CONTENIDO LITERAL

("Voz de los muertos [la]", comentario de Rodolfo Martínez. Derechos de autor, Rodolfo Martínez)

Hace ya un tiempo que tuve acceso por primera vez a una historia de Scott Card, a través de la desaparecida Nueva dimensión. Se trataba, naturalmente, de la novela corta La casa del canto. Algo más tarde me hice con un número especial de Omni (edición americana) dedicado íntegramente a la ciencia ficción y en el que se incluían varios cuentos suyos. Desde el primer momento, Card me gustó, sus historias me atrajeron, y más aún sus personajes, sin embargo, aún no sé por qué, tardé mucho en decidirme a comprar una novela suya. Al fin lo hice y, desde luego, no me he arrepentido.
(He de aclarar que esto iba a ser en un principio un comentario a la primera novela de la serie. Sin embargo, mientras le estaba dando los últimos toques al asunto, salió la continuación. Así que la leí y reconvertí la reseña para dar cabida a ambas novelas.)
En la primera, y partiendo de una base ya clásica (el entrenamiento de un cadete espacial), Card desarrolla una historia llena de fuerza, violenta y dulce, como ya es su costumbre, y con un niño de protagonista principal, algo que casi se ha convertido en su marca de fábrica. Lo único que hay que reprocharle quizá a esta novela es el excesivo paralelismo que a veces surge en la mente del lector entre el Ender de este libro y el Anset de La casa del canto. No es que sean el mismo personaje, las diferencias se hacen evidentes, pero al lado de eso nos encontramos con aspectos que los acercan bastante. Ambos son niños, y ambos con propiedades que los alejan del resto del mundo. En el caso de Anset es su capacidad para observar las emociones de los demás y convertirlas en canción, en el de Ender su capacidad militar, estratégica, que será inapreciable para la humanidad. Los dos se encierran, a causa de esa diferencia con los otros humanos, en sus universos particulares, y sólo el amor consigue sacarlos de allí y devolverlos a la realidad.
Otro aspecto en que ambas obras son similares es el ambiente en que se desarrollan, cerrado, casi claustrofóbico. Si bien es cierto que en este Juego de Ender podemos encontrar a veces espacios abiertos, la mayor parte de la novela transcurre en reclusión, principalmente en dos lugares: la base espacial que sirve de centro de entrenamiento, y el asteroide en el que se encuentra el cuartel general de las tropas humanas.
Con esto no quiero decir que esta novela sea un calco de la publicada en Nueva dimensión, ni mucho menos. Su ambiente (a pesar de esa claustrofobia común que apuntábamos), su desarrollo, y sobre todo, su penetración psicológica son bien distintos. Lógicamente, al ser este Juego de Ender sensiblemente más largo que La casa del canto, Card puede meterse más a fondo en la mente de su personaje y así, aspectos que en la novela corta solo nos eran mostrados de refilón, aquí son desmenuzados minuciosamente.
Por otro lado, junto a las peripecias de Ender, tenemos las de sus hermanos, también niños como él y que fueron probados por el ejercito antes que Ender y luego rechazados por no cumplir los requisitos necesarios. Estos hermanos, Peter y Valentine (chico y chica) formarán una especie de "flancos" de Ender a lo largo de toda la novela. Mientras que Valentine, la niña, parece estar incapacitada para el odio, el caso de Peter es, en apariencia, el contrario. Ender supera la prueba en la que fracasaron sus hermanos porque se encuentra en el medio de ambos: no es incapaz de odiar, y lo hace de hecho, pero junto a eso, se identifica de tal forma con sus enemigos que llega a amarlos. Eso es lo que necesita el ejército, alguien que pueda llegar a identificarse con la forma de pensar de los alienígenas que los han invadido, pues esa será la única forma de destruirles. Sin embargo, una persona que se identifique tan profundamente con otro, ¿no se negará a destruirle, llegado el momento?
A medida que pasa el tiempo, y mientras asistimos a la evolución física y mental de Ender, se nos dan también retazos de la vida de sus hermanos, y vemos como estos empiezan a cambiar. Finalmente, los alienígenas son vencidos, y Ender se van con su hermana a colonizar uno de los antiguos mundos de sus enemigos. Allí se encontrará con que estos no han sido completamente destruidos, una última reina colmena de los insectores (alienígenas parecidos en su organización a las hormigas o las abejas) aún sobrevive, y Ender dedicará el resto de su vida a encontrar un hogar donde ésta pueda plantar sus raíces y reparar así el daño que le hizo a su pueblo. Así se cerraba esta primera novela.

