COMENTARIOS APARECIDOS SOBRE ESTE VOLUMEN

(Comentario de José Luis González publicado en el volumen Bem 51. Derechos de autor 1996, José Luis González)
Colonizar un planeta no debe ser cosa fácil. Por eso, cuando Kim Stanley Robinson se decidió a hacerlo con Marte se lo tomó en serio. O al menos eso se desprende de la lectura de Marte rojo, primera de tres novelas que, aunque parezca imposible en estos días, no fueron concebidas como una trilogía más, sino como un todo, demasiado extenso para publicarlo en un solo volumen.
Marte rojo narra la vida marciana de los primeros cíen colonizadores. El aislamiento del viaje, las primeras dificultades de terraformación y la vida en los asentamientos. Mucho se ha escrito -y soñado- sobre Marte; desde las fabulosas Crónicas marcianas de Bradbury (a las que esta novela debe su poética), hasta la más reciente Marte se mueve de Greg Bear, pero nada tan complejo, serio y planteado como la novela que nos ocupa.
En el retrato que Robinson hace de Marte encontraremos, profundamente mezclado, un poco de todo: Ese sentido de la maravilla tantas veces buscado en el género se mezcla a partes iguales con una narración suave, serena, de la vida interior de muchos de esos primeros cíen colonos. Las épicas descripciones del extraño paisaje rojo apenas pueden competir con las escenas de acción y movimiento. Toda la narración es una mezcla singular y efectiva, cuyo destino es mostrarnos un mapa claro de lo que Robinson concibe como sociedad marciana. Por los comentarios que hemos ido publicando -la última en este número- de Marte verde y Marte azul, podemos darnos cuenta que esta primera entrega es sólo la punta del iceberg: Muchos personajes apenas esbozados en este volumen serán claves en los próximos, y el Marte con que finaliza apenas tiene que ver con lo que llegará a ser en alas del autor. Los nombres utilizados para la geografía de la novela son claros tributos a aquellas grandes novelas del pasado que también nos deleitaron con nuestro misterioso vecino.
Lo único que se hace extraño en la novela es el tratamiento que el autor da a cómo enfrentan los problemas sus personajes. Les basta con comentar entre ellos la necesidad de un nuevo domo para que alguien lo haga rápida y organizadamente, con un máximo de efectividad. Desde luego es una solución muy americana que, en estos tiempos de eternas discusiones sociales que no llevan a ningún sitio, parece fuera de lugar.
Esperemos que las próximas entregas del Marte Robinsoniano no se hagan esperar demasiado por parte de Minotauro. Realmente van a merecer la pena.

(Artículo de Alejo Cuervo Gigamesh 10, ediciones Alejo Cuervo, colección Gigamesh, número 10, edición de 1997. Derechos de autor 1997, Gigamesh)
Los siguientes títulos de la lista se encuadran también de lleno en el terreno de la ciencia ficción dura, y forman parte de uno de los proyectos literarios más ambiciosos de toda la historia del género. Marte rojo y Marte verde son las dos primeras entregas de una trilogía (que Minotauro completará, esperemos que en breve, con Marte azul, el Hugo de este año) en la que se afronta el tema de la terraformación de Marte, y se describe, con todo lujo de detalles, la historia de la colonización del planeta. El conjunto, en cierta forma, evoca aquel ensayo llamado Ciudades del espacio (Bruguera), en el que Gerard O´Neill detallaba las posibilidades técnicas de construir ciudades orbitales en los puntos de Lagrange, y que, en este caso, es presentado directamente en forma de novela.
Conforme uno va recorriendo los distintos rincones de Marte guiado de la mano de Robinson, llama cada vez más la atención la envergadura del proyecto y la ambición con la que es encarado. Que el narrador que nos acompaña es un verdadero experto en el tema es algo que se pone de manifiesto desde muy pronto, hasta el punto de hacer dudar que Kim Stanley Robinson haya podido tener obra previa de ningún tipo (como lo eran las muy apreciables muestras que habían aparecido en Júcar), y que en algún momento de su vida se haya podido dedicar a otra cosa que no fuera el estudio de Marte. Hablar de algo como la colonización de Marte en profundidad como se hace en estos libros exige un tratamiento multidisciplinar de una amplitud brutal. Astronomía, ingeniería, geología, microbiología, arquitectura, ecología, economía... La lista se hace interminable, y Robinson demuestra disfrutar exponiendo detalles en todos los campos y, más aún, especulando cuanto sea necesario para los propósitos de su narración. En este aspecto, la ambición de la obra casi no tiene precedentes; independientemente de los resultados, envites como la trilogía de Heliconia de Aldiss empequeñecen a su lado.
