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("Gran defecto [el]", comentario de Eduardo Gallego Arjona. Derechos de autor 1996, Eduardo Gallego Arjona)

He aquí la tercera entrega de Cuadernos Espiral, una agradable sorpresa en el mundillo de la ciencia ficción española. A pesar de tratarse de una publicación sin ánimo de lucro, y de su peculiar formato (DIN A-4, encuadernado en canutillo), Juan José Aroz está logrando uno de sus objetivos: divulgar la obra de nuevos autores hispanos, especialmente en la modalidad de novela corta (que, merced al premio UPC, ha experimentado un notable auge en nuestro país).
El gran defecto es un interesante relato en el que se narra una historia de argumento conocido, aunque permite infinitas variaciones: el luchador solitario enfrentado a una compañía multinacional más o menos todopoderosa; en este caso es la Fish and Meat Corporation, especializada en la fabricación de proteínas sintéticas. La guerra (por llamarla de alguna manera) se entabla a nivel informático, una especie de partida de ajedrez entre genios programadores. Obviamente, no vamos a destripar aquí el desenlace, ni a desvelar ciertos detalles (como la forma de obtener las famosas proteínas sintéticas), ya que se trata de brillantes ocurrencias que logran sorprender al lector. En resumen: el autor cuenta un relato ameno y bien ambientado, que hace que el lector dé por bien empleado el dinero gastado.
Jugando un poco con el título, ¿tiene la obra algún pequeño defecto? Tal vez necesitaría un leve pulido de estilo, tratar de decir lo mismo con menos palabras, pero eso es algo que se alcanza con tiempo y experiencia, y el autor apunta buenas maneras: se nota que quiere interesar al lector con su historia, en vez de refocilarse en la contemplación del ombligo. Sin embargo, hay un defecto, muy común en la ciencia ficción dura, y que creo que debería ser subsanado.
Se trata de querer "explicar" demasiado, a modo de lección magistral universitaria. De acuerdo, en muchas novelas de ciencia ficción hay conceptos científicos o técnicos que pueden no ser conocidos por el lector (sobre todo, si se aspira a captar público no familiarizado con los ordenadores). ¿Cómo hacer la luz en la mente del receptor de la obra? Aquí se ha optado, como tantas otras veces antes, por mamotréticas explicaciones que pueden ocupar largos párrafos (a veces en boca de los protagonistas, otras no; véanse, por ejemplo, las que se refieren a la elaboración de determinados programas informáticos). Estos "ladrillos" tienden a despistar un poco al lector, a hacerle perder el hilo del relato e incluso, si no está muy versado en informática, a ahuyentarlo despavorido (que conste que a mí no me desagradaron, pero si me pongo en la piel de otra gente, me temo que podrían aburrirla).
Indudablemente, es difícil escribir ciencia ficción dura que interese al no aficionado. Tal vez podría arreglarse con diálogos más cortos y ágiles, creando personajes que no sean estereotipos (por ejemplo, el jefe de la Compañía es el típico y tópico ogro mandamás, sin sutileza) o proporcionando la información a pequeñas dosis a lo largo de la novela, en vez de hacerlo de golpe. El afán de didactismo puede arruinar una obra potencialmente buena, si se deja que ahogue a la aventura. Esta última suele ser la que engancha a los nuevos lectores, de los que la ciencia ficción española no anda demasiado sobrada.
Para concluir, animar al autor para que nos obsequie pronto con nuevas novelas. Pertenece a la rara especie de los contadores de historias interesantes, que pueden serlo aún más si se las despoja de lo que les sobra.