CONTENIDO LITERAL

("Compradores de tiempo", comentario de Héctor Ramos. Derechos de autor 1995, Gigamesh)

La irrupción de la personalidad informática constituirá una clave reveladora de la época de una novela para los críticos del futuro, de la misma manera que nosotros podríamos situar en los años setenta obras donde aparezcan personajes greñudos luciendo pantalones de campana. En la ciencia ficción, los submundos de silicio han tomado el relevo hard a las ciencias espaciales, y ya se han erigido en componente desarrollable para toda buena novela especulativa. Puede decirse que los noventa han contemplado la segunda fase de la aceptación social de la era informática, después del inicial despegue elitista: su aceptación en la ficción narrativa.
Esto puede servirse para su lectura en […] las publicaciones de las que voy a hablar. Me refiero a Compradores de tiempo, de Joe Haldeman. [En ella,] la soltura de diálogos y de desarrollo es la principal baza de Haldeman, uno de los pocos escritores que parece estar viviendo una segunda luna de miel con la ciencia ficción, por la avalancha de reconocimientos que esta década le ha tributado. La versatilidad con que acude a su labor creadora lo convierte en una pluma valorada por encima de las aduanas y de los abismos generacionales.
En Compradores de tiempo viven una serie de personajes que gozan del privilegio de ser "inmortales". Su longevidad sí tiene precio, y es la donación a la Fundación Stileman de todas sus posesiones con un mínimo de un millón de libras. Cada diez años han de someterse al tratamiento Stileman, para volver a un mundo que no les debe nada y en el que han de empezar desde cero para ahorrar su próximo millón. Con estas condiciones, es lógico que el número de agraciados sea reducido, se conozcan entre ellos y puedan llegar a organizarse. ¿Con qué fin? Pues donde encontramos cierta falta de convicción en el argumento de Compradores de tiempo es en la manía de algún personaje de instaurar una presidencia terrestre con nombramiento a dedo sobre sí mismo. Ahí cae Haldeman en recordarnos los devaneos dominantes de la mayoría de los villanos de la ficción producida durante la época de "guerra fría". Afortunadamente, la acción se concentra en los dos protagonistas, Dallas Barr y Maria Marconi, dos inmortales que involuntariamente convierten la novela en una huida hacia la terrible verdad.
Una de las virtudes que revalorizan a un autor es su voluntad experimental. La narración adquiere tintes refrescantes con los diversos intentos formales que despliega Haldeman. No hay que buscar sólo la sombra del fabuloso El libro de los cráneos en la temática rastreadora de lo inmortal mezclado con lo humano; al igual que en éste, en Compradores… la observación está a cargo de los dos protagonistas por separado, que alternan sus puntos de vista en capítulos que llevan sus nombres, con el añadido frecuente de comentarios en tercera persona y reproducciones textuales varias. La limitación del visualismo de las escenas, la profusión de un diálogo cargado de mensajes implícitos y la acumulación de referentes nuevos en cortos espacios de tiempo producen una trama difícil de seguir en algunos momentos, nada cercana al thriller desenfrenado, pero riquísima en su concepción, que nos hace ver que ésta es una novela meditada para bombardear al lector con sensaciones.
Y ese conjunto de información total avanza un paso en la estimación de ciertas ideas, ya que en Compradores… se presenta la rendición incondicional del concepto de aldea global a los pies de la de periódico global: ya no es que la influencia de los actos económicos alcance todos los rincones del planeta, ahora además información es sinónimo de poder efectivo. El planeta Tierra pasa a ser un enorme ser vivo con venas en forma de Internet por donde circula la información. Sólo que algunos pueden controlar la sangre para su propio beneficio. Y éste puede ser el convertirse en inmortal.
Compradores de tiempo viene a salir publicada en nuestro país al mismo tiempo de la concesión del último premio Hugo a su autor, por el relato "No hay mayor ciego..." (BEM nº 47). No hay mejor forma de comprobar la vitalidad de Haldeman que leer esta novela especialmente sincera en la manera de tratar al lector: sin mentirle, sin llevarle a confusión, y empleando con habilidad los medios a su alcance, que son todos los que puede dar una inmortalidad limitada.