CONTENIDO LITERAL

("Un planeta llamado Traición", comentario de Eduardo Vaquerizo. Derechos de autor 1998, Eduardo Vaquerizo)

Ésta es, sin duda, una obra menor en la bibliografía de Card.
Apenas conocida, editada tiempo atrás, remozada y retitulada Traición en 1988 por el propio escritor, apenas es citada -quizás con razón, quizás con justicia- como obra a tener en cuenta sobre el autor de El juego de Ender y tantos otros sonoros títulos. Quizás por esa juventud de la obra es por lo que su lectura resulta fresca, atrayente, por un lado muy descargada de los artificios de un maestro de la escritura comercialmente precisa como es Card, y en contrapartida llena de ideas desbordantes, locas y divertidas.
Si no me creen basta con que les cuente en pocas palabras el argumento.
En un planeta abandonado, lejos del resto de la cultura humana, varias razas sometidas a mutaciones luchan entre ellas. El protagonista, Lanik Mueller, sufre una exacerbada capacidad regenerativa, que en la variedad común hace que los miembros de su raza sean muy difíciles de matar. Se le condena a la muerte para que no pueda propagar sus genes y decide huir.
A continuación vaga sin rumbo por el planeta, en el más puro estilo del viaje iniciático, encontrándose por el camino con las diferentes razas que lo pueblan y que han evolucionado de formas muy dispares, buscando algo mas allá del ser humano en diferentes formas.
Este es el inicio de la obra. El desarrollo ulterior es imaginativo, con frecuencia pecando de imposibilidades al más puro estilo vieja guardia del space opera, cosa que tampoco desentona dentro del tono fantástico de la novela.
El protagonista del libro va encontrando un sentido a su sufrimiento, a esa escapada, al viaje, las piezas de un rompecabezas de tiempo, historia y razas van dando sentido al nombre del planeta "traición".
Como se podrá ver, es a partir de la mitad del libro en adelante donde empezamos a encontrar algo del Card de siempre, sus preocupaciones metafísicas, el personaje que busca una realización espiritual, y que arrastra al resto del mundo detrás de su mesianismo.
Aquí es donde incluyo mi reflexión personal. A mí el Card que me gusta es ese que deja su imaginación vagar libre, desenvolviendo los argumentos, los personajes, con la libertad que da la magia de la literatura. En posteriores trabajos me molesta que todo parezca tener un fin último, estar medido a la perfección para causar un efecto producto no de una imaginación poderosa, un subconsciente libre para asociar ideas, sino de un consciente de hierro que tiende vías inexorables por las que debe circular la creación.
En este libro, en la versión antigua cuando menos, esos efectos del final fluyen espontáneamente, no se encuentran con la habitual dureza de lo trillado, lo obligado. Quizás por eso el autor decidiese al final constreñir de nuevo a los cauces del comedimiento ortodoxo la juvenil prodigalidad de su creación, purgando los pecados de juventud con la reescritura de la obra.
Si fuese malévolo (que a veces lo soy) me daría que pensar esa palabra: "ortodoxo". Quizás fuese sinónimo de ''comercial'', ''políticamente correcto", "escapismo" y nunca de "arte" o "compromiso".
Y es que leyendo la obra de Card la impresión que siempre me ha llegado (excepto en sus primeros libros) ha sido la de cálculo, artesanía, eficacia... frialdad, en suma. Será cuestión de gustos.