Ahora bien, la ambición en sí misma no es ninguna garantía de éxito, y si bien el juicio tendrá que esperar a la última entrega, intentaré plasmar mis impresiones hasta el momento. Adelanto que tanto la primera como la segunda novela me parecen irregulares, con aspectos brillantes amenazados por problemas estructurales graves que, sin embargo, no llegan a hacer naufragar el conjunto. La impresión que dejan detrás suyo es ciertamente rara; la escritura es vigorosa, los personajes al principio funcionan sólo a rachas, pero cobran vida en los momentos de crisis, y en éstos la narración gana una fuerza considerable; las descripciones, minuciosas, pueden ser tan pronto fascinantes como volverse tediosas y dejar entrever mecanismos para hacer avanzar la trama con trampas.
Al principio, Marte rojo se desarrolla dando la impresión de que estamos ante Dallas o algo parecido trasladado a una colonia marciana. Por debajo se activa todo el bagaje de conocimientos de Robinson, pero en la superficie asistimos a una serie de tira y aflojas entre los Primeros Cien, que es como llegan a ser conocidos los miembros de la primera colonia y que son los principales protagonistas de la historia: cien especialistas en diferentes campos de muy diversas nacionalidades, representando las naciones influyentes de la ONU. Aparte de las tensiones que aparecen de forma natural en un grupo reducido de esas características, las divergencias se acentúan conforme se presentan decisiones que atañen a la terraformación de Marte, formándose diferentes grupos que defienden políticas divergentes en el tema. El conflicto llega a parecer un folletín, y el hecho de que se desarrolle con algunas pautas de novela-río hace que parezca que estemos leyendo una novela de Niven y Pournelle en la que ambos se hubieran vuelto de izquierdas.
Un inciso: Robinson profundiza sin problemas en personajes con posiciones ideológicas completamente opuestas, detalle que, por cierto, pone de manifiesto sus dotes de escritor. Por otra parte, también queda claro que su narración apoya abiertamente ideas progresistas, sobre las que se dedica a especular a lo largo de su narración. Así, al margen de lo que venía diciendo, se agradece por una vez poder leer un texto de las características de éste que no caiga en los tics de la mayor parte de las novelas de cf dura, que casi siempre pecan de tópicas e irreflexivas en el plano ideológico. Y hablando de tópicos, por una vez se nos presenta también un grupo humano multicultural que no está dominado exclusivamente por los cuatro países industrializados de siempre.
Volviendo a Marte rojo, varios de los momentos más interesantes de su primera parte se encuentran en las descripciones de alguno de los trabajos especializados de los personajes, ya sea la puesta en marcha de una construcción, o la investigación de un alga resistente a las condiciones marcianas. En este tipo de cosas Robinson funciona casi tan bien como pueda hacerlo Greg Egan (para mí el maestro en estas lides), y normalmente hace uso de esta habilidad en dos direcciones: mostrar el proceso de cambio de Marte y, de la misma forma, escamotearlo miserablemente dejando que tenga lugar fuera de cámara cuando le conviene. Un recurso parecido se hace todavía más exasperante durante la parte central de Marte verde, cuando se dedica a dejar que ocurran grandes cambios desviando la atención con detalladas descripciones en los continuos viajes que hacen algunos de los protagonistas del momento. Uno de ellos llega de repente a una ciudad que ha crecido enormemente y sólo entonces nos damos cuenta de que en realidad no sabemos nada de todas esas generaciones de colonos que han llegado a Marte después de ellos.
