eficacia. Las leyes eran y el universo se movía obedeciéndolas. A lo largo de la frontera formaban en orden de batalla todas las fuerzas de la Naturaleza, y a veces destruían a quienes se abrían camino desde la Tierra. Los hombres de la frontera habían aprendido hacía largo tiempo la amarga inutilidad de maldecir a las fuerzas capaces de destruirlos, porque esas fuerzas eran ciegas y sordas; la inutilidad de mirar a los cielos en demanda de ayuda, porque las estrellas de la Galaxia seguirían su inacabable giro de doscientos millones de años, tan inexorablemente controladas como ellos por unas leyes que ignoraban la compasión y el odio. Los hombres de la frontera lo sabían... pero ¿cómo iba a entenderlo una muchacha de la Tierra? Una cantidad h de combustible no bastará a impulsar una EDS con una masa m más x hasta su destino. Para él, como para su hermano y sus padres, ella era una muchacha de dulce rostro en plena juventud; para las leyes de la Naturaleza era x, el factor indeseable de una fría ecuación.

La muchacha volvió a removerse en su asiento.
-¿Podría escribir una carta? Quiero escribir a mis padres, y me gustaría hablar con Gerry. ¿Podría hacerlo por su radio?
-Trataré de encontrarle.
Puso en marcha el transmisor de espacio normal y oprimió el botón de llamada. Alguien respondió casi inmediatamente al zumbador.
-Helio. ¿Cómo siguen vuestras cosas? ¿Está ya en camino la EDS?
-Aquí no es el "Grupo Uno". Habla la EDS ¿Está ahí Gerry Cross?
-¿Gerry? Salió con otros dos esta mañana en el helicóptero y no han vuelto. Pero falta poco para oscurecer y creo que estarán aquí en seguida... antes de una hora.
-¿Puede comunicarme con la radio de su helicóptero?
-Imposible. Lleva dos meses averiada... Se estropearon algunos circuitos impresos y no podemos conseguir otros hasta que pase el próximo crucero. ¿Es cosa importante... malas noticias o algo así?
-Sí... muy importante. Cuando llegue, haga que se ponga al habla lo más pronto posible.
-Lo procuraré; tendré a uno de los muchachos esperando en el campo con un camión. ¿Puedo hacer algo más?
-No. Creo que eso es todo. Tráigalo en cuanto pueda y llámeme.
Redujo el volumen a un mínimo inaudible, lo que no podía afectar al funcionamiento del zumbador de llamada, y desprendió el bloc del tablero de control. Arrancó la hoja que contenía las instrucciones de vuelo y le entregó el resto, junto con un lápiz.
-Será mejor que escriba también a Gerry -dijo ella mientras los tomaba- Puede no llegar a tiempo al campamento.^
Empezó a escribir, con sus dedos todavía torpes e inciertos en el manejo del lápiz, cuyo extremo temblaba ligeramente al levantarlo entre dos palabras. Él se volvió hacia la pantalla, mirándola sin ver.
Era una chiquilla en soledad, tratando de expresar su último adiós, y querría dejarles el corazón en sus palabras. Les diría cuánto les quería, y que no sintiesen pena, que sólo se trataba de algo que a todos ha de ocurrirnos algún día, y que no estaba asustada. Esto último una mentira, como no sería difícil leer entre las líneas vacilantes y desiguales; una valiente y leve mentira que les haría la herida aún más dolorosa.
Su hermano era un hombre de la frontera y comprendería. No odiaría al piloto de la EDS por no hacer nada para evitar su muerte; sabría que no había nada que hacer. Comprendería, aunque la comprensión no dulcificase el choque y el dolor al saber que su hermana había muerto. Pero los demás, su padre y su madre, no lo entenderían. Gentes de la Tierra, pensarían como quienes nunca habían vivido donde el margen de seguridad vital era una línea tenue... y a veces inexistente. ¿Qué pensarían ellos del piloto sin rostro, del desconocido que había enviado a su hija a la muerte? Le odiarían con fría y terrible intensidad; pero, realmente, ¿qué importaba aquello? No iba a verlos nunca. Solamente quedaría la memoria para recordárselo; sólo las noches para estremecerse, cada vez que una chica de ojos azules y sandalias breves llegase a sus sueños a morir de nuevo.
Contemplaba la pantalla y trataba de obligar a sus pensamientos a seguir caminos menos emotivos. Nada podía hacer por ayudarla. Se había sometido sin saberlo al castigo de una ley que no reconocía inocencia, juventud ni belleza; que era incapaz de simpatía o indulgencia. Era ilógico el remordimiento... y sin embargo, ¿bastaría el saber que lo era para evitarlo?
