CONTENIDO LITERAL

("Nota final a La sonrisa del gato", artículo de Rodolfo Martínez. Derechos de autor 1995, Rodolfo Martínez)

Nunca he sido un gran defensor del ciberpunk. Aunque algunos aspectos de esa corriente me resultaban atractivos, siempre consideré que no tenía entidad suficiente como para renovar el género de forma profunda y duradera y, por otro lado, siempre me pareció que su parte más interesante era simplemente cosmética. El ciberpunk cubrió a la ciencia ficción de un agradable y vistoso maquillaje, pero hizo poco más.
Incluso llegué, en una entrevista conjunta con Domingo Santos para la televisión local de Gijón durante el verano pasado, a afirmar con toda tranquilidad que el ciberpunk, aunque había dejado un pequeño poso en la corriente principal de la ciencia ficción, estaba bien muerto y enterrado. Cuando el entrevistador me preguntó si había algún escritor español de ciberpunk, le respondí, muy ufano: "Yo no conozco ninguno". (Domingo fue un poco más lejos y llegó a afirmar que no sólo no lo conocía, sino que si había alguno no quería conocerle, pero esa es otra historia).
Sin embargo, a principios de septiembre de este año empezó a darme vueltas en la cabeza una idea que podía servir para una novela. Antes de escribir una sola palabra de ella, ya había visto claramente que tenía entre manos una historia con claros toques ciberpunk.
No voy a pedir disculpas por haberla escrito. Sigo considerando que el ciberpunk ha muerto, pero también pienso que ha dejado tras de sí una herencia que, aunque no es tan importante ni tan influyente como algunos nos han hecho creer, sí resulta válida y atractiva.
Si alguien ve algún parecido entre mi personaje de Memo y el narrador del cuento "Paseaperros" de Orson Scott Card, no anda muy desencaminado. Esa historia de Card me demostró que se podía escribir una historia ciberpunk sin echar mano del consabido ambiente japonés (o, en las disparatadas y divertidas historias de Effinger, musulmán) o situarla en un futuro demasiado cercano. Y su personaje de Mucílago me fascinó desde el primer momento, así que no es extraño que Memo sea, más o menos, su hijo.
Esta novela, como gran parte de mi producción, se desarrolla en el universo de Drímar, y está entroncada, sin ser en absoluto una continuación con mi novela corta Los celos de Dios. Algunos de los conceptos que sirven de base para la intriga argumental fueron esbozados originalmente allí.
Como supongo que leeréis esta nota después de la novela (a menos que compartáis mis malas costumbres), para cuando lleguéis aquí ya os habréis hecho una idea acerca de si he tenido éxito al intentar construir una historia válida de ciencia ficción en ambiente ciberpunk. Vosotros, como es lógico, tenéis la última palabra al respecto.