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("Beso del exilio [el]", comentario de Rodrigo Vázquez Nogales. Derechos de autor 1992, Gigamesh).

Siempre me ha gustado visitar a mis viejos amigos. Marîd Audran, el protagonista de la saga ciberpunk de Effinger, es un viejo colega mío, uno de esos tipos con los que merece la pena irse a tomar algo para que te cuenten sus historias aunque generalmente siempre vayan de lo mismo. Pero da igual, es una debilidad y todos tenemos derecho a las nuestras.
Sin embargo, ya se sabe que la confianza termina por dar asco y que ciertos amigos se aprovechan del cariño de uno para tomarte el pelo. En cualquier caso, hay que perdonar las faltas de aquellos a los que quieres, con lo cual El beso del exilio queda perdonado, entre otras cosas porque el timo tampoco es demasiado grave. Pero a la próxima...
La primera parte de la novela es simplemente plúmbea, una especie de documental sobre la vida de los beduinos. Menos mal que luego (al cabo de más de 100 páginas) volvemos al asuntillo: las saludables palizas que periódicamente recibe Audran -y de las que el propio Effinger se ríe-, los personajes conocidos -Chin, Yasmin, Indihar, Kmuzu, Saied, Jacques, Mahmoud-, las sórdidas calles del Budayén... La fascinación inicial de Cuando falla la gravedad y Marîd aún era un barriobajero indomable ya no puede recuperarse, pero la sensación de encontrarse en un ambiente recreado con maestría, extraño y a la vez familiar, sigue estando ahí.
Eso hace que le perdones la relativa endeblez de la intriga -¿cómo se le pudo ocurrir al caíd Reda un plan tan torpe para liquidar a Papá?- y la sensación de que ya no estamos en una novela única, aunque entrelazada, sino en un episodio de una serie donde la posible conclusión se dilata indefinidamente, un mero capítulo entre muchos otros.
Parece que seguiremos teniendo más aventuras de Marîd. Después de todo, pueden observarse en él ciertas tendencias positivas hacia la conversión al chiísmo más fanático... Si Marîd sigue siendo coherente y llega al punto de convertirse en un paradigma del que es ahora mismo El Enemigo del poder norteamericano (véase Iraq, Siria, Libia, Irán y demás), seré feliz. Esa referencia a una ópera titulada La ejecución de Rushdie es, cuando menos, esperanzadora.