Ella se detenía de vez en cuando, como tratando de encontrar las palabras adecuadas para decirles lo que quería que supiesen, y después el lápiz reanudaba su cuchicheo al papel. Eran las dieciocho treinta y siete cuando dobló la carta y escribió en ella un nombre. Empezó después otra, levantando la vista hacia el cronómetro como si temiese que la negra manecilla pudiera llegar a su cita antes de que ella hubiese terminado. A las dieciocho cuarenta y cinco, la dobló como había hecho con la primera y escribió sobre ella nombre y dirección.
Le tendió las cartas.
-¿Quiere guardarlas y ocuparse de que lleguen al correo?
-Desde luego. No se preocupe.
Las tomó de su mano y las colocó en un bolsillo de su gris camisa de uniforme.
-No saldrán hasta que pase el próximo crucero, y para entonces el Stardust les habrá dado la noticia hace mucho tiempo, supongo.
Él asintió con la cabeza, y ella continuó:
-Esto les quita importancia, en cierto modo; pero aun así, son muy importantes... para ellos y para mí.
-Sí. Lo comprendo y tendré buen cuidado.
Ella volvió a mirar el cronómetro.
-Parece que va cada vez más de prisa.
Él no dijo nada, incapaz de pensar en algo que decir; y ella preguntó:
-¿Cree que Gerry llegará a tiempo al campamento?
-Creo que sí. Dijeron que estaría allí de un momento a otro.
Ella empezó a hacer girar el lapicero entre sus palmas.
-Espero que llegue a tiempo. Me siento enferma y asustada, y quiero volver a oír su voz. Quizás entonces no me encuentre tan snia. Soy cobarde y no puedo evitarlo.
-No, no lo es. Está asustada, pero no tiene nada de cobarde.
-¿Es que hay diferencia?
Sí afirmó con la cabeza.
-Una gran diferencia.
-Me siento tan sola... Nunca me había ocurrido. Es como si estuviese completamente aislada, sin nadie para preocuparse por mi suerte. Antes, siempre estaban allí papá y mamá, y los amigos... Tenía muchos amigos. Me dieron una fiesta de despedida la víspera de mi viaje.
Amigos, música y risas en su recuerdo... mientras en la pantalla el lago del Loto se acercaba a las sombras.
-¿Le pasa igual a Gerry? Quiero decir, sí cometiese un error, ¿tendría que morir por ello, completamente solo y sin nadie para ayudarle?
-Ocurre igual en toda la frontera; y seguirá ocurriendo mientras sea tal frontera.
-Gerry no nos lo dijo nunca. Decía que el sueldo era bueno y mandaba continuamente dinero, porque la tiendecilla de papá apenas daba para vivir; pero nunca nos dijo lo que pasaba.
-¿No les dijo que su trabajo era peligroso?
-Bueno... sí... algo dijo, pero no lo entendimos. Siempre pensé que el peligro a lo largo de la frontera era algo muy divertido; una aventura emocionante, como en las funciones de 3-D.
Una pálida sonrisa iluminó su rostro un instante.
-¿Pero no es así, verdad? No se parece nada, porque en la realidad no se puede volver a casa cuando la función ha terminado.
-No, no se puede...
La mirada de ella fue del cronómetro a la puerta de la esclusa de aire, para volver al bloc y el lápiz que aún conservaba. Cambió ligeramente de postura para dejarlos sobre el banco, a su lado. Por vez primera advirtió él que no llevaba sandalias gitanas de Las Vegas, sino simples imitaciones baratas. El preciado cuero vegano era una especie de plástico granuloso; la hebilla de plata, hierro cromado; las piedras, cristales de colores. La tiendecilla de papá apenas daba para vivir... Sin duda dejó el college en segundo año para hacer el curso de idiomas que le permitiría independizarse, mientras ayudaba a su hermano a mantener a sus padres ganando algún dinero en pequeños trabajos después de las clases. Su equipaje del Stardust le sería devuelto a los padres. No tendría gran valor ni ocuparía mucho espacio en el viaje de regreso.
-¿No...?
Se detuvo, y él la miró interrogador.
-¿No hace frío aquí? -preguntó al fin, casi disculpándose -. ¿No siente frío?
-Pues...
Veía por el control principal de temperatura que la cabina estaba exactamente a la normal.
-Sí; hace más frío del debido.
-Ojalá Gerry regrese antes de que sea demasiado tarde. ¿Lo cree usted realmente o lo dijo para consolarme?
-Creo que volverá... Dijeron que estaría allí en seguida.
