CONTENIDO LITERAL

("Memorias de un merodeador estelar", comentario de Julián Díez. Derechos de autor 1996, Gigamesh)

Ante un hecho común es posible tomar actitudes bien distintas. Ante el humor, el sexo o la producción de programas de televisión, es posible cobrar un aire sofisticado, de honesto compartir o simplemente explotador. La ciencia ficción, campo menos importante pero para el cual todos los que nos relacionamos con esta revista guardamos un importante hueco en nuestro corazón, puede ser también tratada de esas diferentes formas.
Así, Carlos Saiz Cidoncha apela al cariño por el material utilizado, y a la complicidad del lector, en sus Memorias de un merodeador estelar. Se trata de un libro con todas las características del space opera más rancio (¿space zarzuela, podríamos decir?), utilizadas de una forma intencionada para conseguir compartir con el lector esos viejos placeres que producían libros hoy algo apolillados. Cidoncha, buen conocedor él mismo de autores como Hamilton, Williamson o Doc Smith, disfruta antes que nadie con lo que escribe y se ha convertido, un poco sin quererlo, en su último representante en nuestro país.
Hay sinceridad en lo que hace Cidoncha, pero eso es lo único que luce algo en la novela, por lo demás simplona y anticuada. Porque me temo que esos autores citados no son clásicos, sino viejos, y su valor dentro del género es antes histórico que literario. Cidoncha consigue un éxito notable al ponerse a la altura de esos modelos que adora, pero el resultado sufre precisamente las mismas carencias que él no parece ver, por mucho que resulten obvias para cualquier crítico.
Hay personajes planos, planetas descritos con brochazos tópicos y un argumento tan pleno de ingenuidades que uno no tiene por menos que preguntarse en ocasiones cómo una persona tan viajada como Cidoncha puede creer en serio que alguien no va a descubrir sus trucos. Ejemplo: llega una nave espacial al planeta del protagonista y se pone a reclutar paletos para convertirlos en "mercenarios espaciales". Les hibernan, y cuando les despiertan en otro planeta, les venden como esclavos. ¿Sorpresa? ¿Para quién?
En cuanto a la voluntad estilística, nadie puede negársela a Cidoncha en esta ocasión, pero sí es inevitable discutirla. No parece tener mucho sentido que los habitantes de planetas futuros se expresen en el floreado español del siglo XVII, y el efecto conseguido, ocasionalmente gracioso, es por lo general chocante; se trata de un esfuerzo superfluo con el que se ahorra la mucho más compleja tarea, eternamente pendiente, de crear un "español futurista" creíble para las obras de género.
En cualquier caso, Memorias de un merodeador estelar es una obra innegablemente amena, meritoria en su concepción por mucho que su acabado global no sea pulido. Sin embargo, en ese mercado persa siniestro en el que se ha convertido el space opera, obras escritas con convicción como la de Cidoncha, son dignas al menos de ser reseñadas con simpatía.