Me acerqué a la segunda con temor. La cosa llevaba visos de convertirse en trilogía y, ya se sabe, los segundos libros de las trilogías suelen ser los más flojos, su propósito máximo es el de servir de enlace entre la primera y tercer apartes y esto hace que queden bastante cojas en la mayoría de los casos. Esta es la excepción a la regla.
El juego de Ender era, sin más, una buena novela, bien escrita, bien estructurada y con unos personajes atrayentes y contradictorios (o sea, humanos). La voz de los muertos es muy superior. Si en la primera parte los insectores no nos eran mostrados más que de refilón, a través de la empatía que Ender acaba experimentando hacia ellos, los alienígenas en esta nueva novela, los "cerdis", se nos describen en todos sus detalles, desde sus ciclos biológicos (magistralmente diseñados por Card) hasta sus costumbres sociales. Junto a eso tenemos a la población humana que vive junto a los cerdis, una colonia católica de origen portugués o brasileño (no queda demasiado claro) en la que Card aprovecha para describirnos una sociedad dirigida por el poder religioso. Curiosamente, frente a lo que cabría esperar, los resultados no son desastrosos. Acostumbrados como estamos a ver descritas las sociedades religiosas (y especialmente las católicas) como inquisitoriales, hipócritas, castrantes, lo que nos encontramos en este caso no puede estar más lejos de eso: una sociedad normal, y cuando digo normal quiero decir humana, con sus virtudes y defectos, los mismo que podríamos encontrar en cualquier otra.
El tercer ser en entrar en confrontación es el propio Ender. cuya capacidad para comprender las mentes extrañas le hará ser el único capaz de reconciliar la sociedad cerdi con la humana. Y por ultimo tenemos una conciencia informática, un ordenador (o más correctamente, un programa, gran acierto por parte de Card, si algún día llega a haber una inteligencia electrónica no serán los ordenadores los que piensen -al fin y al cabo no son más que cajas dotadas de una inmensa memoria- sino sus programas) consciente de sí mismo y cuya ayuda a Ender será inapreciable para este, aunque los motivos de la mente electrónica no sean del todo altruistas. Jane (así se llama el programa) espera que un hombre como Ender, capaz de comprender a razas tan distintas entre sí como la humana, la cerdi o la insectora y hacer que éstas se comprendan entre sí, pueda hacer lo mismo por ella.
En resumen una muy buena novela que, si las cosas siguen así (esperémoslo) tendrá una continuación aún mejor. Card se son está revelando como uno de los mejores autores del campo de los últimos años. Por ciento y antes de acabar, la traducción de Rafael Marín es excelente.


No es costumbre del editor de Máser boletín informativo, autor de las líneas que siguen, contradecir, modificar o ampliar los comentarios que los colaboradores me remiten y menos aún cuando aparecen en estas páginas, fundamentalmente por el respeto que merece cualquiera de las opiniones que llegan a este boletín. No puedo, sin embargo, dejar de añadir unas notas al comentario anterior, que suscribo en su totalidad, sin que estas impliquen que Rodolfo Martínez esté conforme con ellas puesto que no ha tenido ocasión de leerlas antes de su publicación.
He repasado la literatura presentada en castellano a lo largo del año pasado más lo que llevamos de éste, y sin que pueda decir que lo he leído todo, sí afirmo que El juego de Ender y La voz de los muertos como conjunto temático y esta última como novela aislada, constituyen la mejor aportación al género de ciencia ficción a la literatura general en este período al menos.
Esta afirmación, no tan gratuita como parece desprenderse a simple vista, se basa en una comparación con el resto de la literatura aparecida. Recientemente hemos tenido ocasión de asistir a la entrega del premio Cervantes, también del premio Príncipe de Asturias de literatura, anteriormente del Nobel. Estos premios de resonancia mundial, superan en reconocimiento al Hugo, Nebula, Locus, Dick, británico, Fantasía y muchos otros que, debido a su prolijidad, hacen de la ciencia ficción un género excesivamente premiado. La situación de "sistema cerrado" temático y lingüístico ha hecho que se cree en su interior toda la estructura necesaria para conseguir, sin que eso beneficie a nadie, que nada salga hacia el resto del público. Quizá la mayoría de éste no está preparado para recibir con seriedad el majestuoso mundo que se le puede venir encima, aunque eso podría llevarnos muy lejos, lo cual no es mi propósito. Ahora bien, en estas obras premiadas, de calidad, de ese mundo que está fuera del ambiente de la ciencia ficción, existen algunas de las tonterías más grandes que se pueden leer: mientras haya quien pueda pensar que un western impecable es capaz de sostener que un colt 45 puede efectuar una docena de disparos sin recargar la recámara, que una obra de realismo social no haga al protagonista pasar por los servicios sociales de la gran ciudad en la que reside, o que un desarraigado amor no sea correspondido por falta de comunicación, mientras estas cosas suceden, me parece un despropósito la falta completa de preparación que supone no saber que una simple pila puede reponer un láser, que toda la información puede estar en una terminal de acceso público o que la comunicación puede hacerse no verbal mediante la conexión directa de terminales nerviosos e intercambio neurotrasmisor.
Orson Scott Card reúne en sus escritos, en todos en general y en estos dos últimos en particular, todas la cualidades de un gran escritor: una trama envolvente, con la adecuada dosificación de interés creciente; un diálogo fluido, en ocasiones tenso y provocador, con una adecuada porción dogmática; unos personajes creíbles, contradictorios, humanos; una dicción versátil aun con cierta tendencia a la esquematización; una adecuada fantasía en la concepción general con los conocimientos científicos y tecnológicos necesarios y suficientes para llevar a cabo la exposición, y quizá, eso es más difícil de demostrar, una adecuada proyección personal (religiosa, social, utópica). Por todo ello La voz de los muertos es una obra maestra de la literatura.