Sobre la pantalla, el lago del Loto había entrado ya en la sombra, excepto la delgada línea azul de su orilla occidental; y ahora veía que había sobrestimado el tiempo que ella tendría para hablar con su hermano. A regañadientes, explicó:
-El campamento quedará fuera del alcance de la radio dentro de unos minutos. Está en esa parte de Woden que se halla en sombra -y señaló la pantalla -y la rotación de Woden lo pondrá fuera de contacto. No quedará mucho tiempo cuando llegue... para hablarle antes de que se pierda. Me gustaría hacer algo... Le llamaría ahora mismo si pudiese.
-¿No resta ni el tiempo que me queda de estar aquí?
-Me temo que no.
-Entonces...
Se irguió y miró hacia la esclusa de vacío con pálida resolución.
-Entonces me iré cuando Gerry quede fuera de alcance. No esperaré más. No tendré nada que esperar...
Sí se encontró de nuevo sin saber qué decir.
-Acaso no deba esperar más. Quizá soy egoísta... y sería mejor para Gerry que ustedes se lo dijesen más tarde.
Había en su voz una inconsciente súplica de verse contradicha.
-A él no le gustaría que lo hiciese, que no le esperase...
-Pero el sitio donde se encuentra está ya casi en la oscuridad. Tiene toda una larga noche por delante, y mis padres no saben todavía que no volveré como les prometí. He causado un gran dolor a todos los que quiero. Pero fue sin querer...
-La culpa no es suya. Lo sabrán y comprenderán.
-Al principio tenía tanto miedo a morir que me sentía cobarde y sólo pensaba en mí misma. Ahora veo lo egoísta que era. Lo terrible de morir así no es acabar, sino que no volveré a verlos; que nunca podré decirles que lo eran todo para mí; que sabía sus sacrificios para que fuese más feliz, tantas cosas como hicieron por mí y que les quería mucho más de lo que nunca les dije. Nunca les hablé de esto. Son cosas que nunca se dicen cuando se es joven y se tiene toda la vida por delante... Se teme parecer sentimental y ridículo. Pero es tan diferente cuando uno ha de morir... Se desea haberlo dicho cuando aún era tiempo, se quiere decirles cuánto se arrepiente uno de todas las pequeñas maldades que les hizo o les dijo. Uno desearía decirles que nunca fue su intención hacerles sufrir, y que sólo deben recordar que siempre les quiso mucho más de lo que hacían suponer sus palabras.
-No necesita decírselo. Lo sabrán... Siempre lo han sabido.
-¿Está seguro? ¿Cómo puede saberlo? Nunca ha visto a mi familia.
-La naturaleza y los corazones humanos son en todas partes muy parecidos.
-¿Y sabrán lo que necesito que sepan... cuánto les quiero?
-Siempre lo han sabido, y mucho mejor de lo que podría usted explicárselo.
-Recuerdo todo lo que han hecho por mi, y son las pequeñas cosas las que ahora me parecen más importantes. Como Gerry... Me mandó un brazalete de rubíes cuando cumplí dieciséis años. Era precioso. Debió costarle la paga de un mes. Sin embargo, le recuerdo más por lo que hizo la noche que atropellaron a mi gatito en la calle. Yo tenía sólo seis años, y me cogió en brazos, me secó las lágrimas y me dijo que no llorase, que Flossy sólo se había marchado un momento, a comprarse un nuevo abrigo de pieles, y estaría al día siguiente a los pies de mi cama. Le creí; y dejé de llorar y me fui a dormir soñando con la vuelta de mi gato. Al despertarme a la mañana siguiente, allí estaba Flossy, a los pies de la cama, con un nuevo abrigo de piel blanca, exactamente como me había dicho que iba a ser. Sólo al cabo de mucho tiempo me dijo mamá que Gerry había sacado de la cama al dueño de la tienda de animales a las cuatro de la mañana, diciéndole, cuando el hombre le increpaba, que o bajaba a venderle el gatito blanco o le rompía la cabeza.
-Siempre se recuerda a la gente por las pequeñas cosas... Usted ha hecho lo mismo por Gerry y por sus padres; multitud de cosas que ya ha olvidado, pero que ellos nunca olvidarán.
-Espero que así sea. Me gustaría que me recordasen de ese modo.
-Lo harán.
-¡Ojalá!...
Tragó saliva.
-En cuanto al modo en que voy a morir... me gustaría que ni siquiera pensasen en ello. He leído qué aspecto tiene la gente que muere en el espacio... con las entrañas destrozadas, estalladas, y los pulmones fuera, entre los dientes; y después, a los pocos segundos, secos, deformes, horribles... No quiero que piensen nunca en mí como algo muerto y espantoso...
