COMENTARIOS APARECIDOS SOBRE ESTE VOLUMEN

(Comentario de Héctor Ramos publicado en el volumen Gigamesh 8, ediciones Alejo Cuervo, colección Gigamesh, número 8, edición de 1997. Derechos de autor 1997, Gigamesh)

Si la literatura ha sido muchas veces identificada con la vida -la literatura como placer, el realismo como corriente, la verosimilitud como aspiración-, no pocas veces ha sido la muerte el tema de muchas de sus obras. Así ocurre con tres de las novelas comentadas a continuación. En ellas se despliega la relación de la Dama de la Guadaña con el erotismo, con la ciencia y con la subsistencia de una cultura.
En Crash, de J. G. Ballard, reeditada ante el estreno de la película de David Cronenberg basada en ella, el hastío de todas las relaciones humanas comunes lleva al protagonista a centrarse en una persecución de sensaciones aberrantes, cuyo inicio inconsciente tiene lugar con el accidente de coche que sufre al empezar la narración. El encuentro con el personaje de Vaughan hará de esa latencia un disfrute compartido de las esperanzadas perversiones automovilísticas de ambos. Forman el dúo de amigos complementarios: el que decide los objetivos y su acompañante, que los apoya. Los dos dedican su tiempo a estudiar los choques producidos en las carreteras de las cercanías de Londres. Vaughan es un obseso de las muertes por accidente de automóvil. Su erotismo está condicionado por la cercanía de los golpes en los cuerpos de los automovilistas, la simetría del choque o la relación entre el acto sexual y la destrucción. Vive con el objetivo de morir embistiendo la limusina de Elizabeth Taylor.
Ballard es un autor que suele querer para sus novelas el último mensaje que se puede dar sobre el tema que elige. La pieza más sobresaliente de este egocentrismo literario es Crash, donde se pasa revista a la sociedad tecnológica desde la mirada de unos individuos enajenados de sus costumbres civilizadas. Vaughan se describe como un agresivo doctor que "...propugnaba la aplicación de técnicas automatizadas en el control de todos los sistemas de tráfico internacional." .
Lo que caracteriza a la pareja protagonista es lo que se dice en esa misma página de Vaughan: "...una extraña visión del automóvil y de la auténtica función de esa máquina." El personaje del narrador, incluso, lleva sus delirios a una complicada manifestación mesiánica; ante la visión lejana de un accidente, y sin haber conocido aún a Vaughan, opina desinteresadamente: "Son ensayos, sin duda. Cuando todos hayamos aprendido nuestro papel, empezará la verdadera función".
Pero lo que hace de Crash una novela impactante, la obra cumbre de su autor y la única representante de su delirante clase es su proclama de la involuntariedad de los estímulos que rigen nuestra conducta y su insospechado origen, que puede hallarse en fuentes proscritas para la sociedad. En este caso, la orientación es sexual, pero su aplicación alcanza la totalidad de los móviles del ser humano. La extraña combinación de percepciones puede tener una consecuencia imprevisible en nuestro subconsciente que se manifieste en la forma de gustos incomprensibles o reacciones desproporcionadas. El sujeto anómalo tiene en Crash su libro de cabecera, y al mismo tiempo un aviso de la presencia esquiva, en toda sociedad, de comportamientos marginales perfectamente naturales, si nos atenemos a esa "lógica de pesadilla" que describe Ballard mediante la armónica visión del brillo de nuestras creaciones, las máquinas, y de las variantes de nuestro final. Todo ello está llevado al papel de una forma brillante, con una escritura como sólo Ballard es capaz de crear, plagada de metáforas brillantes y simbolismos precisos.
Como esa descripción de lo que viene después de lo ocurrido en la novela: "...nos iremos con los otros, los que se congregaron alrededor, como multitudes atraídas por un inválido herido, en cuyas posturas deformes creen descubrir las fórmulas secretas de las mentes y las vidas de ellos mismos".