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("Batman forever", artículo de Marco Antonio Robledo. Derechos de autor 1995, Marco Antonio Robledo)

La apuesta era arriesgada: iba a llegar tarde a una cita con tres encantadoras chicas (remarco lo de tres pues no me cito todos los días con tres chicas a la vez) por asistir a la proyección de Batman Forever, tercera entrega de las aventuras cinematográficas del Hombre Murciélago que no me infundía la menor de las garantías. Con el paso del excelente Tim Burton a labores de producción, sustituido tras la cámara por el mediocre y vacuo Joel Schumacher, la serie de Batman amenazaba con convertirse en un vano producto comercial de acción y aventuras para adolescentes al más puro estilo (lo de estilo es una forma de hablar) Hollywood. Pero bueno, allí estaba yo. Mi devoción por Batman había podido con cantos de sirenas, lógicas cartesianas y prejuicios altamente fundados. La figura del vengador nocturno ha marcado todas las etapas de mi vida. Desde las historias naifs y a la vez oscuras de Bob Kane en mi niñez a las contemporáneas y sensacionales aportaciones de Frank Miller y Morrison y McKean principalmente, pasando por el estilizado Batman de Neal Adams en mi adolescencia, la lectura de las aventuras del alter ego del millonario Bruce Wayne me había acompañado en innumerables horas de ocio.
De repente, la banda sonora musical me saca de mis ensoñaciones. Violentamente, pues lo primero que llama la atención de la película es su volumen brutal, superlativo que parece amenazar no sólo la membrana del tímpano sino la integridad estructural de la sala. Y es que hoy día toda sala que se precie debe estar equipada con los sistemas más avanzados de sonido (del THX al Dolby Digital Stereo) para reproducir las fantásticas explosiones y colosales colisiones que pueblan las imágenes de las películas más taquilleras, las blockbusters, con la evidente intención de ocultar tras esas cortinas de humo y sonido su vaciedad de contenidos. Tras esta avalancha sónica a la que un espectador como yo (que huye de los blockbusters como de la peste y se deleita con obras minoritarias para connoisseurs como para citar un ejemplo el magistral film macedonio Before the rain) no esté acostumbrado, trato de prestar atención a los títulos de crédito, que resultan ser correctos en su despliegue animático, pero no llegan al nivel de excelencia de los de Batman, la primera entrega de la serie.
La película empieza in media res, es decir suprime cualquier tipo de presentaciones o exposiciones y pasa directamente a la acción pura. Schumacher parece llevar la lección bien aprendida; tras el fracaso de taquilla de Batman vuelve hay que darle al público -que según el primer mandamiento del marketing es el rey- lo que quiere: circo. Planos cortos, montados vertiginosamente (y confusamente; Schumacher no es Hitchcock precisamente), y el estruendo provocado por los subwoofers que no cesa y se acerca a las dimensiones de un seísmo en sonido digital. Y llega Batman, deslizándose majestuosamente por los aires con la ayuda del cable de su batarang. La entrada es espectacular, y recuerda clásicas poses del Hombre Murciélago salidas del pincel de Neal Adams o su clon Jim Aparo. ¡Albricias!, el marketing en cine sirve para algo. Los ejecutivos de Warner investigaron el mercado y descubrieron que el anterior uniforme no acababa de convencer a los fans del Hombre Murciélago. El que porta Val Kilmer aún siendo sólido se aleja del aspecto de armadura más propia del Hombre de Hierro que tenía la anterior indumentaria y se acerca más al traje original. El esfuerzo en reproducir más próximamente la estética de los cómics es considerable y logrado. La mandíbula cuadrada de Val Kilmer, su apostura y su físico atlético corrigen también el error de casting que se cometió con la elección de Michael Keaton.
Pero hablemos de los villanos. En su empeño de superar a las anteriores entregas, Batman forever nos ofrece tres villanos: Dos Caras (el primero en aparecer, que merced a su dualidad vale por dos) y Enigma (es decir el Acertijo; no entiendo esa condenada manía de cambiarle el nombre a la gente). Los dos tan sobreinterpretados como se esperaba de ellos, pero si por ejemplo el histrionismo de Nicholson era hasta positivo para interpretar al Joker, aquí Jim Carrey se hace insoportable en su despliegue de muecas y pantomimas que relega a Tommy Lee Jones a un discreto segundo plano.
Tras media hora de proyección me harto definitivamente de explosiones, persecuciones en coche, bufonadas del Carrey y acrobacias de los stunts -especialistas en castizo-. Por no tener, la película ha perdido hasta el look gótico que Keaton le confirió. Eso sí, las set pieces, -muchas de ellas retocadas por infografía- son realmente espectaculares y colosales, haciéndonos a veces hasta olvidar la torpeza realizadora de Schumacher.
Nuevo subplot: el origen de Robin (en mi opinión otro problema de la película es el exceso de acontecimientos que se suceden: la historia de Enigma, la de Dos Caras -cuyo origen es reducido a una esquelética noticia televisiva-, la de Robin, la de Chase Meridian -también insuficientemente tratada-, y la de los traumas de Bruce Wayne. Tantos que al final todos ellos son tratados demasiado esquemáticamente). Y a partir de aquí la película, sorprendentemente, sube enteros. Jim Carrey quien ya ha asumido definitivamente su personalidad de Enigma se hace más soportable, la acción se apacigua y se hace más énfasis en la personalidad de los personajes. Curiosamente Dos Caras, uno de los personajes peor definidos, debido al exceso de protagonismo de Enigma, es la sublimación, el paradigma sobre el que se construyen los otros personajes; como le dice Bruce Wayne a la doctora Meridian: "todos tenemos dos rostros, el de día y el de noche". La historia gira en torno a la dualidad de los personajes y sus obsesiones: Dos Caras esté obsesionado por matar a Batman, Robin esté obsesionado por matar a Dos Caras, Enigma esté obsesionado por Bruce Wayne, Bruce Wayne esté obsesionado por la muerte de sus padres y la figura del murciélago, imagen de sus demonios interiores, Chase Meridian está obsesionada con Batman como fetiche sexual, y se intuye una cierta obsesión mutua entre Batman y Robin, que apunta la posible bisexualidad de los personajes, un interesante subrayado al tema de la dualidad.
En definitiva, un producto irregular, que encuentra en su fidelidad a los cómics (no sólo a los cómics clásicos de Batman; se nota también influencia del Batman: dark knight de Frank Miller y del Arkham Asylum de Morrison y McKean) sus principales aciertos, pero que nos hace añorar al Batman de Tim Burton. Por cierto, llegué tres cuartos de hora tarde a la cita, con mis tímpanos no demasiado dañados.