-Usted es algo suyo, su hija y su hermana. Nunca podrán pensar en usted más que como usted quiere que piensen; con el aspecto que tenía la última vez que la vieron.
-Sigo asustada. No puedo evitarlo, pero no quiero que Gerry lo note. Si vuelve a tiempo, haré como si no sintiese el menor miedo...
Le interrumpió el zumbador de llamada, rápido e imperativo.
-¡Gerry!
Se puso en pie.
-Es Gerry.
Él hizo girar el control de volumen y preguntó:
-¿Gerry Cross?
-Sí -respondió una voz que denotaba cierta tensión -.¿Cuáles son esas malas noticias?
Fue ella quien respondió, de pie a su espalda e inclinándose un poco hacia el transmisor, con la menuda y fría mano apoyada en su hombro.
-Soy yo, Gerry.
Sólo un ligero temblor podía traicionar el cuidadoso descuido de su voz.
-Quería verte...
-¡Marilyn!
Había una súbita y terrible aprensión en el modo de pronunciar su nombre.
-¿Que estás haciendo en esa EDS?
-Quería verte -repitió ella -. Quería verte, y me escondí aquí...
-¿Te escondiste ahí?
-Soy un polizón... No sabía lo que eso suponía...
-¡Marilyn!
Era el grito de un hombre que llama con desesperación a alguien que se aleja de él para siempre.
-¿Qué has hecho?
-Yo... No es...
Rota su compostura, la fría manecita se aferró convulsivamente a su hombro.
-No, Gerry... Sólo quería verte. No quise hacerte sufrir. Por favor, Gerry, no creas...
Algo cálido y húmedo se estrelló en su muñeca y le hizo abandonar su asiento para ayudarla a acomodarse en él y poner el micrófono a su altura.
-No te enfades... No me dejes morir sabiendo que...
El sollozo que había tratado de evitar se rompió en su garganta, y su hermano le habló.
-No llores, Marilyn.
Su voz se había hecho grave e infinitamente dulce, sin que dejase transparentar la pena.
-No llores... No debes llorar.
-Yo... -le temblaba el labio inferior y se lo mordió -. No quería apenarte así... Sólo que nos dijésemos adiós, porque tengo que dejar la nave dentro de un minuto.
-Claro... claro..., tiene que ser así, hermanita. Te hablé en ese tono sin querer.
-Su voz se hizo rápida y acuciante.
EDS... ¿Ha llamado al Stardust? ¿Comprobó con los calculadores?
-Llamé al Stardust hace casi una hora. No pueden regresar, no hay más cruceros en un radio de cuarenta años luz y no tengo bastante combustible.
-¿Está seguro de que los calculadores tenían los datos correctos? ¿Se ha asegurado de todo?
-Sí... ¿Cree que podría permitir esto si no estuviese seguro? Hice cuanto pude. Si hubiese algo que aún pudiese hacer, al momento lo haría.
-Trató de ayudarme, Gerry.
Su labio inferior ya no temblaba y las cortas mangas de su blusa estaban húmedas donde se había secado las lágrimas.
-Nadie puede hacer nada... y no voy a llorar más... y me perdonáis todos... tú y papá y mamá. ¿Verdad que sí?
-Claro... Claro... que sí. Te queremos más que nunca.
La voz de su hermano empezaba a llegar más débilmente, y él abrió al máximo el control de volumen.
-Está saliendo del alcance. Se habrá ido dentro de un minuto.
-Empiezo a oírte mal, Gerry. Estás saliendo del alcance. Quería decirte..., pero ahora no puedo. Debemos despedirnos tan pronto... Pero quizá vuelva a verte. Quizá vuelva a ti en sueños, con mis trenzas, llorando porque el gatito está muerto en mis brazos; acaso sea la caricia de una brisa que te susurra al pasar, o una de aquellas alondras de alas doradas de que me hablabas, que volverá hacia ti su cabeza al cantan Quizás, a veces, no sea nada que puedas ver, pero sabrás que estoy junto a ti. Piensa en mí así, Gerry; siempre así, y no... del otro modo.
Reducida a un susurro por el girar de Woden, llegó la respuesta:
-Siempre así, Marilyn. .. Siempre así, y nunca de ningún otro modo.
-Nuestro tiempo ha pasado, Gerry... Tengo que irme ya. Ad...
Su voz se quebró a media palabra y su boca trató de retorcerse en llanto. La oprimió fuertemente con su mano; y cuando habló de nuevo, la voz surgió clara y segura.
-Adiós, Gerry.
Débiles e inefablemente punzantes y tiernas, las últimas palabras, brotaron del frío metal del transmisor.
-Adiós, hermanita...

En la pausa que siguió


[...]