En realidad, para llevar a cabo su proyecto, que comprende hasta el momento poco más de medio siglo de historia colonizadora, Robinson ha decidido simplificar. En lugar de encarar una historia que obligaría a introducir nuevos personajes cada pocas páginas y dejar de lado los antiguos cuando cesaran de ser relevantes, elige centrarse en sólo una decena escasa de figuras clave, la mayor parte de ellas pertenecientes a los Primeros Cien. Para ello, introduce otro elemento: un tratamiento de longevidad. Gracias a él, los líderes surgidos entre los Cien siguen siendo figuras públicas influyentes cuando cumplen los cien años y continúan en el centro de todo. De paso, Robinson puede limitarse a introducir dos nuevos protagonistas a lo largo de las más de seiscientas páginas de letra apretada de la segunda entrega.
El recurso es, desde luego, una trampa narrativa, y probablemente el punto aislado en el que Robinson más se autolimita. Pese a ello, no deja a un lado las consecuencias sociales de la existencia del tratamiento, tanto en Marte como en la Tierra, y el recurso provoca la aparición de un tema paralelo al de la colonización; Robinson no peca de irreflexivo. Sin conocer aún las consecuencias narrativas que reserva para dicho tema es peligroso sacar conclusiones, pero cabe apuntar que 1) viola el viejo precepto de introducir un único elemento fantástico en una novela, y 2) arroja serias dudas sobre la propia confianza del autor al enfrentarse a su proyecto.
En el apartado de dudas, otra que hace referencia al bagaje multidisciplinar del autor. Si bien todas sus digresiones especulativas resultan convincentes en todos los campos que toca, me he encontrado con un anacronismo chocante: "Max Planck dijo una vez que un nuevo paradigma se impone, no cuando convence a sus oponentes, sino cuando los oponentes mueren." La frase original de Planck es bastante parecida y hace referencia, por supuesto, a las teorías científicas, no a los paradigmas. Lo más sorprendente es que Robinson hace uso explícito en diversas ocasiones de conceptos kuhnianos, y demuestra estar perfectamente familiarizado con ellos, por lo que se hace aún más incomprensible que ponga en boca de Planck una terminología tan fuera de contexto, algo así como mostrar a Newton enunciando teoremas de conservación.
Por otra parte he podido detectar el uso regular de "apuntes besterianos", a veces de forma artificial. Me explico: anécdotas o detalles más o menos eruditos insertados para dar color, como puede ser cuáles fueron los años más "alegres" de Louis Amstrong, o cómo pudo adivinar Swift, en Los viajes de Gulliver, el número, la distancia y período de las lunas marcianas. Los detalles son buenos, pero su aparición regular hace sospechar la posible existencia de más de una cortina de humo.
Como contraposición, el aspecto más satisfactorio de la secuencia es su riqueza en temas políticos y económicos. El primer objetivo de la colonización es la puesta en marcha de un ascensor orbital, y ese particular se lleva a cabo algo antes del final del primer tomo. Su existencia acelera la colonización a partir de ese momento y, poco después, un grado de interacción económica entre Marte y la Tierra mucho más intenso, provocando la agudización de conflictos hasta entonces latentes.
Robinson hace un análisis extremadamente convincente de las fuerzas macroeconómicas que se desatan, y no se anda con ningún tipo de miramientos al hacerlas chocar frontalmente con lo que hasta ese momento tenía visos de folletín. A partir de ahí, las consecuencias se producen a gran escala, y las habilidades narrativas del autor funcionan mejor que nunca. Sin entrar en detalles, la primera entrega desemboca en un final apocalíptico tan convincente como lógico e implacable.
La obra adquiere un nuevo alcance que trabaja detrás de los acontecimientos de su segunda entrega. La pega principal de ésta radica en el abuso de viajes descriptivos con los que suple la ausencia de nuevos personajes, y que se podía haber ahorrado con un número inferior de páginas. Pero el debate económico y ecológico que se desarrolla de fondo hacen olvidar el relleno innecesario.
En cualquier caso, el autor logra salir airoso en lo esencial: sus ramas forman un todo con el árbol, y éste -la imagen de Marte que ha logrado transmitirnos- seguirá ahí durante mucho tiempo. Aunque sólo fuera por eso, habría que contarlo como un logro.